miércoles, 26 de octubre de 2016

Noviembre

Ya ha pasado alguna vecina con una media  escalera, un cubo y unos trapos. Ya han sacado todo su muestrario de flores de plástico las tiendas de precio único. La liturgia vuelve otro año y yo, como el anterior, sigo hablando con los muertos.
Decía una amiga de mi tía que te haces mayor cuando hablas mucho con los muertos. Debo ser muy mayor ya, porque han quedado en mí capas y capas de palabras que otros dijeron a mi lado. A veces recuerdo una risa, una manera de andar, el pelo de alguien que se ha ido.
En ellos estaba yo, y ellos quedaron en mí.
Qué pereza da noviembre, que se despierta con la logística de los panteones, de los reencuentros anuales, de las sorpresas que llegan en modo de una foto que no esperabas. Te quedas mirando. Ahí está esa cara que hacía mucho que no veías, vestida con un traje de madrina ella, él con un traje de boda. Con un clavel en la solapa, con un tapafeas que llama la atención, porque normalmente no eran así. Eran personas que transitaban por mi lado sin hacerse notar apenas, pero que me dieron un saludo, una sonrisa, un recuerdo.
Mi tía hablaba mucho con los muertos, les contaba cosas al entrar al cementerio. Les ponía al corriente de todo, y se iba caminando sin prisa, con la seguridad de que alguien le traería noticias en algún momento. Ahora ha llegado alguna de esas mujeres y le está diciendo que tenía razón. Es verdad que me he hecho mayor, porque hablo con mis muertos y ellos me contestan con postales que llegan desde esa otra vida que se desarrolla en la memoria cinematográfica, donde  siempre contestan y están, echando luz sobre esta dinámica incierta que se basa en recordarles y reconocerse en ellos, logrando pequeñas cosas, imaginando su aprobación y su sonrisa. Sientiendo su calor, siempre.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Me alegra

Me alegra que al fin una campaña de prevención en los medios hable sobre esa responsabilidad que parecía haberse delegado en los educadores profesionales, en los monitores de comedores escolares, en los entrenadores de los equipos de deporte base. Me agrada que alguien haya puesto el acento en esas conversaciones desafortunadas que se tienen frente a los hijos, en las que un padre vuelca su machismo recalcitrante, un adolescente se explaya presumiendo de ser un matón en el colegio, o una muchacha instruye (malamente) a otra más joven sobre temas de salud sexual.
Me alegra de que al fin seamos los padres, las familias, los entornos, los que seamos responsables de las criaturas, y que al serlo, asumamos que nunca más podremos echar la culpa a otro cuando nuestro cachorro agreda a otro niño, sea desafiante con el profesor, destroce el material o el mobiliario urbano. Si esta idea cala nos sentiremos en la onda de esa idea estupenda que es la de comunidad escolar. Si esta idea se hace extensiva a la comunidad en general, imaginen: nunca más el abuso contra la mujer, nunca más el acoso en el trabajo. Ni hablar del bullying. Y la primera vez será realmente la primera vez, para que conste, porque el acoso escolar ha de ser continuado, aunque todavía no sé por qué, si en un contexto diferente cuando alguien agrede a otra persona, ya se materializa el delito. Al niño le exigimos que aguante unas cuantas agresiones para que su problema sea visto por los demás con suficiente entidad, que exista una conexión manifiesta entre las agresiones, que haya algo conspirador contra él.
Hay tantos casos de acoso, hay tantos niños suicidas, que debería caer sobre los tibios una maldición bíblica, si me lo permiten. La ratio, los videojuegos, la falta de profesorado, internet, esta vida perra, cualquier excusa es viable a posteriori. Se suceden las lamentaciones con la familia del suicida, la desacreditación del testimonio del que aún no se ha matado. Al final es culpa de todos y no es culpa de nadie, al final como todos somos responsables, no es responsable nadie...
Si una ley laboral quita derechos al  trabajador, el trabajador es más vulnerable al acoso. Si las leyes no protegen la igualdad, si las televisiones frivolizan la violencia sexual, la prostitución, el machismo, las mujeres perdemos en derechos y en seguridad. Los niños crecen con cariño y con paciencia, pero también con límites. Cuando los traspasan existe un reglamento que es exhibido por la administración prometiéndose una aplicación implacable, pero antes de eso hubo muchas señales que no fueron bien interpretadas. Nuestros hijos han de ser los mejores ciudadanos y para eso, indefectiblemente, sus maestros han de ser los mejor formados en conocimientos, y dado el caso, los más valientes para hacer esa llamada tan incómoda al trabajador social que puede evitar un desastre. 
Ya les digo, me parece un acierto esa campaña. También servirá cambiando el acento para educar en la salud, porque el padre fuma y bebe, el adolescente adiestra sobre cómo liarse un canuto y la chica directamente, desinforma. Eso sí, falta un niño yendo solo por la calle con la llave, con un móvil que le regalaron el día de su primera comunión con su tarifa de datos, con hábitos de consumo de adulto. Nos muestran al niño que recibe malas influencias y nos ocultan al que no recibe ninguna y crece como los pinos de la playa, retorcido por todos los vientos, convertido en una molestia. Candidato a la tala.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Escena

