El sargento Serrano se vuelve sobre un costado tras dar una
cabezada. La madrugada le deja un tiempo para pensar. A su lado está su mujer,
que más que dormir, sestea, con el rostro inamovible. Ella tiene cara de
esfinge cuando duerme, se dice el hombre muy serio. Guarda enigmas y misterios.
Toda ella es un acertijo debajo del camisón abrochado hasta el cuello, como si
en su cuerpo siempre fuera invierno. Esta mujer me quiere, dice Serrano con
pena. Me quiere con una devoción romántica que no entiendo y yo no sé cómo
quererla, con los niños y la casa, y las rentas y las vides, una ruina completa
que avanza lentamente hacia el desastre, toda una vida de miseria para mantener
un patrimonio. Que el niño sea abogado, dice ella a menudo; si nos apretamos se
quedará con la finca. La finca son cuatro terrones, Ana, que no cría más que
alacranes. El niño abogado… puede ser, no digo que no. Yo lo hago agricultor,
perito agrónomo tal vez. Le gusta pisar la tierra, se mancha de polvo y no se
limpia, parece que está echando raíces cuando se planta en mitad del huerto.
Pero tiene que ser abogado. Abogado por bien de los linajes miserables. Menuda
colección de nobles, sin un duro en la cartera, secas las molleras y las
haciendas, sin un ápice de alegría, sólo cálculos y privaciones, sólo miserias
divididas en doce meses, en cuatro semanas, en siete días. Con nadie he hecho
más números que contigo, y eso que eras la rica del pueblo. Así saldrá un
abogado menguante, Anita, que no tienes nada práctico en la cabeza, que hasta crees
que yo ascenderé… Yo soy sólo uno más de los cientos que no llegarán arriba. Soy
un mediocre, Anita, vendamos la viña y vayámonos a la ciudad… No, que eso es un
seguro para los chicos. Mira a Teresita, hay que dotarla. Teresita del niño
Jesús, menudo capitán perdieron las huestes, con esa mirada afilada, con esa
lengua más afilada aún. Sea. La dotaremos, se casará. Tendrá un marido con
posibles, tendré un yerno pudiente y yo pondré el apellido que se perderá a no
ser por el abogado. Pero al tiempo… al abogado no lo caso, Ana. No sé por qué
te enfadas cuando te lo digo, que no es lo que tú esperas, que no saldrá tan
listo ni tendrá tanta suerte. Que es bueno y llano como este páramo. No estoy
enfadado, es la vida, Anita, sigue durmiendo, perdóname, estoy cansado. Que sí que
te quiero, mujer, que no te enojes, que estoy pensando en otras cosas. Ana, por
favor, no dramatices, que no es para tanto, Ana…
Eliseo piensa en la magia que vive en la
mente durante el sueño. Esta noche ha vuelto el sargento Serrano y le ha visto
acostado en la cama junto a su madre. Ella le miraba arrobada y él, con cierto
fastidio, daba largas a su requerimiento. En su sueño tenían todos los vivos un
día para disfrutar de los que se han ido, ese tiempo que tantas veces hemos
pedido… ¡Si tuviera al menos un día!, decimos en la más absoluta ignorancia.
Otro día para la desesperación, para volver a dejarse vencer por la soledad,
por el dolor. En su sueño su padre no es capaz de entender lo que pasaba por el
corazón de su madre. Es un sueño, pero cree Eliseo en la autenticidad de ese
sentimiento de frustración que flotaba en su casa, ese aire lleno de cosas no
dichas, de verdades a medias que le acompañaron hasta que un día, tal vez por
pura salud mental, empezó a olvidar. No quiere pensar Eliseo qué hubiera sido
de Matilde al sentir ni siquiera el disparate de su historia. Volver a tocar a
Remi sería devastador para ella. No hay que saber cuándo se va a uno a morir ni
cómo, piensa Eliseo Serrano, una vez te has marchado no hay que volver para
nada. De hecho nadie vuelve y menos mal, con lo que cuesta recomponer la vida
llenando los huecos de los ausentes. Cabecea intentando volver a desconectar. La
almohada está caliente y le da la vuelta. Aún huele a jabón como aquellas
toallas blancas. Su madre le hace callar cuando pregunta por su padre. No se
pregunta por el padre. El padre está trabajando. El padre tardará en volver.
Tere le hace callar con un gesto. Vas a poner triste a la madre. Ella ha dicho
que no se habla de eso, que no se pregunta por eso, y tú tienes que saberlo
todo. Eliseo siente que se le cierra la garganta como si se hubiera tragado un
huevo y le sube un calor a los ojos que no le deja ver bien. Míralo, como un
pavo se ha puesto, dice Tere, con una furia que la ahoga, que no le deja salir
las palabras. No se pregunta por el padre. El padre ya volverá si vuelve, que
dicen que está trabajando. Fernanda, ¿está trabajando el padre? Fernanda pone
la mano en la cabeza del niño. De eso no se habla, pero si tuviera que decir
algo diría que a veces la gente no puede estar junta y emigra, que se enferma
de soportarse. Tú eres muy pequeño. Te digo que está trabajando, pero no sé si
va a volver. Pero yo te voy a querer, y también tu madre. Y Tere te quiere,
pero no la entiendes. A veces la gente se quiere y no se entiende, caporal…
Eliseo se levanta de la cama y bebe un vaso
de agua. No entiende el viaje en el tiempo, las palabras de sombra alargada y
recta como la espalda de Tere, apareciendo lentamente por el pasillo, con ese
halo espectral y rígido que le imprimía la luz de aquella bombilla pobre que
colgaba del hilo miserable y roñoso, luz de cuentas y más cuentas, de economías
ridículas y secretas, economías inconfesables que hubieran destrozado el poco
lustre de aquella ralea ruinosa y soberbia. Tere se alimentó de aquello, ahora
lo entiende, aunque tarde. Era muy niño aún cuando doña Ana se murió, pero no
de pena. Fernanda le dijo que fue del corazón, y que el corazón no se rompe
porque un hombre como Serrano se fuera lejos de ellos. Si eso fuera así,
Eliseo, las madres morirían fulminadas cuando se les va un hijo. A mi madre se
le murieron dos, y ni siquiera les recuerdo, pero ella vivió todos los días con
aquella pena en los ojos. Duerme, anda, no te preocupes, tengo una carabina ahí
fuera por si vienen los bandidos. Fernanda toca la cara monfletuda del niño y
nada puede hacerle daño. Abre los ojos Eliseo y aún parece que está ahí
Fernanda. Cierra los ojos para verla, pero ya se ha ido allá donde se forjen
los sueños, dejándole un beso en la frente, dos preguntas con respuesta, una
certeza doliente. Acaso no fuera tan malo Serrano, acaso en realidad no lo
fuera. Acaso Tere no pudiera ser mejor. Tal vez su madre no era mujer para
Serrano. Tal vez Serrano no era para nadie, pero no lo sabe. Hace más de
treinta años que no sabe nada de él. Tere siempre se ha negado a buscarle o a
facilitarle nada que pudiera acercarle a su historia. Ella sabrá por qué.
No hay comentarios:
Publicar un comentario