lunes, 29 de junio de 2015

60 y 7

7: las mujeres muertas este junio a manos de parejas o exparejas. Y nada, oiga.

60: los euros que se pueden sacar en Grecia de un cajero a día.

7: (al menos) : los clientes que ha atendido hoy una chica muy joven, eslava, preciosa, en una rotonda de una comarcal que frecuento. Ella lee entre servicio y servicio. Malditos sean.

60: los euros que NO tienen muchos griegos, ni en el cajero ni en el colchón.

7 (veces): las que han repetido en las noticias de las dos que va a hacer mucho calor.

60: los euros que tampoco tienen muchos españoles, no ya al día, en total. Hay gente muy pobre en España, y eso que es un país serio. Más que un funeral  de tercera. Palabra de presidente. 

7:  las veces que las mujeres hemos esperado este junio la movilización de la sociedad en su conjunto para acabar con la violencia machista. Ni por estas.

60: (en euros) Una cifra que se puede instaurar como parámetro de la pobreza, tarifa diaria para el macarra de esa chica rubia de la redonda. Mujeres muertas en un año, cantidad de millones que se ha llevado alguien a un paraíso fiscal sin que nadie le tosa...

7: las veces que me han puesto en un bloque informativo una cola frente a un cajero. Podía haber sido una cola de turistas agobiados por su liquidez, de refugiados sirios huyendo con lo puesto (¿los que les sacan de sus casas empuñan armas europeas?), de españoles con pedigrí en el banco de alimentos, de desempleados, de gente esperando para salir de Túnez, que España es muy segura, eso dice el ministro Fernández Díaz, que salió otras tantas veces tranquilizando...o algo así.

60: las veces -mínimo- que la palabra populismo se ha colado en los discursos de los que dan gracias al cielo (que siempre está de su parte) porque ellos sí que traen aires de progreso, como cuando Rajoy fue a dar apoyo a Samaras.

7: esos suicidas que no saldrán en ninguna parte y que son griegos, españoles... A ellos les dicen que la austeridad es lo que les toca por haber sobredimensionado el gasto y haber sido irresponsables. Y que paguen o se tiren por un puente. Y vaya si se tiran.

jueves, 25 de junio de 2015

Ver

Debajo de unos ojos que apenas ven hay una vida llena de historias.
Un baile.
Una cita.
Un día de calor insoportable.
Debajo de un parpadeo que nadie ve, hay una conversación soterrada.
Cuando se fue.
Cuando le ofendí.
Cuando me perdonó.
A veces, debajo de un gesto mecánico, hay un haz de recuerdos, atados con un bramante.
Y él se fue y no sé si volvería.
Y volvió y me moría de emoción.
Y fue tan feliz, tanto...
Parece que no le pasa nada por los ojos, pero ahí están, velados, temblones, perdidos en otro lugar.
Las manos no obedecen pero recorren hojas de calendario, deshojan flores, peinan a un niño de domingo.
A veces, los ojos no se abren, pero se mueven bajo los párpados. Entonces se está soñando con otro verano, con otros días, con palabras, frutas y nubes, con olores y sabores, con besos y despedidas.
La vida pasa varias veces por los ojos del que no ve. Y los que le acompañan no lo advierten y hablan demasiado fuerte y de cualquier cosa.
Imaginan la vida sin ellos, especulan cómo será. Aceleran el tiempo de otro mientras pierden el suyo: estupideces cuánticas, despropósitos sentimentales. Frialdades aprendidas y aplicadas sin anestesia.
Si puedes ver, ve. Si puedes sentir siente. Siente al otro, ve por el otro. 
Muere sólo por ti. 
Calla por todos.

jueves, 18 de junio de 2015

El pasillo del campeón

Acabo el curso imbatida: me hacen otro año el pasillo del campeón.
El pasillo del campeón se logra a base de quejas por escrito, de no ceder ni un ápice a los comentarios hirientes, de no callar cuando los hijos sufren  a los hijos de otros que, por lo que sea, no ven ningún problema en el comportamiento de los suyos.
Y el pasillo es tuyo de por vida.
Tomé posesión pronto. Era por mi culpa, siempre, todo. Yo provocaba porque contestaba y porque callaba. Porque era lista, demasiado lista. Porque era gorda. Gordísima. Porque no saltaba el potro. Porque mis cumpleaños no eran nada salvajes. Porque nadie iba a mis cumpleaños. Y nadie iba porque era rara...
Luego creces, te enamoras, sacas cientos de sobresalientes. O no. Y tienes trabajo. O no. Pero el pasillo es tuyo.
El pasillo te lo hacen los ofendidos, los mirones, los comparsas. El pasillo lo hacen los profesores sin vocación, los padres que nunca debieron serlo (sí, hay padres que la cosa le queda grande). Y ya no eres rara, eres súper-protectora, súper-estimulante, súper-todo. Pero como eres lista (y gorda, y rara, y catalana y más cosas) sabes que la ley te apoya. 

La ley te apoya solamente  si tramitas las cosas por escrito.

La ley no te defiende de la mala educación, pero sí del acoso. 

Y no hay que avergonzarse de ser víctima. Nunca. Los que debieran sentir vergüenza son los otros.
Hoy mismo, tres adolescentes han intentado provocarme por la calle. Sus padres lo saben y lo admiten, pero les caemos mal, eso me dijeron. Y eso es todo lo que da el tema de sí. 

