miércoles, 24 de febrero de 2021

Panorámica

Parece un día cualquiera en el que la vida sigue a pesar de todo. La obsesión del vecino, que sueña con su sobrina, las miradas de doña Reme, severas hasta la náusea, la caída a los infiernos de Federico, que aún no se atreve a contar que sus brazos se alargan por la noche, mientras los demás duermen. La vida sigue, rutinaria y correosa y pasa por encima de los duelos y las celebraciones y calma los nervios de los que esperan que todo cambie con el tiempo. El tiempo se venga cada poco en forma de tedio, de enfermedad, de silencio. Daniel está en el balcón ahora mismo. Él fuma y yo le miro.  En cada una de sus bocanadas, que son más suspiro que otra cosa hay un algo de renuncia y de ese lento amoldarse que me embarga a mí al mirarle, mientras termino de coser un botón de una camisa vieja, ni muy fuerte ni muy holgado, dos vueltas y un rechinar de dientes que mi madre no aprobaría. En la calle maúlla mi gato, vigilando a dos machos de gorrión que están ganándose el derecho a la trascendencia. La primavera incipiente hace estragos en mi cuerpo. Ay de los reumáticos, asmáticos, neuróticos y demás fauna esdrújula que se rasca y se contrae ante esta brisa y este polen que vuela entre las rendijas de las horas. El tiempo vuela sobre un tobogán al que es imposible oponerse. Aceptar la primavera es necesario. Dejar que entre en el cuerpo la conspiración constante de los días, dejar que corra por la sangre el propio veneno, sin ponerse, sin sobreactuar, solo dejando que ocurra. Daniel está en el balcón. Fuma y mira a lo lejos, y en su cabeza se almacenan imágenes de coches que menudean, que se mezclan con otros que vienen y van. Paran y arrancan, solamente un momento. Da un paso hacia atrás. No quiere complicarse la vida. Quisiera saber hacerlo pero le asfixia un miedo de niño pequeño. Estruja la colilla en el ámbar del cristal. Duralex, France. Conchita le dijo que debía cambiar las colillas por cacahuetes. Se fue sin verle salir del humo. Apenas hizo ruido al cerrar. La vio pasar con una  bolsa floreada de viaje, como si no le conociera. Aquellas flores optimistas festejaron el día de la independencia de Conchita, que no ha hablado aún con él ni le ha dicho por qué fue aquel lunes y no otro. Es lo de menos por qué decide uno irse. Los pies van solos en busca de la salvación  y ésta llega con ese alejarse constante del que huye -porque escapar no puede-, de sí mismo.  


martes, 16 de febrero de 2021

Cara de conejo ( y seis)

Creo que Marta y Rai aún no son más que amigos. No hay en ella eso que  transforma el rostro del que ha querido. Es solamente una ilusión de adolescente, sin esa intimidad que todo lo complica. Me lo digo porque no aguanto pensar que esa piel suya, es cuerpo desgastado que ha naufragado conmigo tendrá una vida diferente lejos de lo contado, una posibilidad de algo novedoso. Un poco de vida en la vida, al fin.

Si Marta y Rai se vieran es posible que Marta no volviera  siendo ella. La experiencia con los otros nos cambia y nos agota. Nos pone a prueba, nos fuerza a ser mejores, renovados, felices: Marta volvería con una misión ineludible, y nunca más podría decirle que le daría el divorcio si estaba aburrida y que no me opondría a nada si volvía a sentir esa clase de amor que recuerdo. Hoy no sería capaz de darle permiso, ni ella me lo pediría. Alguna vez se ha burlado de mi celo, pidiéndome opinión para ir aquí o allá. Si se ve con Rai ya nada será en broma.

Siempre he sido lo mas importante para mi mismo. No ha habido nadie por encima de mi, ni siquiera ella. Marta lo ha sabido desde el principio, y ha hecho que nuestra vida sea plácida, cada cual en sus cosas, coincidiendo en lo principal. Ella no me ha pedido más de lo que puedo dar, y de esa manera no ha habido decepción que nos tumbe. Tenemos un acuerdo de mínimos, decía ella con cuajo, y era así, seguramente. 