La vida microscópica obsesionaba a María, que miraba las almohadas con repugnancia desde que en la consulta del pediatra había visto un ácaro del tamaño de su cabeza fotografiado en la publicidad de un laboratorio farmacéutico al lado de otra foto, esta de una enfermera, que decía con el índice sobre los labios “silencio, por favor”. Le dijo el doctor a María que los ácaros se alimentaban de restos de su piel, de su pelo, que vivían en la ropa de cama, en las sábanas, que sólo el sol y una buena limpieza les destruía y que vivían en todas partes. A María le pareció horroroso, y tuvo pesadillas con ellos. Les veía voraces, insaciables, persiguiéndola sin tregua. María a veces también soñaba cosas absurdas que olvidaba casi inmediatamente. Últimamente sueña que tienen una relación tórrida con el señor Salvador, un vecino al que solamente da los buenos días. Cuando esto ocurría María se levantaba aturdida y con una jaquequilla incipiente:

- He soñado que era una perdida, decía a Faustino.

-¿Ha sido divertido?

-Agotador, decía María con media sonrisa.

María mira la almohada llena de ácaros mientras hace las camas: dejará las ventanas subidas hasta arriba hasta que quede sol o hasta que la señora Rosa empiece a hacer fritura. Por la noche notaba que dormía sobre montones de cadáveres de arácnidos diminutos que no paraban de aumentar noche y día. Si afina su oído puede escucharles crujir bajo el peso de su cabeza, puede también oír las patitas de las cucarachas en el suelo, las carcomas de los muebles, el revoloteo de la polilla que topa una y otra vez contra la bombilla del pasillo. La escucha debatirse en su batalla inútil, hasta caer fulminada. María sabe en qué instante dejan de moverse sus alas algodonosas, cómo se desprenderán las escamas, cómo sus antenas dejarán de olfatear al otro, renunciando a su destino vital, dejando su cuerpo regordete y peludo a merced de escarabajos y hormigas, en una actividad incesante cuyo sonido la incapacitaba para dormir con sosiego día tras día. María suda y se retuerce de noche, sestea de día, presa de angustias inconfesables, repulsivas. María saluda a la muerte en mitad de una pesadilla, huye de su abrazo y su guadaña,  se muere de miedo cuando va por el pasillo y todos duermen sin reparar en ella. Podría ahora mismo devorarla una fiera y nadie lo advertiría. Podría salir un monstruo de entre las sombras y su sola presencia le helaría el corazón. Entre las flores del papel de la pared aparecen caras conocidas que creía haber olvidado, sombras chinescas que se alargan cuando los coches  pasan por la calle y los faros alargan las siluetas desiguales que se proyectan en las paredes. Un grito agudo despierta a la niña, Faustino se levanta y  arrastra  a María con él, con una mezcla de lástima y fraternidad que no deja espacio más que para la pena alimentada y egoísta de esta pobre mujer, que es como la llamaba Faustino para sus adentros. Una vez que ella se metía en la cama, enfundada en aquellos calcetines horrorosos había al menos media hora de sosiego; el hombre resoplaba casi de forma inmediata, un acto que podría interpretarse como una falta absoluta de delicadeza, pero que era mucho más que todo eso: era el agotamiento de muchos años de repetir el mismo ritual de perderla en la habitación y rescatarla entre la cocina y la salita. En ocasiones María empezaba un llantito irritante y continuo, hasta que Faustino la acurrucaba contra su cuerpo, ahogado por la compasión,  preguntándose interiormente con estupor “¿era esto el matrimonio?”


