miércoles, 19 de julio de 2023

Mucho texto

 

Todos los días son domingo y todas las horas, la hora decisiva.

Este domingo pesado, lleno de polen y avispas, recuerda a otros que fueron, y que fueron olvidados por desidia. Porque el hombre es desidioso. Al hombre se le secan las plantas y el gato le maúlla de hambre, y apenas se siente culpable por los crímenes pequeños. A veces tampoco por los grandes: llamar a alguien subnormal o maricón, desear la muerte al vecino, aparcar tapando una salida, haciendo que una persona que va sobre ruedas tenga que jugarse una caída que a veces ocurre. Cayó Fulano de su silla. Ya estaba mal, no es anda nuevo. Fulano y sus huesos precarios no son de mucha importancia si se es joven y vibrante, si se ha vuelto a las seis de estar toda la noche por ahí y se jalea y se grita pidiendo un café cargado.

El hombre es desidioso, eso es un hecho. Las plantas se nos secan, hasta las que están a goteo, y forman hileras pardas de naturalezas muertas que dicen que este o el otro tuvo algo mejor que hacer. Las cuadrillas de las urgencias han pintado una señal en el suelo que reza un sotp inquietante. Pare, si le viene bien, parece que ponga. Al rato es un stop expeditivo, todo en orden, circulen. Los trabajadores fosforescentes se tuestan en horarios imposibles, enfundados en poliéster, cumpliendo la normativa. La formalidad viene a imponerse, me dice un vendedor de tomates. En su ánimo hay algo de orgullo y de protagonismo, como si fuera el garante del orden, como si hubiera sido responsable de este giro copernicano que me están predicando y que no veo, por más que me esfuerzo. No creo que los cambios deban proceder de un manifiesto inflamado o de proscribir los versos de un poeta. Soy geóloga de vocación y percibo erosión o voladura. Pero ambas cosas no se producen igual, lo mismo me equivoco, porque también tengo algo de artista, que es como ser gato callejero hambriento, como ser pájaro que huye, como esas tórtolas insistentes que no aportan casi nada más que cinco arrullos seguidos. La erosión viene por la desidia, esta es mi teoría. Las cosas se desgastan poco a poco y se caen de pura vejez hasta que es polvo o nada lo que queda. Mi vendedor de tomates predica su voladura controlada, poniendo él los cartuchos ahí donde haya una grieta, formando esa grieta si es preciso, hundiendo los explosivos en las entrañas de aquel que anda dormido, porque un hombre dormido es fácil de fragmentar en trozos irreconocibles de humanidad. A un hombre dormido se le engaña como a un niño, y se le dan los pedazos en una bolsita como cuando te daban un cangrejo vivo para que no incordiases. Dura la ilusión de unir los pedazos un tiempo, hasta que llega el día en el que uno de ellos falta, y nadie se lo ha llevado. Da lo mismo que sea un mostrador que un análisis de sangre, unos centímetros de acera o un maestro para los hijos. Te han quitado un trocito y ya no eres un hombre entero, un hombre con sus conquistas y sus derechos. Eres un hombre que tenía algo y ya no lo tiene, y ese algo ha desaparecido sin fecha. En esto de ser un hombre a falta de unas piezas, nunca falta un letrero escrito con letra apresurada: vuelvo enseguida.

(Lo suyo viene de Alemania, decían, hace ya un tiempo, cuando los plazos eran indefinidos. No se puede saber cuándo llegará: estamos en agosto. No está el encargado. No hay presupuesto. Falta un papel. Lo han recurrido. Cuando venga el jefe le pregunto. Le mando un whatsapp en saberlo. Contáctenos por formulario.)