No te veas con Rai, Marta. Que no codicie tu piel, ni sea como fui yo, inmune a cualquier moral, sediento y cruel, borracho de mi mismo cuando aún estar una noche entera sin dormir sin apenas consecuencias. Ahora estoy vencido y te pido clemencia, con este cuerpo derrotado que ya no tiene ni hambre ni sed. No te diré que me muero de amor, no tengo cualidades para eso. Hay sin embargo en mi una tendencia a la degradación que tú conoces, y cada vez es más claro  lo salvaje y lo vulgar en mis facciones. Mis escasas virtudes no destacan de ninguna forma, por lo que tengo asumido que me dejarás por mi, no por Rai. Ya me crujen todos los huesos, lo sabes bien. Estudiabas mi forma de moverme, sin impedimentos. Ahora que todo va fallando necesito sentir que no voy a perderlo todo en este decaer constante a los infiernos. Porque nadie nos avisó del continuo deterioro. Del quejido intermitente que no es sino un avance de lo que seré cuando te vayas.

sábado, 13 de febrero de 2021

Cara de conejo (cinco)

 Mírela, ¿la ve? Parece que duerme pero su cerebro está ocupado en estar alerta. Ella no descansa nunca, nunca se abandona. Se levanta cansada porque su cuerpo está atento a todas horas. Es su manera de mantener el control. Aprieta los dientes, los rechina como los conejos. No asume que la vida es incertidumbre y cambio, y que por mucha disciplina y orden que tenga en lo que a ella concierne, la vida dista de ser lo que uno quiere. A veces le digo que se relaje y me mira con expresión de extrañeza. No entiendo que está todo por hacer, y que si me fijo un poco, veré toneladas de tareas inaplazables. Para ella soy una criatura miedosa que no se mueve más que para  hacer lo que en ese momento sea deseable. No la he sacado nunca de su error, eso no es importante. A los demás no les importo. Los demás como mucho nos interpretan según su propio estado de ánimo. Marta me quiere, pero tan cierto es su amor por mi como que soy una decepción a punto de materializarse. Un día me mirará con fastidio, pensando en lo que ha invertido. Siempre ha sido de jugar fuerte y así se pierde hasta la camisa. Es mala perdedora porque es ambiciosa, no le basta lo que al resto, y cuando está a punto de hundirse, se revuelve como una fiera herida. 

Ese brillo me hace quererla. Se lo digo poco.  No me gusta adular. Yo la reconozco en lo que es, y creo que con eso es bastante, aunque a veces le dejo caer que hay algo vivo debajo de esta cobertura vegetal. Rai la hace reír y le dice cosas bonitas. Con él es feliz.

La espío hace unos meses. Ella debe saber que le miro las cosas. Te quiero, guapa, dice el fulano. Un día de estos nos conoceremos, le dijo el domingo por la tarde. Anduvo entontecida por el jardín. Martita, me ignoras. Adivina por qué. Se va riendo mientras lo dice. Risa de conejo y de rata. La abofetearía. Me veo haciéndolo en mi cabeza. Marta me daría el doble y más fuerte, para que quedase clara su postura. Rai es de Granada. Será el primer sitio en el que buscaré cuando desaparezca. Porque lleva mucho atrapada y él le ofrece otra vida que no es esta que nosotros tenemos, prisioneros y libres y prisioneros otra vez. Rai está equivocado si cree que a ella con el amor le basta. Ella busca más libertad que amor, y él libera su mente de las rutinas, de los silencios cargados de costumbre, de lo previsible y lo continuo. Yo soy un ciclo, un agua que se filtra en la tierra, va al mar, que es ola y nube,  y llueve otra vez sobre su ventana, en un ejercicio melancólico que pone fondo a mis temores.

-¿Si te fueras me lo dirías?

-Claro, pero no me voy.

-¿Y Rai?

-Rai no es para mi.

Rai no es para mi, dice. Rosalinda tampoco lo era. Me excitaba su atolondramiento, su carnalidad desbordante. Marta nunca ha sufrido esa desmesura. Necesité vivirla aunque fuera una vez. Tuvo mi amante la tentación de esperarme, pero hay en esas situaciones algo humillante y vulgar que nace muerto, y que nos deja con cara de escolar azorado, con las manos y la bata manchadas de tinta china. Se fue por donde vino. A quien le hable de mi le dirá que solo fui una especie de tormenta, una desgracia. Creo que si Marta enviudara lo superaría muy bien. Nunca me faltaría al respeto. La imagino bebiendo unas tazas de té enormes mientras suspira. Es lo que hace cuando habla consigo misma de cómo se le escapa la vida.

martes, 9 de febrero de 2021

Cara de conejo (cuatro)

