lunes, 30 de septiembre de 2019

Resaca de agua


Me han dicho que encontraron una silla de Loli en mitad de un bancal. No se sabe cómo llegó allí, seguramente navegando, como unas cajas cuyo amarillo resalta entre el horizonte monocolor. Las calabazas flotaron como boyas, cogidas a sus plantas. Bajó el agua y se quedaron en el mismo sitio, sobre las hojas que parecen papel desde lejos y que de cerca son podredumbre, como los boniatos que aún están bajo la tierra, esperando a nadie ya. Iba a ser una gran cosecha.
Hay un sofá en la orilla de la carretera. Blanco, parece de piel. Ahora ya da lo mismo. Un colchón lo corona, un cajón de una mesita donde seguramente se ponía un despertador. Debe ser violento ver tu vida amontonada en una cuneta, debe ser desastroso no saber qué va a ocurrir, conservar la entereza y decir a los hijos que todo va a estar bien. Debe agujerear las tripas pensar en los jornales que se han perdido, en los que no se van a ganar. Debe ser persistente ese boquete, como la voracidad de los mosquitos, que han recuperado este pantano para ellos y sus pequeñas larvas, como si no hubiera pasado el tiempo. Hubo un tiempo miserable ligado a los mosquitos, a la quinina y al barro. Hace tanto ya que son los profesores los guardianes de esa memoria. Esos mismos profesores advirtieron sobre la codicia y el asfalto, sobre la memoria de los cauces, sobre esto que ya ha ocurrido.
Saldremos, siempre se sale. Como dice Pilar, todo lo que depende del dinero se arregla antes o después.  Dentro de un tiempo veremos la profundidad de las cicatrices, la audacia de los que mandan y la calidad de los lazos de nuestra comunidad. Veremos si hemos sido capaces de aprender las lecciones que nos ofrecieron estos días, cuando nos sentimos más pequeños, prácticamente nada.

martes, 10 de septiembre de 2019

Días iguales


En las estanterías de los bazares hay siempre una balda sorprendente, donde quedan restos editoriales y revistas de crucigramas, o lo que es lo mismo, restos de ilusiones y de palabras. Voy a uno que me da que tiene los restos de los restos, lo que no deja de ser una audacia a nivel empresarial, visto cómo van las cosas. En ella encuentro números antiquísimos de tebeos, libros de cocina y oh, maravilla, una agenda de 2010.

La agenda está en blanco. Es una tentación en tapas duras con falso pan de oro. Dos euros tienen la culpa. Viajar por dos euros hacia atrás sabiendo qué día era: lunes, martes o sábado, la luna y los santos, la distancia hasta Madrid y el teléfono de un parador. No se puede pedir más, pero hay quien discrepa de su utilidad: no sirve si no es de este año. Y al pie de cada página, un pensamiento universal. Hombres de poca fe. Una agenda es un cuaderno donde se puede escribir. Se puede escribir una novela que no triunfe, un poemario de los que riman o algo que sale como un exorcismo. Imaginen las posibilidades.

Miro el día de hoy, martes, a ver qué día cayó en 2010: fue viernes. Mi teléfono me saca una foto de ese día, sin que yo se lo pida; rememora este día, me dice, y estoy yo en la playa, con mis hijos, con otra agenda en la mano, escribiendo alguna cosa. Hago grande el zoom y está también pasada, como ésta, y no me atrevo a mirar el día de ese año, por si era martes y entro en una especie de paradoja. Me recuerda un título de un libro: los días iguales. Tal vez dentro de unos pocos años siga estando el bazar y haya agendas que ya no sirvan a esa gente que lleva sus asuntos al día. Cuando existían los relojes de cuerda se me olvidaba darle a la ruedecilla, y después de atrasar durante un tiempo la máquina se paraba. El tiempo siempre nos alcanza, en mi caso dos veces al menos.

Qué más da que sea martes. Hoy es martes y tengo el mismo agujero. Ya lo tenía en 2010, y sigue ahí, a su aire.

Qué más da que sea martes puede ser un principio. Voy por mi agenda nueva.

martes, 3 de septiembre de 2019

Gracias por seguir a la escucha ;-)


Aún recuerdo la sensación de abismo cuando al llegar a la delegación de educación para pedir información sobre mis estudios de música, la funcionaria me dijo “¿Y eso es una carrera?”
Lo es. Dura. Durísima. Exigente.
Ahora me enfrento a una nueva reedición del trauma en esta carrera de escritora en la que ya puedo decir que tengo una novela publicada. ¿Soy por ello escritora? Dejémoslo en autora. Eso sí. Y también pone a prueba al más aguerrido.
Los escollos, antes y ahora,  se cimentan sobre la idea que la sociedad tiene de estos quehaceres. ¿Son necesarios? Faemino y Cansado hicieron un número maravilloso con estos mimbres. Porque es absurdo preguntarse si una sociedad necesita músicos, escritores o actores, pero dado el trato que se nos dispensa, el interrogante flota en el aire.
Y todo esto tiene que ver con el lugar que le damos a la cultura, en qué puesto está dentro de las prioridades de un país desarrollado. ¿Es el centro educativo lo más importante de nuestro pueblo o ciudad? ¿Tenemos claro lo que le aporta?
No estamos en una discusión sobre si todos tenemos derecho a ser publicados. Es un hecho que se publica mucho, aunque muchas veces no entendamos el criterio. Desde Loretta ya tenemos claro que no es lo mismo un deseo que un derecho, pero sirvan estas líneas para denunciar, con más o menos estilo, que la cultura se muere porque hay que fomentarla dándole un estatuto profesional que pasa por el trámite ineludible de trabajar y cobrar por ello,  y que las hormigas obreras de la escritura, de cualquier tipo de creación, tenemos derecho (ese sí) a la dignificación de un oficio que pasa por unas horas no peores que las de otros sectores profesionales. La degradación de las relaciones laborales hacen posible que un redactor te ofrezca una columna sin cobrar y luego pueda promocionar su sentido de la ética en las redes sociales. Estamos en la edad dorada del postureo, eso es así y poco podemos hacer, salvo denunciarlo.
Los que estamos en la trinchera no podemos con más cinismo. Ser músico (escritor, pintor, bailarín, actor, etc.) es una carrera. No ha de ser una quimera. Porque lo siguiente será disuadir a los chavales y encaminarles a actividades más previsibles y lucrativas, y que ellos formen una sociedad sin artistas, sin creadores, sin soñadores, sin estetas.  Qué lugar más triste nos quedaría, pero quizá no nos diésemos cuenta. Antes de ir a por nosotros, ya eliminaron la ciudadanía como asignatura, y es una reivindicación vieja eliminar las lenguas clásicas y la filosofía de los programas de estudios.  Espero dentro de unos años -si alguno de estos medios por los que nos comunicamos permanece- decir que todo ha ido mejor, y que los que andamos hoy en la pelea sobrevivimos. Será señal de que la sociedad no se ha dejado embaucar y que ha habido solución. Hoy no soy demasiado optimista, pero me da que seguiré aquí, aunque sea testimonialmente.
Gracias por leerme.