Un hombre incompleto sacude las piernas un poco, como si quisiera despertar de nuevo, y vuelve al sueño casi sin ser consciente. Su organismo ha descubierto que puede funcionar con menos, y se aplica a la labor de ahorrar energía. Puede comer peor, puede pasar más calor, puede tardar más en llegar a los sitios, puede tener a los hijos más horas solos, y los hijos pueden tener más años los dientes torcidos, los libros antiguos, las gafas sin graduar. Los hijos crecen en Etiopía y aquí también lo harán… ¡Lo han hecho siempre! ¿Acaso no crecimos nosotros? ¿Acaso Ramón y Cajal tenía wifi? Son ganas de enredar, no se necesita tanto. La felicidad es tener dinero para una caña, para ramonear en un centro comercial, para ser como los que vemos en las pantallas que nos vigilan. Somos diligentes y tenemos información. Nuestro teléfono es invocado tan a menudo que parece un apéndice más de nuestro cuerpo. Y nos llega un goteo de historias que son sólo curiosidades, y esas anécdotas sazonadas se convierten en motivo de nuestras disputas mientras seguimos perdiendo pedazos. Pero es tan sabroso sentirse informado, llegar a todas partes, sentir que somos partícipes de un estado de opinión, que no podemos resistir activar una vez más la pantalla donde aparecen unas vistas soberbias de la costa de Croacia. No pasa ni un minuto y mi banco me ofrece un crédito. Su oportunidad ha llegado, me dicen, sea libre para ellos. Un padre abraza a un hijo en un maravilloso blanco y negro. Firme en menos de cinco minutos.

Haga realidad su sueño.

Cierro el anuncio y en cuestión de apenas diez minutos me llama una voz sibilante: haga realidad su sueño, tiene un crédito preconcedido. Pruebo una posibilidad de escape diciendo que es cuenta conjunta. Tampoco hace falta que su marido se entere.

Me gusta esta mujer que me susurra con maneras de embaucadora. Me parece que si sigo dándole conversación nos iremos juntas con el cash que me tiene casi aprobado. Es una voz untuosa que viene a sacarme del tedio. Todo lo que quiso hacer, ¿no ha ido usted a Italia? No he ido a ninguna parte. Pues por eso, con este dinero se puede comprar ropa para viajar y dos buenas maletas. Le cuelgo porque lo siguiente es que quedemos en la esquina y nos larguemos sin despedirnos de los que andan por aquí cumpliendo con sus obligaciones. Señora se fuga con teleoperadora tras cobrar un crédito exprés. Me acabo de convertir en un faldón de tele de media tarde.

 

Pasó el orgullo y me acordé de todos los que se fueron a empezar de nuevo. A esos y a esas les robaron más trozos que a los demás. Empezar de nuevo que era vivir en peligro por un corazón clandestino, pero vivir al fin, conscientemente, desprendiéndose de toda la mugre acumulada por ese chistar continuo que suena dentro de la cabeza. Callar los pensamientos debe ser muy estresante, no poder querer a quien tú quieras. No poder ser, simplemente, aunque no quieras a nadie, aunque no quieras estar con nadie, aunque nadie lo sepa. En mi corazón mis alumnos, un suicida, varios familiares y amigos. Todos ellos están conmigo y caminan a mi lado mientras me revuelvo, como si alguien me cogiera de la manga para no dejarme correr. Me enseñaron a ver cuándo alguien no deja vivir a otro. Esas personas que maritirizan a los demás sin motivo se revelan ante mí nítidamente. Son los que miraron mal a los míos, los que les insultaron, los que tropezaron con ellos o dejaron de servirles en un bar. Son los que vienen a volar los cimientos de la igualdad que lucha por imponerse, porque la igualdad nunca llega suavemente, la igualdad es una pelea constante que se reaviva cada día. Hay que desconfiar en estos días de los que digan que ya no hay que luchar por los derechos. Eso no va a ocurrir nunca, y más vale que vayamos siendo conscientes de que los que nacieron abajo, los que están abajo por linaje y porque nacieron con las cartas marcadas, son vistos como prescindibles, y que muchas veces necesitan de los que andamos más boyantes. Al fin y al cabo esa es una de las razones de estar en el mundo, servir para algo, para alguien, ponerse a disposición de los demás.