 Se llama Rai, o es así como ella le llama. Rai le escribe todos los días varias veces. Hola bonita, cómo estás. Qué haces ahora. Qué te inquieta. Él entiende su alma como la entiende un amante, sediento de la coincidencia, apresurado, temblón. La requiebra, la mima. La amistad no es eso, Marta. Se lo diría si tuviera ocasión de hablarle de eso que ahora le ocurre. La amistad es un compromiso que erosiona y desgasta, y que da mucha alegría, también, pero por encima de todo es unir tu destino al de otro que siempre estará para ti. Rai la llevaría al museo. Esta, Marta, me la sé. Rai la llevaría a a ver cine japonés. Cualquiera que la conozca un poco sabe que sus sueños están envueltos en pañuelos de seda. Rai le sacaría fotos y se pondría con ella, bien atento en alinear sus ojos con los de ella. Sería para Marta algo nuevo, no tener que pedir algo dos veces. La última foto que nos hicimos estábamos en la playa. Ella compartió un paisaje y al momento él le dijo que estaba hermosa. Marta sólo publicó unos cafés allá donde todo el mundo mira, lo que me da la certeza de que existe un lugar sólo para esa Marta que yo recelo, un lugar donde ella es feliz y que, sin embargo, me entristece profundamente. 

Nunca me hice fotos con mi amante, ni quise darle una. ¿Siguen regalándose fotos los amantes? Parece de otro tiempo ese ritual de llevar un rostro en la cartera. Rai tiene una foto suya, estoy seguro, y tal vez quiera mirarla como yo miraba a mi amante después de aquellos encuentros frenéticos y vacíos. Entonces yo no lo sabía pero era un hombre ridículo intentando ser lo que no era, jugándomelo todo en un envite, en la cama de otra, en la vida de otra.

La otra tarde Marta me habló de Rai, así, como de pasada. No  sé ni lo que me dijo. Estaba enfurruñado, como un  crío,  y ella daba vueltas de aquí para allá, haciendo cosas que tampoco recuerdo, porque me daba igual su energía y su contento. Conmigo es una mujer reumática que vive pendiente de las horas que le quedan para volver a tomar algo para el dolor. Pero la otra tarde no estaba así, y me molestó su alegría reencontrada. Me niego a este reto que me ha impuesto. Si no se riera de mí con su carita roedora le diría que no la conozco, pero eso sería como destapar un tubo de confetti. Se pondría en jarras y me diría llorando de risa que ha encontrado el amor.

Si hoy me dijera eso, yo la cogería de la garganta y la obligaría a callar. No se inquiete. Esto ha sido una exageración fuera de lugar, olvide lo que le he dicho. Marta habla demasiado. Yo le digo que calle pero no me hace caso. Cuando me persigue por el pasillo diciéndome mil cosas, cuando me habla tanto, siento una ira que me empuja toda la sangre a los ojos. Una vez la cogí fuerte del brazo, porque me estaba tapando la puerta y no me dejaba salir, es muy terca cuando ella quiere. Puso muy recta la espalda y me dijo que la soltara, con un tono de voz prácticamente inaudible. Entonces fui yo el que sintió miedo. Si se me hubiera ocurrido pegarle ella se hubiera defendido de una manera feroz, lo mismo ella hubiera sido la que me hubiera matado, quién sabe. Ahora, conforme se lo cuento, pienso si sabe Rai que yo lloré mucho aquel día, cuando pensé, porque sólo era un crío, que ella no me perdonaría nunca. Si yo supiera que Rai lo sabe me moriría un poco y necesitaría conocerle para saber de qué estamos hablando, porque a uno hay cosas que le preocupan más que otras. A mi me desvela que otro sepa lo que me hiere. Que Marta le deje entrar en nuestras vidas. Que encuentre en él aquello a lo que había renunciado. Que sea, aunque sea sólo por unos días, absolutamente feliz.

jueves, 4 de febrero de 2021

Cara de conejo (tres)

Sólo ella sabe por qué nunca me habló de cómo olían mis camisas. Seguramente porque, como dice hoy un periodista,  se han contagiado personas que no vivirán en quince días. Marta maneja bien el tiempo, por eso los que no la conocen piensan más de una vez que es rica. En verdad, lo es. Para ella el tiempo es una magnitud sólida que da como resultado un filón que explota con tenacidad. Pule y talla como un artesano y hace un recorrido molecular por cada objeto inerte, sacándole una gracia escondida para ojos como los míos. En ella brota la vida. Marta está inexcusablemente viva y me lo recuerda su forma de dormitar en el sofá, hilando sueños que se convierten en realidades, obrando esos pequeños prodigios que hablan de su voluntad de ser, ante todo. Que me pille dormida la muerte, dice, cuando sabe que la observo. Lo dice abriendo un ojo y cerrándolo rápidamente, como en un juego en el que soy yo el niño.

