miércoles, 29 de enero de 2020

Todo lo que flota


Mallorca es la caverna. La actuación de las autoridades es incomprensible, y tiene un aroma a Marcial Maciel muy poco edificante. Huele como los pasillos de esos colegios que nunca saben nada de acoso escolar y que saltan a la prensa por un suicidio. Nadie sabía nada, no se podía sospechar. La víctima era problemática. Consternación, peluches, cartulinas. Discursos y palomas de la paz a posteriori. Ya lo dijo un señor metido a político: es difícil gestionar la ruina. La ruina en este caso de Mallorca es de una violencia obscena, pero no es nada que no hayamos leído antes, porque la violencia va con el hombre: es el reverso de un corazón entregado que lo da todo por el otro. Hermana de la cobardía. Enemiga mortal de la justicia.

Mallorca es un asunto feo y grande. Xelo Huertas -diputada entonces- instó a que se investigara el IMAS, tras escuchar a trabajadores y familiares (según su  propio testimonio), y claro, fue rechazada su iniciativa, ¡dos veces!: estaba loca, dijeron, eso sí, pasándole factura del coste político. Y todo siguió hasta ahora, que una agresión sexual ha hecho que todo salga a flote, como sólo flotan ciertas cosas. Una madre prestó su testimonio al saltar el caso a los medios, hay varios, todos tienen elementos comunes. Sus declaraciones están dominadas por la impotencia. Desgarra la devastación que describen. Antes que mujeres, eran pobres, eran nadie. De ahí el abuso y la impunidad. De ahí las proporciones monstruosas del caso, cuya sordidez nos lleva la memoria a asuntos más desdibujados, como el del Bar España, perdido en los laberintos digitales, o el caso Kote Cabezudo, cuyas raíces, hondas y añejas, molestan profundamente. Tanto como para que no se hable de él en las grandes cadenas, tanto como para que no se emita material sobre el caso.

Mallorca es un lugar donde todo confluye: desidia, violencia, política. La política -gran palabra- no ha dado aún respuestas satisfactorias. Porque falta esa gran rueda de prensa en la que mucha gente dimita o mucha gente sea despedida. Sobran excusas, retiradas y medias verdades. Así es como se pierde la fe en el sistema, contemplando este buffet de los horrores que era vox populi.  Tras la consternación empieza el jacobeo administrativo que no restará un ápice de sufrimiento a las víctimas. En palabras de Aznar, estamos trabajando en ello. A un ritmo aceptable y no como lo malo, que llega siempre a la velocidad de la luz.

La burocracia no puede acabar devorando a los más desprotegidos. Pasa con los dependientes, con las víctimas de acoso escolar o laboral, con las de VG, con tantos invisibles. Hay una maquinaria administrativa que empuja a la víctima a huir, que la hace más y más vulnerable y que a veces parece que ha hecho de subsistir como tal su único fin. Olvidaremos Mallorca, porque no nos afecta, porque no queremos tener nada que ver con esa parte de la sociedad, y hablaremos del coronavirus, que nos ha venido al pelo.

Porque un apocalipsis solapa cualquier monstruosidad y la deja pequeña. Un puntero láser y un gato, no sé si me explico. Pues eso.
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*Con el tiempo veremos qué o quién es todo lo que flota. Les adelanto que no será ninguna de las afectadas. 


martes, 21 de enero de 2020

Dice Rosa

Dice Rosa que dice Isabel que Carmen le ha contado, porque sabe que ella a nadie se lo dirá, que Fernanda ya sale a la calle aunque con poco empuje, eso sí, tampoco hay que faltar a la verdad. Sale ya a la calle como si nada. Un mes desde lo de su marido y va sin una triste chaqueta negra. Dice Isabel que ya se ríe, y que se arregla el pelo -sin mechas, con lo que ella ha sido- desprendiendo ciertas ganas de vivir. Fernanda ha sido interrogada sin pudor, bien lo sabe Carmen de primera mano, y ha respondido que vivir es cosa del cuerpo y que como no se murió en ese primer momento, en contra de todo pronóstico, vivirá para sus hijos y sus nietos, que al fin y al cabo no tienen culpa de nada. Fernanda tiene dos hijos buenos y ordenados que la rescatan para la realidad y el mundo consciente de manera que ha conseguido tener momentos en los que se olvida que Benito ya no está con ella, y que la cama es más grande y que la cocina no tiene nada fuera de su sitio, ni hay nada que fregar porque ya nadie come a deshoras.
Benito se fue una tarde de San Lorenzo y al irse hizo la casa más grande. Opina Rosa, de acuerdo con Isabel y Carmen, que la casa es demasiada casa para ella y que debería tener Fernanda una chica que la acompañase a la iglesia o al bingo, y al mismo tiempo espantara a Roque, el de Remedios, que siempre estuvo por ella y que lo mismo ahora ve la ocasión de conquistar su corazón maltrecho. Rosa tiene un pensamiento anhelante y fatigoso, y de su soltería extrae lecciones de soledad que no desea a nadie, ni siquiera a Fernanda, aunque se sentiría más tranquila si llevase luto al menos un mes. No nos queda ya nada, todo se pierde, dice Rosa lacónica al aire suave de la mañana, que trae olor a cocina y a fruta. Rosa tiene la cara torcida  desde el día cuatro del mes pasado en el que tuvo un mal aire, así llama ella a una parálisis facial de toda la vida que la aleja más de Roque y de la vida que se agolpa en las mejillas de Fernanda cuando sale de mañana a caminar y a recibir la compasión de sus vecinas. Tan bien que se llevaban. Tan buen hombre y fíjate la vida lo que es, una mentira solamente, sentencian otras señoras a coro, señoras que miran de arriba a abajo a la viuda de Benito, viuda alegre a su juicio, viuda suicida por las noches, viuda secretamente suicida y armada de ira contra Roque. 
-No habrá nadie más, Roque. Nunca más me hables de eso.
-Será lo que tú quieras...
Dice Rosa que Carmen le dijo que Isabel estaba caminando por la calle, y que vio a Roque decirle algo a Fernanda en plan confidencial y que ella parecía azorada o disgustada, que no sabría decirlo porque no llevaba las gafas. Pobre Benito, dicen a coro y hacia adentro, mientras Fernanda se acerca. Qué bien disimula esta mujer. Hola Fernanda. Qué tarde más buena se ha quedado, qué día más bueno para secar las sábanas, he puesto yo dos lavadoras... Fernanda lava menos desde que está sola, pero eso ellas ya lo saben. Fernanda se siente desgraciada por haber hablado con Roque, y la corroe un pesar doloroso y sórdido, como si Benito aún la estuviera esperando en casa. En realidad aún la espera. Ella va a buscarle a la cama desierta, a la mesa inmensa, al armario, saturado de sus camisas, al retrato donde está mirándola y que ha fijado su edad para siempre en la memoria de la mujer que sabe que ha de mirarlo muchas veces porque no quiere que se pierda nada, ni un detalle, porque entonces la vida será otra y no quiere, no quiere, no quiere...