Ese hombre que arrastra su humanidad en una bolsa, sin saber cuántos trozos le faltan, ha decidido escuchar al que le ofrece vivir como si fuera lo mismo tener o no su cuerpo completo. Este hombre que es receptivo al veneno de las serpientes, cree que su salud es de hierro, que su arrojo le hace solvente, que no hay nada ni nadie que pueda amenazar su bienestar si se actúa con contundencia. Cree que debe pagar menos impuestos y que hay que invertir en autopistas por las que nunca va a rodar, porque no le da su sueldo para festejos. Eso sí, si cambian los dirigentes, si hay personas menos melindrosas al frente, las personas como él recibirán el reconocimiento que les hace falta para coinvertirse en pilares de su comunidad. No es hora para tibios, se dicen los que han despertado con ese sonsonete que les agrada tanto y que cuaja de embustes una mitología que yo, personalmente guardo en varios libros con títulos bien rimbombantes. Todos ellos dicen que merecemos más y que nos han robado la cartera los de siempre: los pobres, los muy pobres y los rojos, abogados de todas las causas que van en contra de la moral y las buenas costumbres, entendiendo que dentro de éstas no entra ni comer ni tener casa. La casa para el que la pueda hipotecar, la comida, para el que pueda ir al dentista. Los libros para el que le guste leer, que soy yo más de series, me decía una criatura que va escorando lentamente al lado oscuro de la fuerza. Es curioso, en verdad os digo, ver a un niño que no deja de ser un niño. Un niño con cincuenta y tantos, un niño de promoción, un niño que te quiere explicar que ha oído que la cosa está muy mal por la agenda 2030, pero que no se ha leído al respecto más que un par de refritos que carecen de autoría. Hemos vuelto, eso parece, de nuevo a la tradición oral, y habrá que guerrear por las mujeres, acaparar las ovejas y contar historias terribles que sirvan de cultura y advertencia. Mi paciencia llegó a su límite, el día que una persona que yo creía sensata, me dijo que el arn mensajero nos iba a amargar la vida. Con los años he aprendido a poner cara de asombro y esta persona me dijo que nunca se había visto eso. Parece ser que era mensajero porque iba camino de Sebastopol en un caballo incansable hasta que le cogieron los tártaros. No le disuadí, pero creí conveniente apuntar, en la lista de las cosas que a nadie interesa, que hay que ampliar un poquito el tema de la célula, para que no creamos que una célula es como una bolsa de plástico donde llega un jinete con un ucase entre la guerrera y la camisa y la vida del planeta tose con verdadero trabajo respiratorio. La célula es la ciencia, y la ciencia y su método es una oportunidad para poner en duda cuanto sabemos, lo que somos y lo que podemos explorar. El acientifismo es un dolor crónico que a fuerza de ser soportable empieza a ignorarse. Sin embargo hay que arrancarlo como una mala hierba, con esa eficacia con la que se llevan las cuadrillas municipales de las ciudades los árboles viejos dejando huérfano el alcorque, sustituyéndolo por ladrillitos y ocurrencias que ya no pueden cobijar los bancos donde los viejos antes tomaban la sombra. Ahora todo es sol, como esa parte del tendido que dicen es más condescendiente con la falta de arte. Será que nos preparamos, en lo estético también, para tragar sapos de todo tamaño. Va a ser esa la razón por lo que lo feo y lo hortera se extiende y se revalida en los comicios que dan a los alcaldes varas que no sueltan por si acaso alguien tiene intención de blandirlas sobre ellos. Las ciudades son menos amables, y las hormigas que corretean por ellas no se han parado a pensar que lo feo y lo malo se dan la mano, que pasear por esta o aquella esquina es gloria o ruina de una zona que se determina sobre plano. Van demasiado deprisa, pendientes de sobrevivir, huyendo del calor y las basuras, de las ratas, de la propia vida que se vuelve más hostil cuanto más lejos de casa. Vivo, como dice mi querido Luismi, en el Levante feliz, y el clima es benévolo hasta que arrecia el calor. Está el aire irrespirable porque ha cambiado y no viene del sur, sino del pasado. Llegaron riéndose de todo, exhibiendo su lejanía con la cultura, censurando, despreciándonos a nosotras especialmente, porque ya no somos aquellas cuya única misión era ser servidoras (para servir a Dios y a usted). Aún así, puedo decir que en este metro cuadrado la vida es agradable y sencilla, salvo que seas homosexual o comunista, o negro, o árabe o gitano. O pobre en cualquiera de sus formas. O hayas tenido problemas mentales, o tengas un hijo con discapacidad, o la discapacidad la tengas tú mismo y tengas que esquivar todo tipo de barreras que siembran las calles como se siembran las minas antipersona, sin escatimar en gastos, sin dejar un palmo limpio. El clima es amable y la gente lo mismo, y el mar sólo es bravo en ocasiones. Esto no es el Cantábrico. El agua está más caliente y el aire en verano huele a pólvora y a Castrol. La libertad de enroscar, de incendiar, de sentirse dueño del mundo con una tormenta de emociones.