La engañé y ahora ella está distinta. No está triste, al contrario. Se siente halagada como una amante reciente. Sé que no ha estado con nadie, pero su mente es fantasiosa y alegre, y necesita constantes retos y aventuras. Hace mucho que viaja sola, esperando que yo me incorpore, pero la he descuidado tanto que no sé si habrá para mi un sitio en donde ella se se encuentra. Hace años que va en discreta cuesta abajo, su salud es un asunto algo complejo. Hoy una cosa y mañana otra, y yo muerto de miedo porque ella sabe viajar sola y yo no sé ni imaginarme la vida sin tropezar con ella por el pasillo. Ha aceptado mis ausencias y mis manías, me ha esperado sin dejar de hacer nada que hubiera que hacerse, incluyendo todo eso que tiene que ver con cultivar las amistades que pueden marchitarse poco a poco. No dudo que tenga buenos amigos y que éstos le sirvan de apoyo en las horas que la ignoro. No puedo obviar que con ella la vida ha sido buena y agradable, pero si te separas mucho de alguien en el hueco que se forma caben hasta dos personas. Por eso tuve una aventura vulgar y estresante y por eso ahora ella se ríe sin compartir sus motivos. No haré preguntas, se lo debo. Sólo sé que quiero desaparecer. 

Se llama Rai.

martes, 2 de febrero de 2021

Cara de conejo (dos)

 

Como le digo, Marta tiene amigos por internet. Ellos la comprenden y la dejan ser quien quiere ser. Como yo lo veo, la amistad virtual no es demasiado exigente. Se basa en agradar, en epatar, en llenar ese hueco que siempre tiene el otro en el corazón. A veces la leo, y es otra Marta a mi Marta. En las redes es más jovial, más bromista, más fresca. Si yo no supiera que es ella, me gustaría ser su amigo. A veces he tenido la tentación de hacerme una cuenta para entrarle al trapo, participar de su alegría, o mandarle canciones de amor. Me arrepiento rápido y me sonrojo pensando en que pueda reconocerme, porque ella es lista como ella sola. Me diría, “no engañas ni a la muerte, lebrel”, y yo me querría morir pensando en que allí sería yo el que estuviera perdido sin saber por primera vez lo que decirle.

Se ha puesto una foto de las últimas vacaciones. Se la hice yo, por lo tanto, yo no estoy con ella. Últimamente siempre hago yo las fotos, no porque ella no quiera salir conmigo, sino porque cuando llega el momento de sacarla, empiezo a mirar por el objetivo y siento que no merezco estar ahí con ella, como si el espacio le perteneciera  por derecho. Me niego y ella protesta, y a veces se pone seria hasta que poso con desgana. Aclaro, llegado a este punto, que sobre este asunto y otros más mollares, ella no recela, ella sabe.

Ella lo sabe todo. La engañé una vez. Lo supo el mismo día, estuvo triste, mustia. Durmió en el sofá y no le pregunté por qué. Se quedó allí, enrollada en una manta, con el aplomo que da el convencimiento. Su espalda es frágil y volvió a la cama la noche siguiente. Ni me dijo ni le dije durante dos semanas.

Dos semanas más tarde me abrazó en la playa. Se acabó el vacío en ese instante. En ese momento supe que aún la quería. No como cuando nos casamos, no como cuando éramos jóvenes. Un momento de consciencia en mitad del caos. Uno engaña porque quiere una vida distinta, ser otro, tener una ilusión incombustible, explorar los abismos y llegar, irremediablemente, a la estupidez. Si uno abunda en esa senda acaba comprándose una moto enorme o teniendo una criatura a destiempo. Mi amante fue sólo el vehículo de un exorcismo cutre que acabó sin explicaciones. Ella no las necesitaba tampoco. Mi libertad consistió en una tarde tórrida que se esfumó al coger Marta mi ropa y arrojarla al fondo de la lavadora con desprecio. Se quedó mirando el tambor mientras giraba. Cuando acabó el ciclo sacó la colada y la tiró a la basura dentro de una bolsa.

Debe ser así como se siente uno cuando le cortan la cabeza.