Yo soy la campeona y me gusta mi pasillo. De mi pasillo no me saca nadie, en él se respira mejor. En él nunca estás solo, pero hay que aguzar la vista y ser muy selectivo, mucho. Y tener siempre una instancia a mano. Y el número de la policía. Y no ceder. Nunca.

Acabo imbatida, ya les digo, con el apoyo de mucha gente buena (profesores, familia, amigos) que tuvo o tiene su propio pasillo escolar, social o laboral. Entre nosotros nos conocemos, nos buscamos y nos encontramos. 

No dejen de mirar a su alrededor, no están solos en esto. Denuncien, porque la solución es más educación, pero mientras tanto hay que seguir viviendo, saliendo a la calle y siendo feliz en la medida de lo posible.

Rebélense contra la gente tóxica.

sábado, 13 de junio de 2015

Memoria

Tengo buena memoria: olvido pronto.
Recuerdo mucho, con precisión, momentos como el de esta tarde, cuando ha querido formarse un remolino en la calle y han llovido flores amarillas de un árbol que te las lleva al pecho como mariposas despistadas, mariposas de papel que crujen cuando se secan y vuelan cada vez más alto.
Estaban las jacarandás de color naranja sobre mí y una flor cayó sobre un libro abierto. Se quedó atrapada durante años y un día alguien tomó ese libro. Para cuando quise rescatar la flor ya había caído. Hubiera salido a buscarla por cualquier medio. La imaginé como una pajarillo moribundo que se deja tomar por un niño curioso, caminando por el dorso de la mano del chiquillo, que quiere que vuele y lo empuja hacia el cielo una y otra vez.
Mi flor y mi recuerdo están aquí, no sé por qué. Emergen con fuerza como las raíces del ficus que había al lado del árbol de flores naranjas, el árbol junto al que mi abuelo se sentaba a esperarme con la paciencia del que ha vivido mucho. Su memoria viajó lejos, siempre a lugares felices, trabajando, cuidando de su prole, admirando aquella naturaleza que vio aniquilarse de un día para otro.
La memoria a veces es como una de aquellas transparencias que había en las enciclopedias, donde un hombre se podía quedar en los huesos, pasando capa por capa. Ahí donde está ese edificio no había nada, te dices, habían sólo piteras, sólo una liebre que corría, sólo unos hombres cogiendo esparto. 
Allá donde están esos bungalows embargados había un huerto, alfombrado de agrio; íbamos a coger las naranjas, les arrancábamos la piel con los dedos, una piel gruesa y fofa que terminábamos comiendo también...
A veces la memoria desaparece en los que nos rodean. Se instala entonces en el corazón una sensación de vacío. Es una capa que ha quedado desnuda sin las que le precedían;  parece que todas las flores, todos los vientos y todas las mariposas están presentes y la buena memoria vuelve para recordar por otros, para revivir por todos lo que fuimos, que es lo que somos: la suma de las memorias y las desmemorias propias y ajenas, lo contado y lo vivido. 

Lo sentido.

La buena memoria asalta de vez en cuando y dan ganas de olvidar, si se pudiera...

viernes, 5 de junio de 2015

No callar

Que no se vean las manos esposadas, las manos guiando la cabeza del delincuente dentro del coche policial. Que no se vean los pobres en la calle, hacen feo, desentonan.
Que no se vean niños en los comedores escolares, mejor los cerramos. Imaginen que sacan en máxima audiencia una mesa llena de niños hambrientos o un pasillo lleno de enfermos o una calle con una cola que termina en la oficina  del paro. 
Que no se vea nada de esto.
Es como el hombre que pide en a puerta del súper, el químico que pone cañas con tapa, el hombre honrado y católico que ha quebrantado al menos dos de los mandamientos y que acaba esposado, qué horror: existe, pero que no se vea.
Si se ve, si se pita, si se sabe, lo mismo nos cegamos como vampiros de tercera ante el resplandor del espejo. Mejor unas tinieblas de ultramar, un ruido de sables que no son más que cuchillos chuleteros, una exhibición de nostalgias y cegueras cavernarias que acaban en agua de borrajas, para rechufla y entretenimiento, veradero biombo que se pone para que pase por detrás de él el que cubre su retirada. Que si tortilla, que si reservado. Que si son más o menos auténticos, que si aún hay excusas para no agruparnos todos. Los nervios me pueden en este punto. No hay un momento del día en el que alguien no calle por no quedar mal, no hable por si es sancionado, no escriba pensando en si le caerá bien al jefe. Ni periodismo ni vida social, ni opinión ni editorial: estar a la altura de las circunstancias o caer en desgracia, esa es la cuestión.
Pero como yo no tengo jefe (busco jefe, señores) digo que amordazados, no, que timoratos tampoco, que mejor libres e iguales. Y vivas, añado, recordando a las mujeres que ya no van a temer nada, porque todo el miedo que pasaron acabó muy malamente. Habrá quien dirá que callando se salva el pellejo; esto sirve también para alumnos sin nada especial o alumnos con gafas, con sobrepeso, con buenas y malas notas que son objeto de las atenciones de los pequeños déspotas que habitan aulas y pasillos, después empresas. O gobiernos, vaya usted a saber. Con comparsas que callan y asienten con un principio inamovible: que nada se vea, que no se sepa nada. Que crezcan y se multipliquen y pueblen la tierra de más gente callada y obediente, gente que bale al compás más o menos marcial de la tonadilla, más que nada para que puedan reconocerse entre ellos y pongan en dique seco a los disidentes, por no callar.