jueves, 6 de octubre de 2016

Heroínas

Milagros llega  a la panadería con su billete de cien pesetas estrujándolo en la mano, porque si deja de hacerlo lo perderá. Aún no tiene dónde colocarlo en el seno, como su vecina Lola le ha enseñado. Lola lleva en un seno los billetes y en el otro la calderilla, y ve lo más normal del mundo meterse la mano para pagar en los comercios, donde ya conocen su sistema contra los cacos castos, porque de los otros Lola aún no ha encontrado ninguno. El día que eso ocurra, habrá de idear otro modo de almacenar los pempis, y Milagritos se reafirmará en su método de enrollar los billetes mucho mucho y ponerlos dentro de la mano, cerrándola sin posibilidad de  escape.
Milagros Leal, Milagritos,  sabe que Pili la panadera, es nueva  en el barrio. Ella también es un poco forastera, como le dicen en el pueblo de su madre; ambas tienen la sensación de no pertenecer a aquellas calles. Aunque no han hablado sobre esto lo saben: es una certeza que las inunda cuando pasean sabiendo que no es este su sitio, que hay un lugar donde serían más felices en este mismo momento. Quizá sea el color del cielo, las historias que les contaron, o que nacieron ya con el corazón desarraigado. Quizá en otra vida vieron otros paisajes y escucharon otras lenguas. Lo saben y les basta,   y por eso entre ellas existe una fraternidad que trasciende las edades. Pili asume que Milagritos entiende las cosas al vuelo, que en sus ojos marrones no hay una sombra de oscuridad. Piensa cuando la tiene enfrente que tiene los ojos como un potro alazán, y que como los animales detecta la maldad y el sufrimiento de lejos, así que le habla pese a la diferencia de edad como si fuesen dos viejas amigas.

-Dice mi madre que soy un chicote.

Pili coge con dulzura la barbilla de la niña que la mira con arrobo, como si fuera una estrella de cine y ella su más rendido admirador.

-Lo que sabrá tu madre… Verás: hubo una inglesa del siglo XIX que se llamaba Gertrude Bell que se fue al desierto con sus tazas de té y sus cosas de milady  porque no se resignó a lo que le tenían preparado: viajó mucho,  andaba con espías, llegó a ser una experta en oriente... Ha habido mujeres exploradoras, aviadoras, escritoras, científicas ... ¡hasta astronautas…! Tú darás la vuelta al mundo, prenda.  Las mujeres estamos acostumbradas a pedir permiso y eso no es así.

- ¿Ni al marido?

- A ese mucho menos. Al compañero se le consulta, se dialoga, pero permiso se pide a un superior. Mi hombre no es un superior.

Fumaba la panadera con pose de modelo, sentada artísticamente sobre un saco de harina con una pierna cruzada sobre la otra, jugando con el zapato que se había sacado un poco para descansar.

-¿Son de charol?

- Charol rojo, pa’ que se mueran los ofidios.

-¿Ofidios?

-Serpientes, reina, las viejas que preguntan.

Milagritos enseña a Pili un pendiente dorado que esconde con misterio, recién encontrado en la calle, arrancando una sonrisa de la mujer que tiene una respuesta lógica para casi todo:

- Es un pendiente de pobretona. En mi pueblo los llevábamos todas; los compraban a plazos a un hombre que vendía ollas, sábanas…  y los brillantitos siempre se caían, como en ese. Mis hermanas tenían un par cada una. Lo ha perdido una millonaria…

MIlagritos se despide de la mujer con un beso que recibe con ternura en el pelo, porque a los niños no se les besa en la cara. Mira a Pili que la sigue con la sonrisa mientras se ciñe el delantal como si estuviera colocándose un corsé, dejando que asome por el peto primoroso una figura firme que corta la respiración al electricista del cuarto izquierda, que cada vez es mejor marido... últimamente hasta baja a primera hora por el pan. Pili se lo ha dicho a la niña y cuando entra muy serio el señor Salvador por una barra, se parte de risa por lo bajo. Antes de que empujase la puerta para entrar le ha dicho la panadera con sorna:

-Verás qué tropezón pega cuando le hable...

... Y Salvador, ajeno al juego da un traspiés de cine mudo cuando Pili le dice al salir...

-Tenga usted buenos días...

Pili coge la mano de su cómplice para que no estalle su risa, que está llena de gotas de lluvia y alas de mariposa. Milagritos admira a la mujer sin reservas… sabe Pili tantas cosas… De mayor quiere ser así de libre, trabajar, tener un marido que la quiera, unos zapatos de charol rojo y un setter de orejas largas. De mayor no quiere ser como su madre, asustadiza e insomne. De mayor quiere conocer París, comerse el mundo, recorrer Europa en tren…