miércoles, 28 de junio de 2017

No le hacía falta

Abro facebook, paso poco por ahí. Lo importante ya me llegó por otros medios. Me da alegría ver a los conocidos en escenas que recrean su felicidad. Pero sólo un instante. Si son literalmente conocidos, ya les he visto por la calle, si no, andamos (des) vinculados por otras circunstancias que son la distancia, mayormente. Me gusta cómo te has cortado el pelo, estás divina. Clic.
Entre los comentarios a una foto, un nombre familiar. Ostras, es un chiquillo. ¿Tendrá 14 años? 14, sí. Clico su perfil. Casi 500 amigos, ¿se pueden gestionar correctamente 500 amigos?. Ese es un número importante. Con 14 años los amigos son los iguales. Pero no hay 500 iguales. Hay padres de otros, amigos de otros, conocidos y saludados de otros... El chico (es chico) tiene tropecientas fotos así, poniendo morritos, poniendo caritas, poniendo el fotocasa de su piso en cuatro planos torcidos para salir más molón (ya sé que no se dice molón hace años, pero no sé qué palabro le sustituyó). Si yo fuera caco sabría si vale o no la pena robarle. Robarle la consola, la tele, el PC, robarle la inocencia y la vida, si soy un ladrón de almas de esos que van por internet cazando a deshoras, amigo de otros amigos, jugador online con alias, chico enrollado con muchos emojis.
Para hacerse el perfil ha mentido sobre su edad. Se ve que a sus padres no les importa, porque también son sus amigos, así constan en su perfil. Los padres NUNCA serán nuestros amigos, pero tírale, como dicen en mi pueblo, que así le tenemos controlado. O no, señores, o no.

Le hace falta para ser como los demás, me dicen. Le hace falta.

Les reproduzco un dato para el pasmo. Es de 2014: Al menos siete de cada 10 casos de abusos sexuales a menores en Europa son cometidos por personas integradas en la vida de los niños, a las que conocen y en las que confían, según los datos que recoge el Consejo de Europa. Además, las cifras exponen que uno de cada cinco niños del continente son víctimas de algún tipo de violencia sexual."
(Deberíamos recordar que con 14 años se es niño. Se debe ser niño a toda costa.)
Imaginen cómo se dispara la probabilidad de abuso para cientos de amigos que son del entorno de los adultos que nos rodean, en su gran mayoría. Y lo sé porque los he visto uno a uno. Más del 75% de los contactos es adulto, y con este dato  el peligro se dispara. Merde.

(Este post, lo sé, acrecentará mi fama de madre agria y antigua, pero entre eso lo que intento evitar, no hay color)

No sé si ustedes conocen a Marcelino Madrigal, es un especialista en tecnología comprometido con la protección de la infancia en internet. Tiene un blog sobre esa vida que acontece silenciosa en las redes, y ya no tiene cuenta en twitter, después de haber denunciado casos de pederastia sin descanso. Ya no hay sitio para él allí. Nos advierte sobre perder el control sobre nuestra imagen, sobre nuestra información, sobre nuestro papel de padres. Sabe de lo que habla y nos recuerda eso tan obvio de que la infancia sólo ha de terminar por el paso del tiempo.
Ustedes mismos pueden juzgar a través de experimentos televisivos como Catfish lo facilísimo que es inventar una vida, meterse en la de otro y destrozarla. Y Catfish es al lado de lo que nos rodea un pastel de gloria, el modo unicornio de la mentira en internet. Hay historias que acaban en el juzgado, esas las conocemos por la prensa. Qué horror, hijo, lleva cuidado. Otras en el psiquiatra. Otras en un burdel. O en el anatómico forense. Dejamos a los hijos en mitad del metro en hora punta para que se hagan amigos de cualquiera, o para que cualquiera les elija para vaya usted a saber qué. Eso es darles un teléfono o una tablet con conexión a internet cuando no tienen edad para sobrevivir en ese medio, tan denso como hostil. O por decirlo de otro modo, todos sabemos que conducir un coche es muy fácil. Sólo hace falta llegar a los pedales. Lo difícil es tomar buenas decisiones al volante, ¿me siguen?

....................

En la actualidad, Marcelino Madrigal sigue denunciando casos de pedofilia y abusos sexuales desde cuentas en otras redes sociales. 

domingo, 25 de junio de 2017

Propósito

El pájaro no tiene propósito, así lo ha decidido Manuel, sentado en el porche de su casa, tan vieja como él, viéndole revolotear sin descanso. No tiene propósito, se dice, tiene misión, una misión genética ineludible, pertrechado tras la ingeniería fabulosa  de sus alas que requiebran el aire bascoso que apenas fluye y que sin embargo cobija una coreografía perfecta de vuelos, reclamos, perdido el objeto en un diseño caleidoscópico que cambia vertiginoso al batir de las alas de una nube de pajarillos alegres, despreocupados, felices. 
No. El pájaro sólo tiene misión: una puesta, unas crías, unas larvas que se debatirán inútilmente en su pico, solamente un instante; unos plumones que se visten poco a poco y que resultan más pájaros, más sonido, más aire desplazado, más figuras imposibles, más acrobacias asombrosas aprendidas durante siglos, grabadas a fuego en los genes, esos genes que son la misión, que es diferente al propósito.
El propósito de Manuel es levantarse despacio, intentando erguir la espalda, dejando de lado el apoyo, solamente un instante, en el que es un poco gorrión. Es su propósito del día, ponerse al lado del porche para ver salir de los nidos los picos de los polluelos que reclaman sin descanso, reconocer cada gesto, anticipar su futuro, ya escrito, de criaturas sencillas, pendientes de un hilo que puede la voluntad de un niño con una caña que destruirá su arquitectura efímera, que  puede ser un gato caminando sin prisa o un hombre sin alma. También él tuvo polluelos; en esos días trazaba en el aire tangencias que morían en la piel de ella un segundo. Ella le ve y va en su busca: es su propósito -también ella lo tiene- , caminar hasta donde se encuentra y recordarle que fue polluelo y voló deslizándose sobre el aire del verano, que tuvo su propio nido y que aún cuando parpadea es ave y causa asombro la magia de sus dedos que escriben en el aire una historia al compás de sus palabras, que son canto de pájaro, requiebro, divertimento. Ese, dice ella para sí, aunque ya no lo recuerdes, ese es tu gran propósito.