Invocar a Zweig en estos días nos da un aura de suicidas con conciencia. Hay que leer de manera incansable. ¿Acaso toda esta miseria no es sino haber estado lejos de lo que el conocimiento dice, de cualquier visión crítica?  Me gusta decir a los chiquillos que saber es como cavar un pozo en el que sólo el agua profunda sale verdaderamente limpia. Hay quien bebe agua turbia por sólo cavar un poco. Hay quien ahonda sin descanso, porque debe haber  algo mejor, porque siempre hay más y más abajo. Los campos de conocimiento no pueden simplificarse tanto como para que cualquiera los domine. Por eso mismo creer que lo que te dan resumido en un minuto equivale al trabajo de una vida es tan falso como ingenuo. Creer no es pensar, escuchar no es entender. No hay saber sin reflexión, y ésta no existe sin una formación adecuada. A un niño se le entrega el conocimiento que se ha comprobado mil veces. A un adulto debería tratársele igual. Pero qué sería de los argumentarios y del que los escribe. Qué sería de los oportunistas, comunicadores y demás patulea mediática, más pendiente de los efectos especiales que del verdadero significado de las cosas. Qué sería de esta vanidad sobrevenida de convertirse en una influencia para otros, cuando la importancia se mide en dinero y en una fama que se consume como una bengala sin que nadie la recuerde pasado un tiempo.

La inmediatez nos mata, nos hace débiles, nos obliga a saltar antes de tiempo. Y de este modo se fabrican las noticias alarmantes, los titulares escandalosos, todo lo que mueve a la curiosidad. Nunca ha estado tan difusa la frontera entre informarse y husmear. Basta  con que algo nos suene para que se le de carta de naturaleza. Basta con que alguien a quien consideramos simpático nos regale su reflexión. Quien la patrocine es indiferente, porque eso sí, cada opinión lleva tras de sí la huella del sponsor, que suena más profesional que padrino, tal vez esto último más ajustado. Padrino es el que se compromete en el bautismo a hacer de padre espiritual, a falta del propio. Y de este modo nos sentimos ligados a la opinión de personas que sirven a intereses divergentes a los nuestros. Cualquier empresario de fuste, de esos que tienen dinero aquí y allá, que fabrica y compra aquí o allá nos dirá, llegado al caso, que le hiere ver cómo la nación se desintegra. Este discurso es trasversal y muy versátil, porque no se puede desmontar. Los argumentos sentimentales alimentan las pasiones y las militancias, no tanto así a las personas que han de ir, ordenadamente, orgullosamente a votar, como dice Antonio, en defensa propia. Vivimos en la base de una gravera; la cima está mucho más lejos de lo que cuenta la fábula del emprendimiento, y la estructura del ascensor es más parecida a una cucaña que a una escalera. Tengamos claro al votar que las clases sociales son impermeables y que oponen una resistencia sistemática a la asimilación de elementos externos. Que ser rico se hereda, y ser pobre también.

 

Si eres mujer, vota.        

Si crees que tus derechos peligran, vota.

Si sabes positivamente que tu existencia les ofende, vota, por Dior.

 

(Ya sé. Mucho texto.)