Se va Biel, es evidente. Las idas y venidas de
Susana, una maleta y una bolsa de
deporte llevados y traídos varias veces por el pasillo, dan lugar a la
conjetura de Eliseo, que hace de vigía una noche más desde su ventana. Susana
duerme mejor desde que vino el hijo, un poco antes también. Paco estaba también
más tranquilo. La que parece que no pega ojo es Matilde, pero según Pilar
siempre ha dormido más bien poco. Pilar aventura la causa de la partida de
Biel. Dice que su vida está construida en otra parte y que en casa no le queda apenas nada. Debe ser raro tener la infancia
repartida, aquí o allá, sin un patio en el verano, sin una Fernanda o una Tere.
Nació mayor, dice Matilde, y no tenía ganas nunca de jugar, tan sólo de leer,
de saber, de observar. Y quiere a sus
padres, claro que les quiere, pero este no es su sitio. Hay gente que es de
ninguna parte, que pasa la vida comprando billetes de tren para alejarse de sí
mismos en un trayecto sin fin. Biel, según Matilde, es un nómada que no tiene
dónde volver, o lo que es lo mismo, todo el mundo le pertenece. Todo el mundo
es mucha tierra, se dice Eliseo para sus adentros de pasante, muchos metros
cuadrados de herencias y escrituras, muchas hojas de registro, muchas notas
redactadas con ganas o sin prisa. Todo el mundo es una expresión abrumadora,
que le hace pensar en su rutina de hombre corriente, sin pasiones, sin
querencias. Se pregunta Eliseo si sería feliz lejos de donde está, si pertenece
a algún sitio, si añoraría la playa, la brisa que llega por la noche cuando hay
levante, si podría acostumbrarse a no sentir el salitre curtiéndole la piel en
el verano. Antes no estaba tan cerca del mar como ahora. Creció en un campo
como otro, un campo llano y seco, con unas higueras y unas acacias. Aquel lugar
era igual que otro excepto por las voces y los olores, por los colores del
cielo, que era el mismo cielo que éste, pero después de tantos años ya no es
igual ni éste ni aquél. Le ha dado miedo volver a la casa de sus padres, por si
encuentra algo que le hiera, algo de eso que hay en las casas viejas, dormido o
sepultado. Tiene miedo Eliseo a que le salga al encuentro Serrano y se
convierta en el padre ausente. Tiene miedo de su madre, tan sola y tan triste
como esas sillas que se quedan llenas de telarañas sin que nadie las ocupe. Sólo
le llama Fernanda y su presencia poderosa; a ella le complacería verle pisando
el sendero otra vez, pero Fernanda ya no está. Un día desapareció y con ella
todo cuanto le unía a la infancia. A Fernanda nunca la vio bañarse en el mar,
ella siempre esperaba fuera con una toalla blanca, con una cesta con fruta.
Fernanda, tal vez su madre elegida, es la única persona que quisiera recordar como
algo netamente suyo. Las olas le llevan por el tiempo en su ir y venir. Ha
llegado hasta la playa paseando, buscando señales que le lleven a buen puerto. Le
gusta estar en este lugar de paz, imaginar
una tormenta oceánica, maravillarse con una galerna si la hubiera, aunque eso
no ocurrirá. Su mar es pequeño, desordenado y hermoso como la melena de
Matilde.
Si se fuera hoy de
este lugar que ocupa en el mundo, echaría de menos su ventana y lo que
ve desde ella, o lo que es lo mismo, a esas personas que han irrumpido en su
vida y que son una familia que le acepta como es. Ha viajado tan poco… apenas
unas rutas por el país, programadas y planas, unos fines de semana cuando era
estudiante, París al acabar la carrera. Le pareció una ciudad enorme y
preciosa, donde la gente vestía bien por la calle y olía a mantequilla por la
mañana. Su hotel estaba al lado de una panadería. Sí, París olía a mantequilla
y a jardines recién regados. Allí no ocurrió nada especial. El grupo se partió
a última hora y no compartió habitación con nadie, así que aquellas noches en
París fueron noches como en cualquier sitio. Ahora piensa que tal vez sí
ocurrió algo que pasó desapercibido, y que las circunstancias hicieron que esa
cosa no estuviera registrada en su memoria. Casi le da vergüenza decir que
estuvo en París y que no le ocurrió nada destacable, porque sabe que si le
pasase ahora, hubiera ido aunque hubiera sido a tomar un buen café. Qué
desperdicio, Eliseo, se dice mirándose en ese espejo que nos maltrata
únicamente a nosotros. Cómo has podido ir a
París y que no pasara nada... Últimamente tiene una sensación muy
molesta, como si el tiempo se le escapara, como si pasaran más rápidos los días.
Las calles llenas de gente atareada, estresada por no poder darlo todo y él con
un mundo de horas libres. Sin embargo, aún teniendo todo bajo control, el
tiempo iba más rápido y sin querer había anidado en su cabeza la tiranía de la
comparación. Que si la casa de éste, que si los hijos de aquél, que si el matrimonio
de éstos, que si el perro de los otros… No cumplía apenas ninguno de los
parámetros de sus conocidos. A Matilde se le abren mucho los ojos al escuchar
este relato. Criatura, te estás haciendo mayor y hacerse mayor es perder poco a
poco y tener prisa. ¿Te ha entrado la prisa? Pues apresúrate a empezar a vivir
que de eso se trata y no de otra cosa. Eliseo
confiesa una idea que le obsesiona, su indefinición. No sé cómo soy, Matilde: a
estas alturas no sé lo que quiero. La mujer le mira, arrobada. Eres como todos,
de barro. Parecemos duros y sólo estamos apelmazados, conteniendo vida
durmiente. Un día resbala la lluvia sobre nosotros y somos tierra, pero si no
sabemos ponernos bajo cubierto nos convertimos en un barro oscuro y viscoso.
Mira mi piel, es como un terreno margoso. Matilde coge las manos de Eliseo y
las coloca sobre sus mejillas, mirándole a los ojos. Ahora mismo soy barro, un
barro cenagoso que no deja avanzar, de ese que se pega en los zapatos y hace
caer a los niños. Tú aún tienes algo de vida dentro. Siento la tentación de
vampirizarte, es fácil engancharse a alguien como tú, sin apenas maldad. Eliseo
recibe el elogio con fastidio. No quiere ser una virgen niña, cree que debería
sentir el desasosiego que otros describen, tener dudas sobre cuestiones
morales, un pasado tenebroso, pero nada de eso hay, y eso es lo que más le
indigna. Matilde observa divertida su lucha interior: eres Eliseo simplemente,
y tienes la capacidad de hacer bien y mucho más de lo que crees. No te ves como
eres, querido, pero eso da igual. Porque no nos conocemos, sólo nos
interpretamos unos a otros, a nosotros mismos incluso. Eliseo, te veo
despertando y me emociono. Remi me despertó a mi. Crecí pensando que estaba
todo en orden y llegó él. Llegó y lo puso todo en duda. Llegó y ahora se ha
ido. Ya no encuentro bienestar en el orden. Él me cambió. Tú estás cambiando
ahora. Eso quiere decir que tu tierra es permeable y cala en ella la lluvia.
Qué gran suerte, despertar tan joven, tener tanta vida aún, para ser consciente.
Aunque sólo fuera para eso, Eliseo.
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