Pasé
la jornada de reflexión en un centro comercial. Poco glamour, lo sé. Estaba en
la puerta de una tienda que vendía productos naturales. Llevaba en las manos un
bolso hecho de fibra de coco, que tiene como poco una textura interesante.
¿Cómo lo harán?, pensaba yo, mientras esperaba a mis acompañantes. Estaba
enfrente de una puerta que comunicaba con el exterior. En un coche llegaron dos
chicos, veintitantos, barbudos, bien vestidos, guapos. Se besaron dentro del
coche antes de salir. Una vez fuera había un metro de separación entre ellos.
Me pregunté si esa distancia era como la de los matrimonios que están algo
hartos el uno del otro, o si se sentían obligados a esconder su afecto. Me
pregunté, si hubiera yo estado en su situación, qué hubiera hecho, cómo viviría
ese sentirse observado por un mundo que ese sábado viraba sin control hacia el
pasado, que digan lo que digan no fue mejor. Porque una legislación cambia en
unos meses, se publica, entra en vigor, pero la mentalidad de la gente es otra
cosa. Ahora que ha pasado un poco aquel momento de tensión, ahora que se ha
votado lo necesario para no naufragar en aquellos lodos, me pregunto qué
pensarán esos dos chicos cuando pasen por una calle y vean símbolos que nos
tuercen el gesto porque nos ponen en antecedentes. Hay lugares que son
advertencias. Hay personas que no lo parecen, vociferando, soltando coces, creyendo
que es posible invadir la vida privada como en esas batallitas falsas y mal
contadas con las que nos trufaron la memoria de pequeños. Allí, viendo ese par
de muchachos que supongo hermosos y felices, tuve en mente a amigas que pasaron una campaña horrorosa. Ellas, tan
valientes, después de romper tantos esquemas, tras una vida hecha juntas,
obligadas a la represión pública por esta gente que venía bramando… No podía
ser y no ha sido.
Me
alegro por todos y todas. Me alegro de las matemáticas que nos acompañan en
este momento para blindar nuestras leyes orgánicas. Porque gritan pero son pocos.
Sus números son como sus argumentos, pero están ahí para recordarnos que los
derechos se conquistan cada día. Tal vez esa sea su labor, empujarnos a la acción, hacernos reflexionar si no
estábamos un poco lentos, si no nos habíamos tranquilizado y habíamos olvidado
que seguimos necesitando unas cuantas mareas de colores para que eso que es la
cosa pública, eso que nos hace iguales y libres, sea irrenunciable,
innegociable.
Por la
sanidad que nos salva, por la educación que nos iguala. Por las leyes que nos
dan dignidad nos felicito y nos espero en la calle. En realidad siempre ha sido ahora o nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario