miércoles, 28 de diciembre de 2016

Deseos


 "El noble Bruto os ha dicho que César era ambicioso. Si tal ha sido, su falta fue muy grave, y la habrá pagado terriblemente"

Julio César, Shakespeare. Acto tercero, escena segunda.

¡Cuántos hemos visto caer este año! Cuántos venían a darme, a regalarme el sosiego que me robaban por la noche los que querían pervertir mi dignidad. Y eso que cuesta pervertir la dignidad de un pobre que sabe que lo es, un pobre no demasiado iletrado, un pobre insolvente y rebelde, un pobre sediento.

Muchos han  perdido los frenos en las citas electorales, creyendo que estaban arriba, cayendo estrepitosamente, regalando un festival de puñaladas y diretes que no pesan más que un alma medieval: unos gramos de incomodidad con la foto de un café con leche, servidos cada mañana. Hay quien pensó que así estaba haciendo política y sólo alimentó la bestia del cinismo, quizá la más destructiva de cuantas pueblan las redes y las redacciones. 
Cómo me alegro de que acabe el año. Y eso que el 31 y el 1 serán físicamente iguales, pero se dice una, como pobre militante (no como militante pobre), que les queda un día menos. Les explico quién son les: los que manipulan, los que retuercen, los que no dialogan, los que dan la nota por pura incompetencia intelectual, los que son malos de capuchón, los que son tan pelotas, tanto, que han llegado arriba haciendo propósito de no descabalgar jamás. Esos que escriben discursos horrendos, esos que redactan leyes que nacen con un recurso bajo el brazo. A esos les queda un día menos, y como Bruto, son hombres honrados, y como Bruto, mataron la ambición del otro, y de paso al otro.
Me alegraré de que esos caigan este año y dejen el camino expedito a gente ética, gente libre de ego, gente que piensa en los demás tocando tierra, predicando con el ejemplo. 
En ocasiones pienso que debe haber gente virtuosa y preparada y me emociono. En ocasiones me tropiezo con personas así, me cercioro de que existen y pienso que quizá este año se animen y se unan a las que ya están trabajando por las ideas, sepultadas bajo unas siglas que dan a la galería momentos de bochorno y que no les hacen justicia. Me dura poco la ilusión. Lo que tardo en conectarme a la realidad paralela que escriben los argumentarios y que ni siquiera me suena. 
Ya pueden imaginar lo que pido para el año que viene, y lo poquísimo que voy a prosperar sin hacer esa vida social tan conveniente para dejar de verse como pobre, para intentar ser pelota, o Bruto...

miércoles, 21 de diciembre de 2016

No me interesa

Curriculum impresionante el de Quintà, pero no me interesa.
Para mí siempre será el asesino de una mujer. Y que conste que digo una mujer, no "su" mujer, aunque en las noticias haya repaso de la trayectoria del supuesto asesino, que culmina cuando Victòria Bertran ha pasado de ser "su" mujer a "su" víctima. 
Este caso no es peor que otros a nivel criminiológico, pero hay casos que hacen que las pupilas del espectador se dilaten, que se cree una pequeña conmoción social. Ella era una mujer bien formada, independiente a nivel económico. Aquí está la conmoción, pues no son sólo mujeres marginales las que sufren la violencia de sus parejas o exparejas. Dentro de todos los estereotipos que circulan sobre la violencia de género, uno muy extendido es ese que nos empuja a pensar que la violencia de género se desarrolla casi exclusivamente en entornos deprimidos socialmente. Hace mucho, al empezar en las redes, me llegó el testimonio de una mujer lista, listísima, que tuvo que salir de su casa con lo puesto.  A priori nadie diría que esa mujer (universitaria, preciosa, de lo que llamaríamos clase media-alta, joven, con recursos personales) era lo que se entiende vulgarmente como una víctima tipo. Esta mujer cargó -además de la crianza de los  hijos del matrimonio que huyeron con ella- con un mantra repetido por los que la rodeaban, basado en la incredulidad: eso le pasa a otro tipo de mujeres. Esas personas que emiten opiniones tan arbitrarias son las mismas que no entienden lo que significa que cuando nos tocan a una nos tocan a todas. Porque todas podemos encontrar a una mujer que es como nosotras por edad, formación, físico, estatus y que está sintiendo miedo por su vida, porque hay un hombre que decidió por los dos lo que habría de ser la vida. Y es que la víctima no nace víctima, es una consecuencia de la violencia (sí, queridos, igual que en la violencia escolar) y es el agresor el que tiene un perfil, para entendernos, (debemos dejar de ver tantas series americanas, por nuestra propia salud) o mejor, cumple unos parámetros de conducta y personalidad que se parecen demasiado. Estos parámetros son el control, la baja resistencia a la frustración, la inseguridad, la facilidad para mentir, la tendencia a manipular al entorno culpabilizando o amenazando...entre otros. 
Me rebelo contra esta comunicación sesgada. Me rebelo contra los medios que hacen de la mujer un objeto decorativo o de consumo, con los que frivolizan sobre la posesión en las relaciones, sobre los que hacen ver que la mujer es mujer mientras es madre, esposa, delgada, joven, deseable... estándar según su estándar.
Ada Colau ha dado en el clavo. En un comunicado dice: "La médica Victòria Bertran ha sido asesinada por su marido". Porque ella, antes de Quintà,  fue una mujer que quiso estudiar medicina, que acabó la carrera, que ejercía. Antes del asesino ella ya era alguien, ¿con qué derecho la desposeemos de su esencia, reduciéndola a la consecuencia de los actos de un bárbaro?
No me interesa quién era Quintà. Me interesa que sepamos reconocer a un Quintà. Que podamos enseñar a nuestras hijas a reconocerlo. Que enseñemos a nuestros hijos a rechazarlo, y sobre todo, a no serlo.

martes, 13 de diciembre de 2016

Caldo

Haré una aseveración antes de empezar: no creo en las conspiraciones, pero sí en los caldos de cultivo.
En un caldo de cultivo adecuado, ciertos organismos prosperan hasta adquirir proporciones de plaga. Solamente en ciertos caldos de cultivo, algunos organismos prosperan. 
Qué horror el caso de Nadia Nerea. Qué falta de ética, pudiéramos decir. Hemos supuesto que la tenían los padres porque su hija estaba enferma. Esto es muy de la creencia de que el sufrimiento ennoblece. "Dios da la enfermedad y la medicina", decían no hace tanto. Los resabios son el fondo oscuro ideal para un buen caldo de cultivo.
Un caldo -gordo- de cultivo ideal para el caso que les comento es el del sistema sanitario en la diana: Caro. Obsoleto. Poco eficiente. 
Las cifras se pueden consultar, para el que tenga paciencia. Lo que no sale en las cifras es cuántas horas trabajan seguidas los médicos y sanitarios de la pública, cuántas veces falta personal,  por qué se cierran camas. O las derivaciones a centros privados, si de verdad son tan necesarias, si no hay otro modelo posible que el que se ha intentado implantar. Si de verdad la solución está en Houston, en Lourdes o en un laboratorio bien dotado que no se está dispuesto a pagar, porque no dará dividendos.
Ese modelo social neocon también gusta de vapulear a la enseñanza pública. Qué mala es, ¿verdad? Queremos ser nórdicos, definitivamente. Díganle a un nórdico el sistema de trinque del hospital de Castellón, díganle si un instituto puede funcionar 12 años en aulas prefabricadas. 
Asistan al nórdico.
Un buen caldo de cultivo creará la expectativa de una sanidad imaginada en el exterior de nuestro sistema, con elementos de juicio sacados de no se sabe dónde, pues nuestros profesionales viajan y leen correctamente en varios idiomas, y están al día, y son vanguardia mundial en muchos casos. Vanguardia mundial exportada, muchas veces porque nos faltaba cash, pero para eso.
Y eso es lo que no es rentable la semana que viene. Como esas au pair sobradamente preparadas que son explotadas como chachas de antaño en el Reino Unido, como esos ingenieros que están dando tumbos, repitiendo la historia de los abuelos, maleta en mano, hasta la invisibilidad final.
El caldo de cultivo del desempleo crónico,  de la ferocidad laboral, de la falta de industria y de inversión ni calienta ni hace sopa. Es la sopa boba de unos pocos, aliñada con buen hueso de jamón, con unas cuentas opacas, con una vida al margen de la masa que tirita. 
Un informe sobre calidad de la sanidad rezaba en uno de sus puntos: "La percepción de la salud disminuye al disminuir el nivel de estudios, la clase social y el nivel de ingresos". Conclusión: Sabemos que estamos enfermos, pero alguien vendrá a decir que estamos así por apalancarnos en nuestra zona de confort. Hay que creer en uno mismo y reinventarse. Hay que creer  tanto que termina uno creyendo en cualquier cosa. Hasta en los milagros.

martes, 6 de diciembre de 2016

Bucle

Aunque uno no quiera, es Navidad desde hace quince días al menos. Dan fe de ello los múltiples encendidos  en las ciudades, la programación flipante que proponen las teles, la sobra de brillo de cualquier escaparate. Málaga se encendió con un "túnel lumínico", algo para mí insólito,  pero es que yo soy de tira de bombillas de alto consumo, pintadas con titanlux. Ahí me quedé clavada un año en unas fiestas. No necesito más. 
Así como mis terquedades se van reafirmando año tras año, año tras año también llueve en Málaga. Y año tras año se suceden las imágenes de barrillo en las aceras, rescates y desastres varios. ¿Sabían ustedes que se hizo en 1995 un plan que se llamó "Plan de Defensa de Málaga frente a las Inundaciones"? En 2014, el catedrático de Geografía Física de la Universidad de Málaga, José Damián Ruiz Sinoga, hablaba del alto riesgo de inundaciones en la zona del Guadalhorce, derivado, entre otros factores, por la transformación urbanística de esta zona. En 2009, declaraba a tenor de este problema al diario Sur: "El Guadalhorce se ha resuelto, aunque cualquier río Mediterráneo tiene una llanura de inundación, así que si se cultivan chalés en vez de naranjas tendremos un problema".
Algún día, (algún día, algún día, algún día...) los expertos serán los que tomen las decisiones (mantra).
Algún día, también, nos enteraremos de por qué esa chica rumana que estaba en un club de alterne no podía salir del sótano donde se encontraba mientras subía el agua, en esa misma Málaga plagaíta de luces de última generación. Nos enteraremos de cuáles eran sus condiciones de trabajo, de cómo de triste era su historia. No será como la de esas chicas jacarandosas que regentan el burdel agraciado por la lotería en la última comedia taquillera. Recuerdan a "Las señoritas de mala compañía", sólo que aquellas eran de Nieves Conde. Mujeres ceñudas como mi admiradísima Maria Luisa Ponte, imaginen, como para no querer echar todas las canas al aire. Reediciones de lo mismo que ni antes ni ahora tiene gracia, con la diferencia de que ahora sabemos que no existe Pretty Woman, pero miren, aún hay una parte de nuestra vida que es una verbena donde suena "moliendo café" y las señoras se sientan a mirar quién agarra a quién y quién se deja agarrar. Lo que ahora aparece como en bucle, antes era sólo tradición. Ahora sabemos que debemos llamarlo esclavitud, explotación o directamente Gomorra, pero la de Saviano. 

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Caras

Cuando enciendo el televisor siempre me sorprende un político que es el doble de Bill Murray en Lost in traslation. Sentados en la butaca, con cara de hastío, no desprenden ningún tipo de energía. A su alrededor, como en ese Japón de la película de Coppola, no hay nada que indique que existan personas que se muevan en estratos diferentes al suyo. El político se mantiene entre los suyos, y es aplaudido por los aspirantes a ser de los suyos. Si tiene una algo de memoria, incluso nota cómo se recauchutan los discursos y cómo los argumentarios con los que nos aburren son cada vez menos originales. 
Para vender un programa político es capital cuidar al pobre, pero no al pobre absoluto, ese tienen una cara de sufrimiento muy poco fotogénica, y además lo mismo no tiene nada que perder y se le va la lengua en el peor momento. Tampoco al pobre activista, a ese incluso se le hace retroceder, seguridad mediante. El pobre que interesa es el que no sabe que es pobre, manda huevos, que dice el embajador en London. El pobre que no quiere ser pobre y que vota para vivir como su líder es el gran objetivo. Ese no da problemas, incluso se deja fotografiar y es besado o besa con alegría. Pobres aseados y cofrades, el no va más, lo más rentable en el negociado de los figurantes que hablan en público y sin pudor de la prosperidad, de la resignación o de este gran país gastronómicamente hablando. 
Los pobres que no son de atrezzo son otra cosa. Para empezar tienen hijos pobres. La pobreza se hereda como un título nobiliario, y deja marcas invisibles en los niños. A veces un niño pobre crece y van a buscarlo para hacerse una foto con él, y pasa como en ese asunto de la familia que fue a la perrera donde había abandonado a su mascota a por otra, porque aquella lloraba demasiado. Y ya saben, un obrero que se queja, un estudiante diferente, una mujer que ya no traga, un niño que pregunta mucho no da bien en directo. La miseria bien encuadrada es la ajena, que ocurre por causas que nos serán muy bien explicadas. Mientras escribo esto no sé aún la historia de los hermanos que han muerto envenenados por los gases de una estufa mientras dormían en una furgoneta. 
Lo mismo también tenían cara de sufrimiento. Lo mismo alguien que vive muy bien, no hace tanto, les pidió el voto. 

jueves, 24 de noviembre de 2016

Frío

Hoy hace más frío. En  el levante feliz el frío es relativo, como casi todo. Las adhesiones, las lealtades, las penas y las alegrías. Esta es la tierra del matiz, donde la luz del sol tiene cien tonalidades diferentes, como el amanecer, como el atardecer. Gamas de personas, de ideas, colores calientes y fríos. 
Hoy hace más frío. Y hay quien lo sentirá más: la gente sin luz, los alumnos de las prefabricadas, los usuarios de esos centros de salud que se construyeron para un rato, pero que mira, ahí están aguantando mecha, como el respetable.
Cuando hace frío de verdad, se nota el peso de las mantas. Las mantas son cosa del pasado, como los pobres de pedir. Porque ya no hay salarios bajos, ni salarios de miseria, hay un sinvivir y hacer montoncillos, y priorizar las prisas y las urgencias. Y rezar para que nadie se ponga enfermo, porque en dos palabras te lo explican: no entra. Y punto pelota, que dicen los castizos. 
Este frío cortante, de lotería y turrón, de fieltro rojo y verde, de purpurina, fuck friday (existe) y miles de videos de gatos amenaza ser especialmente heavy en aceras y cajeros, en pisos que se caen a trozos y en la casa donde ya no entra ni sale nada. Ese pararse el tiempo es la pobreza (moral, energética, social) que llena de purpurina estas fechas, donde vestimos el low cost que se fabrica en las tierras del monzón, arrancándonos un suspiro "¿te acuerdas cuando trabajábamos como los chinos?"
Estoy tejiendo un gorrito de rayas, para rematarlo con un pompón, como si la vida fuera a ratos amable. Tejer me induce la amnesia, me anestesia, me relaja. Me lleva de telefilme en telefilme hasta el hundimiento final que me llega en forma de factura. Cómo aprietan las eléctricas, cómo pago y me callo con sensación de mucho agradecimiento. El frío huele a leña en las calles, a cordero los domingos, a pastillas inflamables en los patios de luz. El frío es un brasero, una vela, cuatro mantas, precinto en las rendijas, sopa de sobre y olvido. Esto no es milagro ni maldición, esto no es lo inevitable. Esto es el olvido de muchos, las ideas menguantes, los tentáculos del que maneja. Este frío nos deja quietos y sonriendo, como si estuviésemos alegres, cuando estamos, como poco, congelados.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Invisibles

Si no contratásemos con Gas Natural, si no comprásemos moda low cost, si no comprásemos teléfonos que contuviesen coltán…
Si no fuésemos tan negativos, o tan pasivos, o tan beligerantes…
Si nos pusiésemos con un fusil en la frontera, o diésemos una peseta cada español, o nos dejásemos de tonterías con el tema de la educación. Si los  maestros volvieran a tener regla para dar en la punta de los dedos y se diera la enciclopedia Álvarez y no se perdieran las buenas costumbres.
Si la urbanidad, la tradición y eso que creemos cultura nos rigiese los hemisferios cerebrales, si la caridad fuese la única alternativa a la desigualdad.
Si la desigualdad fuera un fenómeno espontáneo, y todos pudiéramos ser héroes de nuestra historia, aunque acabamos siendo nuestros verdugos (¡qué bien arraiga la culpa!)
Entonces…
Cada pobre sería responsable de su carestía. Y podríamos dormir tan ricamente. Pero esto es como las tripas de una centralita de teléfono, donde se cruzan conversaciones anónimas y los cables de colores se mezclan como en la melena de la Medusa. La pobreza propia y ajena, la desgracia complicada, espesa, descarnada, no suele responder a una sola causa. No depende de cómo enfoquemos nuestro estado de ánimo. No somos causa sino consecuencia. Nosotros, pobres con internet, podemos extraernos de la montaña rusa de la miseria en un ejercicio de abstracción, hasta que las (propias) habas contadas nos aplasten, y si uno fracasa con lo suyo, por ser el único responsable de ello, apenas producirá un leve temblor en el que está, sin embargo, tan cerca.
Al final elegimos la colectividad como paternalismo o la colectividad como fuerza. Elegimos el individualismo como herramienta personalísima de superación o como herramienta de desconexión social. 

Somos todos o somos invisibles. Como la mujer de la vela.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Hoy, no.

La violencia de género, el paro, la dependencia. El trabajo social, los CIES, las políticas penitenciarias. La ciudadanía como concepto, la colectividad, los cristales rotos. Las drogas permitidas, las ilegales, las recetadas. Un niño alcoholizado, un niño muerto.
Un niño suicida.
Los deberes, los acosadores, el PREVI. 
El PISA. 
PRISA.
El Tarajal, las medallas a las vírgenes, los chalecos antibalas. Las concertinas, los vídeos justificativos, los fardos. Las planeadoras, los sueños, las realidades. El chapapote, el precio del pan, el precio del techo. El precio del alma. El peso del alma. El alma de una escalera de caracol. El B2 de inglés. El camarero español en Bristol, el ingeniero español en la República Checa, el médico español en Ecuador. 
El pacto, la transición, la concordia. La tortura. La pax. La pax de las cunetas. Las cunetas repletas de dolor. Las tierras confiscadas, los maestros depurados, la historia descubierta, reescrita, reencontrada...
Las armas españolas, las armas vendidas. El PIB de la ignominia, los dividendos que vienen de la esclavitud. El macho prostituyente como animal de compañía. El patriarcado a todas horas, también hoy.
Un huerto de naranjos sobre un vertedero. Un vertedero como metáfora de la vida. La basura como oportunidad, la basura esta de la crisis que nos dicen que nos  merecemos. La culpa como educación social. El catecismo neocon de la ilusión. Los ahorcados de los desahucios.

No quieran que piense en Trump, aunque quizá sea el momento. 
Déjenme que piense qué puedo hacer aquí mismo, hasta donde me llegan las manos. Tuvimos nuestro recuento, y no defraudó este circo de regañinas. Hubo enojo y castigo, escenificación, que llaman ellos a la forma de moverse en su burbuja. Al final estamos donde estábamos. Más viejos, más cansados y más pobres. 
No me digan que Trump es el peligro. Hoy, no.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Tiempo de moscas

Imaginen el zumbido de una mosca. No una mosca de esas pequeñas que se resguardan en las cocinas con olor a repollo en el otoño, no. Una mosca gordísima y pesada, que está desesperada por poner sus huevos, que huele la muerte a kilómetros, esa mosca.
Imaginen que estamos con la ventana abierta y hay una mosca zumbando en esa reunión tan importante que apenas se ha publicitado. La mosca sabe a lo que viene y todos los asistentes rehúyen el papel de cadáver empresarial o político. La mosca debe haberse equivocado, pero como es hábil no hay más remedio que dejarla salir por la ventana, para que busque otro objetivo, y verla volar con recelo mientras se aleja, por si nos ha marcado para que otras moscas nos encuentren. Cosas de moscas.
Imaginen que estamos buscando a una mujer que se ha perdido, de esas que salieron y ya no vuelven, y un zumbido de mosca nos pasa por un lado de la cabeza. Seguro que reconocen esa desazón, esa culpa, ese no saber qué pensar, ese negar la realidad. No puede ser, no puede ser. Otra no. La mosca nos dice que busquemos entre nosotros al que lleva sangre aún en las manos, al que lo ha pensado, al que está reuniendo valor o coartadas. Hay gente que nos rodea a la que le zumban las moscas cada día, porque lleva olor a cadáver en las manos de tanto pensar en matar. Una mosca le marcaría desde lejos. Hay que hacer caso a las moscas.
Imaginen, finalmente, que la mosca ha desaparecido, porque está ya, afanosa, en su propio destino biológico. Ya no nos atañe, seguramente. Eso nos queremos contar. Hay niños macarras que llevan moscas alrededor, hay padres satisfechos de tener niños macarras. Hay macarras, hay niños que tratan con macarras apenas levantan dos palmos, o quieren ser macarras, o jefes macarras que hacen obreros suicidas. Hay suicidas que se fabricaron en un tiempo de moscas en el que hubo jefes, padres, hijos, macarras y puteros que no sabían que las moscas eran ellos mismos: carroñeros sociales, familiares, escolares, empresariales. Hay días como hoy en el que una mujer aparece muerta, y el asesino aún tiene amigos y moscas que le ronden y justifiquen su destino biológico, su misión evolutiva. Cuando es así, el mundo entero huele a muerto, ¿no lo notan?

miércoles, 26 de octubre de 2016

Noviembre

Ya ha pasado alguna vecina con una media  escalera, un cubo y unos trapos. Ya han sacado todo su muestrario de flores de plástico las tiendas de precio único. La liturgia vuelve otro año y yo, como el anterior, sigo hablando con los muertos.
Decía una amiga de mi tía que te haces mayor cuando hablas mucho con los muertos. Debo ser muy mayor ya, porque han quedado en mí capas y capas de palabras que otros dijeron a mi lado. A veces recuerdo una risa, una manera de andar, el pelo de alguien que se ha ido.
En ellos estaba yo, y ellos quedaron en mí.
Qué pereza da noviembre, que se despierta con la logística de los panteones, de los reencuentros anuales, de las sorpresas que llegan en modo de una foto que no esperabas. Te quedas mirando. Ahí está esa cara que hacía mucho que no veías, vestida con un traje de madrina ella, él con un traje de boda. Con un clavel en la solapa, con un tapafeas que llama la atención, porque normalmente no eran así. Eran personas que transitaban por mi lado sin hacerse notar apenas, pero que me dieron un saludo, una sonrisa, un recuerdo.
Mi tía hablaba mucho con los muertos, les contaba cosas al entrar al cementerio. Les ponía al corriente de todo, y se iba caminando sin prisa, con la seguridad de que alguien le traería noticias en algún momento. Ahora ha llegado alguna de esas mujeres y le está diciendo que tenía razón. Es verdad que me he hecho mayor, porque hablo con mis muertos y ellos me contestan con postales que llegan desde esa otra vida que se desarrolla en la memoria cinematográfica, donde  siempre contestan y están, echando luz sobre esta dinámica incierta que se basa en recordarles y reconocerse en ellos, logrando pequeñas cosas, imaginando su aprobación y su sonrisa. Sientiendo su calor, siempre.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Me alegra

Me alegra que al fin una campaña de prevención en los medios hable sobre esa responsabilidad que parecía haberse delegado en los educadores profesionales, en los monitores de comedores escolares, en los entrenadores de los equipos de deporte base. Me agrada que alguien haya puesto el acento en esas conversaciones desafortunadas que se tienen frente a los hijos, en las que un padre vuelca su machismo recalcitrante, un adolescente se explaya presumiendo de ser un matón en el colegio, o una muchacha instruye (malamente) a otra más joven sobre temas de salud sexual.
Me alegra de que al fin seamos los padres, las familias, los entornos, los que seamos responsables de las criaturas, y que al serlo, asumamos que nunca más podremos echar la culpa a otro cuando nuestro cachorro agreda a otro niño, sea desafiante con el profesor, destroce el material o el mobiliario urbano. Si esta idea cala nos sentiremos en la onda de esa idea estupenda que es la de comunidad escolar. Si esta idea se hace extensiva a la comunidad en general, imaginen: nunca más el abuso contra la mujer, nunca más el acoso en el trabajo. Ni hablar del bullying. Y la primera vez será realmente la primera vez, para que conste, porque el acoso escolar ha de ser continuado, aunque todavía no sé por qué, si en un contexto diferente cuando alguien agrede a otra persona, ya se materializa el delito. Al niño le exigimos que aguante unas cuantas agresiones para que su problema sea visto por los demás con suficiente entidad, que exista una conexión manifiesta entre las agresiones, que haya algo conspirador contra él.
Hay tantos casos de acoso, hay tantos niños suicidas, que debería caer sobre los tibios una maldición bíblica, si me lo permiten. La ratio, los videojuegos, la falta de profesorado, internet, esta vida perra, cualquier excusa es viable a posteriori. Se suceden las lamentaciones con la familia del suicida, la desacreditación del testimonio del que aún no se ha matado. Al final es culpa de todos y no es culpa de nadie, al final como todos somos responsables, no es responsable nadie...
Si una ley laboral quita derechos al  trabajador, el trabajador es más vulnerable al acoso. Si las leyes no protegen la igualdad, si las televisiones frivolizan la violencia sexual, la prostitución, el machismo, las mujeres perdemos en derechos y en seguridad. Los niños crecen con cariño y con paciencia, pero también con límites. Cuando los traspasan existe un reglamento que es exhibido por la administración prometiéndose una aplicación implacable, pero antes de eso hubo muchas señales que no fueron bien interpretadas. Nuestros hijos han de ser los mejores ciudadanos y para eso, indefectiblemente, sus maestros han de ser los mejor formados en conocimientos, y dado el caso, los más valientes para hacer esa llamada tan incómoda al trabajador social que puede evitar un desastre. 
Ya les digo, me parece un acierto esa campaña. También servirá cambiando el acento para educar en la salud, porque el padre fuma y bebe, el adolescente adiestra sobre cómo liarse un canuto y la chica directamente, desinforma. Eso sí, falta un niño yendo solo por la calle con la llave, con un móvil que le regalaron el día de su primera comunión con su tarifa de datos, con hábitos de consumo de adulto. Nos muestran al niño que recibe malas influencias y nos ocultan al que no recibe ninguna y crece como los pinos de la playa, retorcido por todos los vientos, convertido en una molestia. Candidato a la tala.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Escena

La vida microscópica obsesionaba a María, que miraba las almohadas con repugnancia desde que en la consulta del pediatra había visto un ácaro del tamaño de su cabeza fotografiado en la publicidad de un laboratorio farmacéutico al lado de otra foto, esta de una enfermera, que decía con el índice sobre los labios “silencio, por favor”. Le dijo el doctor a María que los ácaros se alimentaban de restos de su piel, de su pelo, que vivían en la ropa de cama, en las sábanas, que sólo el sol y una buena limpieza les destruía y que vivían en todas partes. A María le pareció horroroso, y tuvo pesadillas con ellos. Les veía voraces, insaciables, persiguiéndola sin tregua. María a veces también soñaba cosas absurdas que olvidaba casi inmediatamente. Últimamente sueña que tienen una relación tórrida con el señor Salvador, un vecino al que solamente da los buenos días. Cuando esto ocurría María se levantaba aturdida y con una jaquequilla incipiente:

- He soñado que era una perdida, decía a Faustino.

-¿Ha sido divertido?

-Agotador, decía María con media sonrisa.

María mira la almohada llena de ácaros mientras hace las camas: dejará las ventanas subidas hasta arriba hasta que quede sol o hasta que la señora Rosa empiece a hacer fritura. Por la noche notaba que dormía sobre montones de cadáveres de arácnidos diminutos que no paraban de aumentar noche y día. Si afina su oído puede escucharles crujir bajo el peso de su cabeza, puede también oír las patitas de las cucarachas en el suelo, las carcomas de los muebles, el revoloteo de la polilla que topa una y otra vez contra la bombilla del pasillo. La escucha debatirse en su batalla inútil, hasta caer fulminada. María sabe en qué instante dejan de moverse sus alas algodonosas, cómo se desprenderán las escamas, cómo sus antenas dejarán de olfatear al otro, renunciando a su destino vital, dejando su cuerpo regordete y peludo a merced de escarabajos y hormigas, en una actividad incesante cuyo sonido la incapacitaba para dormir con sosiego día tras día. María suda y se retuerce de noche, sestea de día, presa de angustias inconfesables, repulsivas. María saluda a la muerte en mitad de una pesadilla, huye de su abrazo y su guadaña,  se muere de miedo cuando va por el pasillo y todos duermen sin reparar en ella. Podría ahora mismo devorarla una fiera y nadie lo advertiría. Podría salir un monstruo de entre las sombras y su sola presencia le helaría el corazón. Entre las flores del papel de la pared aparecen caras conocidas que creía haber olvidado, sombras chinescas que se alargan cuando los coches  pasan por la calle y los faros alargan las siluetas desiguales que se proyectan en las paredes. Un grito agudo despierta a la niña, Faustino se levanta y  arrastra  a María con él, con una mezcla de lástima y fraternidad que no deja espacio más que para la pena alimentada y egoísta de esta pobre mujer, que es como la llamaba Faustino para sus adentros. Una vez que ella se metía en la cama, enfundada en aquellos calcetines horrorosos había al menos media hora de sosiego; el hombre resoplaba casi de forma inmediata, un acto que podría interpretarse como una falta absoluta de delicadeza, pero que era mucho más que todo eso: era el agotamiento de muchos años de repetir el mismo ritual de perderla en la habitación y rescatarla entre la cocina y la salita. En ocasiones María empezaba un llantito irritante y continuo, hasta que Faustino la acurrucaba contra su cuerpo, ahogado por la compasión,  preguntándose interiormente con estupor “¿era esto el matrimonio?”


jueves, 6 de octubre de 2016

Heroínas

Milagros llega  a la panadería con su billete de cien pesetas estrujándolo en la mano, porque si deja de hacerlo lo perderá. Aún no tiene dónde colocarlo en el seno, como su vecina Lola le ha enseñado. Lola lleva en un seno los billetes y en el otro la calderilla, y ve lo más normal del mundo meterse la mano para pagar en los comercios, donde ya conocen su sistema contra los cacos castos, porque de los otros Lola aún no ha encontrado ninguno. El día que eso ocurra, habrá de idear otro modo de almacenar los pempis, y Milagritos se reafirmará en su método de enrollar los billetes mucho mucho y ponerlos dentro de la mano, cerrándola sin posibilidad de  escape.
Milagros Leal, Milagritos,  sabe que Pili la panadera, es nueva  en el barrio. Ella también es un poco forastera, como le dicen en el pueblo de su madre; ambas tienen la sensación de no pertenecer a aquellas calles. Aunque no han hablado sobre esto lo saben: es una certeza que las inunda cuando pasean sabiendo que no es este su sitio, que hay un lugar donde serían más felices en este mismo momento. Quizá sea el color del cielo, las historias que les contaron, o que nacieron ya con el corazón desarraigado. Quizá en otra vida vieron otros paisajes y escucharon otras lenguas. Lo saben y les basta,   y por eso entre ellas existe una fraternidad que trasciende las edades. Pili asume que Milagritos entiende las cosas al vuelo, que en sus ojos marrones no hay una sombra de oscuridad. Piensa cuando la tiene enfrente que tiene los ojos como un potro alazán, y que como los animales detecta la maldad y el sufrimiento de lejos, así que le habla pese a la diferencia de edad como si fuesen dos viejas amigas.

-Dice mi madre que soy un chicote.

Pili coge con dulzura la barbilla de la niña que la mira con arrobo, como si fuera una estrella de cine y ella su más rendido admirador.

-Lo que sabrá tu madre… Verás: hubo una inglesa del siglo XIX que se llamaba Gertrude Bell que se fue al desierto con sus tazas de té y sus cosas de milady  porque no se resignó a lo que le tenían preparado: viajó mucho,  andaba con espías, llegó a ser una experta en oriente... Ha habido mujeres exploradoras, aviadoras, escritoras, científicas ... ¡hasta astronautas…! Tú darás la vuelta al mundo, prenda.  Las mujeres estamos acostumbradas a pedir permiso y eso no es así.

- ¿Ni al marido?

- A ese mucho menos. Al compañero se le consulta, se dialoga, pero permiso se pide a un superior. Mi hombre no es un superior.

Fumaba la panadera con pose de modelo, sentada artísticamente sobre un saco de harina con una pierna cruzada sobre la otra, jugando con el zapato que se había sacado un poco para descansar.

-¿Son de charol?

- Charol rojo, pa’ que se mueran los ofidios.

-¿Ofidios?

-Serpientes, reina, las viejas que preguntan.

Milagritos enseña a Pili un pendiente dorado que esconde con misterio, recién encontrado en la calle, arrancando una sonrisa de la mujer que tiene una respuesta lógica para casi todo:

- Es un pendiente de pobretona. En mi pueblo los llevábamos todas; los compraban a plazos a un hombre que vendía ollas, sábanas…  y los brillantitos siempre se caían, como en ese. Mis hermanas tenían un par cada una. Lo ha perdido una millonaria…

MIlagritos se despide de la mujer con un beso que recibe con ternura en el pelo, porque a los niños no se les besa en la cara. Mira a Pili que la sigue con la sonrisa mientras se ciñe el delantal como si estuviera colocándose un corsé, dejando que asome por el peto primoroso una figura firme que corta la respiración al electricista del cuarto izquierda, que cada vez es mejor marido... últimamente hasta baja a primera hora por el pan. Pili se lo ha dicho a la niña y cuando entra muy serio el señor Salvador por una barra, se parte de risa por lo bajo. Antes de que empujase la puerta para entrar le ha dicho la panadera con sorna:

-Verás qué tropezón pega cuando le hable...

... Y Salvador, ajeno al juego da un traspiés de cine mudo cuando Pili le dice al salir...

-Tenga usted buenos días...

Pili coge la mano de su cómplice para que no estalle su risa, que está llena de gotas de lluvia y alas de mariposa. Milagritos admira a la mujer sin reservas… sabe Pili tantas cosas… De mayor quiere ser así de libre, trabajar, tener un marido que la quiera, unos zapatos de charol rojo y un setter de orejas largas. De mayor no quiere ser como su madre, asustadiza e insomne. De mayor quiere conocer París, comerse el mundo, recorrer Europa en tren…

miércoles, 28 de septiembre de 2016

A casa (y 2)

María madrugaba para salir a la calle. Valoraba el silencio de la gente que la rodeaba, siguiendo sus propias rutas. Pasaba horas enteras sin hablar con nadie, escuchando a la gente conversar en los cafés, en las colas del mercado. Conocía sus pequeñas historias cotidianas y sabía hasta los  nombres de pila de muchas de aquellas personas. Mentalmente las saludaba “Buenos días, señora Rosa”, “buenos días, señora Juana”. La señora Juana tenía “un marido flojo, era de natural asín”, que la tenía hecha un pincel la casa, pero que no se levantaba hasta por lo menos las diez y media, eso sí,  cantando por alegrías. Y ponía el pucherito, y se bajaba a tomar su cafelito, que esta vida perra está hecha de obligaciones. Juana remendaba trajes de pobretón y uniformes de la milicia mientras él, Arfonzo, le sacaba una sonrisa cuando quería, que era salado y dicharachero, y algo gastoso, pero más bueno... La señora Juana no tuvo hijos, la señora Rosa, sí, dos que parecían uno y medio, famélicos y color beis como los abrigos de los mafiosos. Tosían las criaturillas y tenían las cabecitas llenas de unos eccemas blanquecinos, síntoma de la vida miserable que la prole de doña Rosa llevaba en un sótano sin ventanas donde habitaban hijos y padres como champiñones en un silo. “Huelen a hongo”, decía por lo bajo la señora Juana, más limpia que una patena, cuando le pasaban por el lado los chiquillos, con aquellas muñecas huesudas y aquellos pelillos de rata. Dentro de los estratos de la miseria de  la gran ciudad, doña Rosa y los suyos eran casi el último escalón del centro. María se surtía de humanidad en aquel hormiguero bullicioso, sin recibir ni pronunciar una palabra, nada más que lo justo. Era una soledad relativa y muy reconfortante, pues no tenía nada que ver con el estado de control al que estaba sometida en el pueblo. La gente de la ciudad la ignoraba completamente y de este modo cuando iba y venía al pueblo nadie lo advertía. Quizá Gelu, la panadera, que reconocía al que huye desde lejos. Gelu tiene un exmarido que es un malnacido y la asedia, y María no lo sabe, pero Gelu está pendiente de ella por si tiene algún problema. La ve muy sola y muy triste... así, sin conocerla de nada.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Mariana

Cuando Mariana empezó a llorar, hace ya más de veinte años, andaba dolorida por el abandono de su novio, un brigada apuesto que se fue y no volvió. Antes de irse dijo "espérame aquí, espérame y nos iremos". El brigada se embarcó para las antípodas, llevado por un presentimiento vestido de sargento primero. Y ella esperó bajo un tilo tapada por un un chal de pájaros que fueron abandonándola, emprendiendo el vuelo poco a poco desde las ramas retorcidas y floreadas que adornaban su indumentaria. Las flores también se marchitaron y cuando la tela se hubo quedado blanca, comenzó a llorar. Poco al principio, como un río después. Hace ya veinte años, y casi nadie echa cuentas del prodigio. Deja de llorar mientras duerme, y al despertar comienza a hipar con abandono, a suspirar con ceremonia, a dejar caer una lágrima salada y redonda. Una y otra, una y otra, forman una hilera uniforme que resbala ordenadamente hasta sus tobillos, donde su madre le mete los pies en un cuenco de cristal azul donde nadan dos peces koi, describiendo círculos, uno tras otro, creando un efecto hipnótico de remolino. Los peces de Mariana dibujan corazones en el agua, como las hélices que forman los corazones humanos que laten, enrollados sobre sí mismos, esperando desenrollarse cualquier día como un matasuegras, al más mínimo sobresalto.
Mariana saca de vez en cuando los piececillos del agua, y su madre deja que la sal  de las lágrimas precipite. Con ella prepara brebajes para prevenir de los desengaños amorosos y quitar el mal de estómago. La espolvorea sobre un jarabe de pétalos de flor con las puntas de los dedos, como si estuviera aderezando un guiso. Al fin y al cabo, todos nos alimentamos de amor, me dice, y todos alimentamos el amor con las lágrimas de otro. Mariana silba levemente cuando pasa un pajarillo volando, por ver si se le posa otra vez en el vestido. Su traje talar tiene el mismo color que los huesos, que según ella son polvo, como las lágrimas pulverizadas, como esa materia microscópica que dejaron las aves que abandonaron su vestido ahogados por la pena. Muy de vez en cuando florece tímidamente un pomito de florecillas azules en los bajos del vestido, y el polen deja una sombra dorada sobre sus pies de sirena, que nada en un mar propio esperando, esperando...

jueves, 15 de septiembre de 2016

A casa

Venía de casa, llegaba a casa. María bajó del tren una vez más y tropezó como el primer día en el que puso los pies en la ciudad. Aquel día también tenía los zapatos sucios, la boca seca. Pero ya no era aquel día. De aquel día habían pasado muchos años.
Comenzó a caminar, erguida. Ahora ya sabía dónde iba, sin prisa. Llegaría a casa en una hora. En esta casa, su casa, el tiempo tenía un valor universal y las personas se movían con soltura mirando el reloj constantemente. Todo era previsible, todo funcionaba. Todo era organizado, impersonal, eficiente. Tenía una sensación de gratitud hacia su tierra de acogida que la hacía querer ser mejor ciudadana, mejor vecina. La vecindad en una ciudad grande era ilustrada por su hombre con historias sobre los pueblos mediterráneos conectados por las olas, por los faros, por la arena de las playas que con él vio por primera vez cuando llegó, temerosa y huidiza a la urbe que la estaba esperando sin hacerle ningún caso, dejándola ser invisible. Aquellos expertos en navegación de cabotaje, con sus dioses exuberantes, imperfectos y pasionales crearon el marco donde se elevaban aquellos edificios que por dentro eran como todos los edificios. Un hombre afeitándose, un gato de zarpas hábiles, un niño desdentado, un abuelo viviendo en la añoranza, un velatorio que pasa inadvertido... Transistores y ollas pronto, estampitas y escapularios, caminos de mesa, tapetes de ganchillo...

El trayecto al casa que tantas veces hizo María, en aquella línea eterna de tren o autobús, la sumía en un estado de excitación difícil de explicar. Eran viajes frecuentes que se fueron distanciando, hasta sólo volver en el verano; era un ir y venir de sensaciones encontradas. Por un lado, el reconocimiento de los orígenes, la familiaridad de los sonidos, los sabores, los colores. Por otro lado, la repulsión que sentía hacia todo aquel estilo de vida anclado en un pasado cuyas imágenes volvían una y otra vez con insistencia. El pueblo era el dolor: la ciudad, el olvido. Cómo no querer permanecer a salvo entre aceras y tranvías, entre transeúntes desconocidos, mirando escaparates, yendo hasta el puerto a mirar el mar...

La tierra arenosa del pueblo, aquella tierra pobre era una alegoría. La sangre vertida para conseguir nada,  la hacía volver la cabeza una y otra vez al creer reconocer entre la gente una voz familiar, un gesto de alerta, una mirada. A veces el crimen había sido por silencio, otras, por ignorancia. Siempre odio y miedo. El miedo se respiraba en su mente, se pegaba a los pulmones oprimiéndolos, sin dar tregua. El miedo sembrado en los campos, cosechado cada día, volvió yermas a las gentes que fueron yéndose a buscar otra vida mejor lejos de las garras de aquellos señoritos descastados, inútiles. 
Se fueron desvaneciendo, dejando piedras pesadas sobre las persianas.
Mataron los animales del corral, los regalaron.
Montaron en un tren de madera y respiraron hollín por primera vez. Llegaban a cientos a la capital que prometía una vida mejor que era en realidad una vida diferente. Como si de otro mundo se tratara, tuvieron que aprender a vivir lejos de sus costumbres y vieron por primera vez el mar. Ese mar de las culturas micénicas les hipnotizaba en su eterno batir de olas, las mujeres con pañuelos atados en el pelo, las jovencitas con melenas que se iban acortando gradualmente en un ejercicio de mimetismo con aquella modernidad recién descubierta. Empujados por el hambre llegaron a la ciudad que guardaba sus propias esencias viejas, sus aristócratas acabados, su mística y su historia.  Y fue así, como en una especie de bautismo, en una ceremonia de iniciación primitiva, cualquier recién llegado aprendía otra vida, otra lengua en la que intercambiar sonrisas. Aquellas sonrisas eran las que empujaban a María a sentirse parte de la gran urbe que apenas reparaba en los emigrantes pero que les admitía sin problemas, generando en aquellos hombres y mujeres un sentimiento imborrable de agradecimiento. Muchos años más tarde, cuando todo hubiera acabado, cuando solamente existiera de la urbe rápida y limpia el recuerdo en los que la habitaron en aquellos días de juventud y prosperidad, quedaba un lugar en el corazón para la rabia hacia los que crearon un pueblo inhabitable en cada camino, un cortijo en cada finca, para los que ejercieron de forma despótica el poder sin trabas y para los que dejaron morir aquel proyecto humano compuesto por la sed de muchos y el agua de otros tantos.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Vidrios

Paca estruja con oficio una sardina salada en su cocina de estilo moderno;  había un algo sádico en sentir que se rompía con la presión que ejercía sobre ella con la hoja de un cuchillo en una tabla de raíz de almendro, una fineza de Manel de un viaje a Mallorca. Mejor en la tabla que eso de hacerlo en el marco de la puerta, chafada entre unas hojas de periódico que anunciaban ocasiones inmobiliarias. Era, además de poco fino, nada higiénico. Paca se asomaba por la ventana que da al patio de luz intentando tomar aire, que le faltaba, vaya usted a saber por qué, cuando entraba a la cocina y escuchaba  roncar al vecino y gorjear a los pajaritos enjaulados. En ese patio de luz había hasta un exhibicionista que se quedó capón después de un sobresalto patrocinado por varios vecinos y que ya apenas sale a dar sustos; se limita a mirar y a discutir con su madre a pleno pulmón sobre nada que pueda repetirse. 
Desde aquella casa no se veía el mar, pero estaba detrás. Tampoco se veía el cielo, pero estaba allí, encima de la claridad que se filtraba por los cristales. En la ciudad que crece sin mesura el calor es pegajoso y Paca piensa en agua con cubos de hielo, en helados de niña cursi, en barquillos que huelen a canela y a limón. Manel llegará pronto y ella ha cocinado con oficio un estofado de buey, regándolo con vino peleón de la bodega de Michel, que es un francés simpático que la llama madame cuando se lleva un poco de rioja a granel para los guisos y las tristezas que le atacan cuando le viene a visitar algún espectro en ese momento en el que los párpados empiezan a bajar por la falta de sueño. Su cocina es geométrica y paranormal, reproduce sonidos raros, que no son más que los gases del frigorífico, pero Paca escucha en ellos voces del más allá que la llaman. Es entonces cuando coge una de las copas de su cristalería y la  llena, dejando que naden en ella unos cisnes wagnerianos que la adornan. Cuando la vacía también ella se vacía, pues los sonidos no cesan y la culpa la arrolla. Tras unos minutos ella es como la sardina que no mira hacia ninguna parte: está aplastada e indiferente. Paca se come las agallas saladas chupándose los dedos cuando nadie la ve. No es nada edificante, pero le da igual en ese momento. Dentro de un rato, quizá limpie la copa y la coloque como si nada hubiera pasado. 
El frigorífico se ha quedado abierto y desde él una luz sobrenatural le manda una señal, algo malo va a ocurrir. Paca saca los ojos a la sardina para que no vea su derrota al recoger los vidrios que han quedado esparcidos por el suelo, cuando ha escuchado la portería y ha pensado en que no le daba tiempo a esconder la copa, aún manchada de culpa. Manel la besa en el pelo y no pregunta por los arañazos de la mano de su Paca, que tiembla entre las suyas. 
Sabe que falta una copa. Es la que siempre está limpia


miércoles, 31 de agosto de 2016

Sospecha


Carmen siempre ha sabido que el mal habitaba en el niño Roque . Le sobrecoge la sospecha. Cree firmemente que él tuvo mucho que ver con la desgracia de aquel perrillo que tanto le gustaba. Lalo tenía unas orejas largas y peludas y Carmen le acariciaba con una mano mientras sujetaba un libro con la otra. Roque no podía aguantar que cuando llegaba a casa, su madre estuviera de paseo con el chucho, en lugar de esperarle para hacerle la merienda. Carmen pensó que con veinte años podía hacerlo todo solo... Lalo se esfumó un día por una ventana abierta, y en la mente de todos quedó, indeleble, una de aquellas explicaciones que daba sobre la marcha tras hacer una barbaridad:

-Se ha puesto a correr como loco en dirección a la ventana ¡y ha saltado!

Anteriormente había lanzado una silla plegable a un vecino del bloque de enfrente que estudiaba en un edificio contiguo.

-Ha venido el presidente de la comunidad de enfrente... Roque, por Dios, vas a matar a alguien...

-Tocaba la guitarra muy mal, mamá... no me dejaba concentrarme.

Tras el estupor inicial, costaba decir en voz alta lo que pensaban los espectadores de aquellos folletones.
Carmen cree encontrar en su fuero interno respuesta a las cosas que se extraviaban, al dinero que faltaba, a las amistades que se perdían sin ninguna razón aparente. Mercedes también se fue. En la foto de comunión está al lado de su hermano, con un rosario en las manos, con carita de mártir. Roque la asediaba, no la dejaba en paz, como un gatito que afila sus uñas matando pájaros que luego no se come. Mercedes tuvo que salir huyendo, temiendo por su vida, creyendo firmemente en que seguiría el camino de Lalo y la encontrarían estrellada con las piernas del revés, en el suelo del patio de luz. Mercedes recogió a Lalo y lo envolvió en su manta de cuadritos, lo enterraron en el campo. Lloró mucho pero no tanto por pena como por lo que se le venía encima. Durante años Carmen intentó no poner al mal hijo demasiado a prueba, por eso le dio la noticia de su próxima boda cogiéndole de las manos para que no se fuese.
Se fue gritándole que era una ridícula y una mala madre, sin pensar en él, abandonándole a su suerte.

Carmen cree que le hará algo en el coche, o le prenderá fuego a la casa. Le ve capaz de cualquier cosa. Roque siempre ha sido imaginativo en cuestión de hacer maldades. Como cuando perforó con alfileres las gomas del gas en casa de su abuela y las vecinas le vieron desde sus galerías.

-Tiene que vigilar el gas, señora Carmen.

Mientras clavaba los alfileres -sobre las letras de la goma, para que no se vieran las marcas- una vecina le vio por el balcón y se lo advirtió a Carmen. No le dio tiempo a cubrir su retirada.. Podían haber volado por los aires... Dijo que se aburría y desde entonces la abuela no quiso verle más. Él lo contaba como una hazaña, decía que una bombona era como una bomba, se partía de la risa imaginando el vuelo de la abuela, el inodoro propulsado a la estratosfera... Su idea era dejar el edificio como si alguien lo hubiera cortado con un sable, como en esas explosiones que salen en las noticias: demolida la fachada, dejando al aire un comedor sin suelo donde cuelgan fotos de novios y comulgantes, la orla del niño; al lado, el armario con espejo de un baño en el que ya no se afeitará nadie, la pared donde han resistido los azulejos. Imaginaba los corrillos en la acera: 
-Se ve que eran de primera...

-Desde luego estaban bien puestos.

Quería que hubieran salido en las noticias, pero no pudo ser.

 A Carmen le cuesta poco perdonar, y Roque es zalamero.  A menudo la abraza con fuerza mientras a la madre le recorre el cuerpo un escalofrío, una certeza que no confiesa, un algo que le dice que está ahí mismo la tragedia. Que llegará cualquier día, cuando menos se lo espere. Que parecerá un accidente y que Mercedes sabrá lo que ha ocurrido. Mercedes huirá y Roque no tendrá a quién martirizar, y se enfadará, y será peor...

jueves, 25 de agosto de 2016

Vacaciones

Carmen no tenía fin relatando maldades. Recuerda a Paco cada uno de aquellos verdugos, que decían que miraban fijamente y hasta con cierto placer a sus víctimas, alimentando su bestia, acrecentando su sombra. El verdugo mayor tuvo dos hijas que engordaron como lechones a costa de lo que faltaba a otros, y que fue, a la larga, el patriarca de una larga estirpe de matarifes. Menudo viaje en el tiempo, se dice el hombre rascándose la cabeza. Paco se sentía sobrecogido, no alcanzaba a comprender cómo habían conseguido salir impunes de tanto atropello. No comprendía el sadismo, le desbordaba, y a ratos parecía azorado, sacando una sonrisa, sin querer, a  Carmen.

-Ay, pajarico, aún te crees que la gente se siente culpable. Y no. El que es malo, lo es y ya está.

Carmen estaba convencida de que estaba siendo fiel a sus recuerdos, sabiendo que con cada revelación se perdía un cachito del corazón del hombre que, en el fondo,  necesitaba saber. A menudo se lo comenta a su hermana:

-Paco no hace más que preguntar...

-Pues contéstale, mujer...

-¿Y a ti por qué no te pregunta?

-Él sabe que todo me afecta. Tú eres para él como un compañero.

Carmen se sintió molesta, aún seguía siendo una mujer y acababa de recordarlo.
Paco y Carmen conversaban mientras paseaban por las afueras durante las vacaciones que pasaban en el pueblo.  El hombre se sentía desbordado por aquella maldad absoluta, por la pena grabada a fuego en los músculos de cada uno de los que había caído en las garras de aquellos monstruos. Pobres niños, destrozados por una infancia abortada... 
Paco, desesperado, sigue intentando sanar con el método del profesor Chang, sin demasiado éxito. A veces cree que no lo soportará más y se topa con el pragmatismo de Carmen:

-Y tanto que lo soportarás, y tanto...

Pensaba Paco en ocasiones que Carmen tenía mucho que agradecer al destino. Los suyos estaban relativamente bien, tenía dinero, había sabido perdonar... Intrigado por la aparente serenidad de la mujer, le preguntaba:

- ¿No te hundes nunca?

- A ratos, cuando nadie me ve.


Paco se sentía aplastado por su realidad de hombre corriente, pertrechado tras el tedio, sin una ilusión, sin una lucha. Veía a Carmen capaz de hacer frente a cualquier cosa, se acababa de dar cuenta de que tenía un lunarcillo debajo del ojo derecho, y ese descubrimiento le hizo sonreír. Carmen también sonreía bajo la luna de agosto que embrujaba a Paco con destellos maternales, lácteos, desconocidos. En un instante le invadió una zozobra extraña, tuvo una especie de revelación viendo la piel velluda de la mujer, que a contraluz parecía la de un melocotón fragante y rosado. La hubiera mordido sin pensarlo. Por la mañana se marchaban a la ciudad y ante la inminencia de la despedida le hubiera gustado pasarle la mano por las mejillas, coger sus hombros fuertes, abrazarla hasta perder la respiración, probar la tersura de su piel allí mismo, acechado por  una urgencia desconocida.  Inmediatamente le asaltó la imagen de su mujer recriminándole ese deseo desabrido, y se sintió miserable y agradecido por no tener que pasar más pruebas. Apenas le quedaban horas allí. Al marchar del pueblo estaría a salvo de aquellas pulsiones desconcertantes. Se lo repitió durante la noche y salió de madrugada sin despedirse de nadie. Carmen le vio desaparecer, zumbando por el camino.

-Paco, corazón, eres un triste...

jueves, 18 de agosto de 2016

Cajones

Paco Pons, artesano ebanista, cepilla con mimo una tabla de ciprés. El olor de la madera le lleva a la primera carpintería  a la que entró, donde solía sentarse encima del montón de las virutas. A partir de entonces siguió mirando la vida desde la cumbre de esa montaña mullida y fragante. Desde allí el mundo era armónico; le gustaba pasear entre los trozos inservibles, mirándolos: no había ninguno que fuera inútil, todos llevaban dentro otras formas que él descubría a base de formón. Pensaba en el tronco del árbol, en los años que tardó en convertirse en esa masa magnífica que descansaba sobre la sierra, veía el ejemplar elevarse sobre el suelo, escuchaba las hojas con el viento, se impregnaba con el olor a tierra de la raíz cuando la humedad del suelo viajaba con un árbol arrancado por la tormenta. Esta tarde, sin ir más lejos, después de un temporal, Paco divisa un ejemplar que parece que va a caminar en cualquier momento, con las raíces desnudas sobre el pavimento tras unas ráfagas de aire, llamándole para que acuda. Paco se sienta sobre el tronco y lo acaricia, hasta que el ruido de la motosierra de un operario municipal le saca de su sueño. “Este tronco sólo sirve para leña”, dice el jardinero, pero Paco tiene pensado hacer un cofrecillo y pide una tajada generosa al obrero que accede rascándose la cabeza. Puede, después de muchos años, separar el sonido bronco de la máquina cortando y el olor a gasolina de la materia nueva que va apareciendo: sobresale la madera, el instante en el que el corte llega al corazón de los tejidos; entonces ese aroma a bosque le persigue, tiene un efecto narcótico sobre su ánimo. Es curioso cómo las impresiones se nos graban a fuego en el corazón. Serrín, virutas y su Lola: esa era su vida. Muebles para poner copas de Jerez, reclinatorios tapizados en terciopelo devoré granate y marrón, vitrinas, consolas, taquillones… Su debilidad eran los muebles con muchos cajones. Decía Paco que en una casa debe haber muchos cajones para que puedan esconderse los secretos en compartimentos estancos, sin interferir unos con otros. A veces está sentado detrás de la mesa de su despacho y parece ausente. Visualiza cada uno de esos cajoncillos que había en el buffet de la casa de su madre, y en cada uno de ellos pone una nota con algo que quiere olvidar. Lo cierra mentalmente. Lo sella con los ojos cerrados. Los ejercicios de sugestión del profesor Chang dieron sus frutos; había comprado un curso hace bastantes años. En los peores momentos abría y cerraba los cajones, le daba un cuarto de vuelta a la llave y el recuerdo quedaba aletargado por un tiempo. Ni que decir tiene que involuntariamente hurgaba de vez en cuando y que eso le causaba pequeños sobresaltos, porque aún  estaba en la fase de aprendiz. Por quinientas pesetas de 1979 compró “La solución definitiva para eliminar el estrés y los recuerdos traumáticos, en diez lecciones. El infalible método del profesor Chang le dará control sobre sus recuerdos”. Este método patentado y anunciado con insistencia a la hora de los seriales también tuvo mucho predicamento entre los estudiantes de mamotretos, para hacer ficheros con nombres en clave. Paco cierra cajones, abre armarios y sella el odio para que nadie lo encuentre.
La vida es un tronco que desbasta con la paciencia del maestro hasta llegar  donde no hay veta.

jueves, 11 de agosto de 2016

Líneas rojas de verano

El tratamiento. Lo que entra y no entra. El copago. Las terapias. Las convencionales. Las otras. Las que sólo están a mil kilómetros. El apoyo a la familia. La familia menguante. Los amigos que huyen. El desempleo. La precariedad. La pobreza. La pobreza de espíritu.
El sol. El olor a frito. Los niños cavando en la arena. Los niños cavando mucho en la arena. La madre que no quiere comprar más cosas. Aunque llores. Aunque llores hasta ponerte azul. La madre a la que le da igual que la miren porque está harta de no desconectar. Lo sé porque lo dice mientras se aleja. No desconecto nunca. Nunca.
La abuela que paga en la caja. La abuela con cara de sufrir. Pues me quita esto. Pues esto también. El nieto demasiado pequeño para entender. O no. El nieto que escucha como un sabueso y roe la chocolatina. Sin ella está ingobernable. Y pesa demasiado para llevarle en brazos. Y pesa demasiado para levantarle del suelo. Me quita esto también. Le faltan nueve euros. Vale. Tome: uno, dos tres, cuatro...
La señora alemana que saluda en alemán a otro alemán hermoso y rubio como la cerveza que lleva en el carro. El carro a tope. El niño con boceras de chocolate. La abuela con el carro menos lleno. La alemana de la edad de la abuela ¿será abuela? Está cañón, dice uno que espera.  Lo está, dice otro bebedor de refresco de limón. La duda: ¿Fue joven la abuela? ¿Fue feliz? ¿Estuvo cañón?
Caminos divergentes: mi carro, el de la alemana, el de la abuela patria con nieto, el del rey del lúpulo. Mis sandalias low cost, las de la alemana -a juego con un bolso bueno- ;las del niño -de goma- , que corren mucho y bien hasta la abuela, que vence un talón hacia la izquierda mientras se lleva la compra en unas  bolsas. Esas bolsas terminan en un maletero pequeño de un coche pequeño. No hay sonrisa al conductor, sólo un ceder el paso al crío, que se coloca en su silla. La alemana se fue en un coche fantástico, el alemán en otro. Yo, en el mío, menos viejo que el de la abuela, más cargado de lo básico. 
Dicen que el verano es democrático porque se puede dormir al raso. En la nueva teoría de líneas rojas es desplazar el umbral de perecer un poco hacia menos infinito, o lo que es lo mismo, dar holgura a la otra línea roja, concebida para el acto de rebosar. Las líneas rojas se separan, como cuando da un terremoto en una película y se abre el suelo. Estamos como el protagonista, mirando la grieta intentando adivinar  hacia qué lado saltar. La abuela que no tenía bastante podía dar clases de líneas rojas. Sobre una línea roja, si te fijas un poco, distingues a varios millones de personas que están muy muy quietas sabiendo que les toca abismo, tomen la decisión que tomen, porque quienes las diseñaron, paradójicamente, se comportan como si no existieran. La suya es otra línea. De rojo Ferrari, de rojo Valentino. De rojo de señora pija que me asalta desde la tele "no merezco llevar siempre la misma ropa". Maldita sea mi estampa, parece que lo dice en serio. Parece que hay un archipiélago humano con líneas rojas que son diagramas de Venn. La intersección es el voto que se pide con pordiosería, que después se inmatricula y que termina volatilizado, convertido en un matiz a podrido y a hierro en el aire, ese aire que puebla la zona baja del archipiélago, donde aunque no lo crea, vivimos usted y yo...

jueves, 4 de agosto de 2016

El tiempo

El tiempo es una mentira, las magnitudes no sirven para medirlo. Hubo unos años en la vida que pasaron muy despacio, esos años confusos que parecía que no acabarían nunca, con el cuerpo rebelándose, las ideas absolutas, las alegrías sin fin. Esos años pasaron con pereza, y los meses duraron el doble, y los veranos se quedaron pegados a la retina para siempre. 
En esos años extraños ya te quise.
Después llegaron otros años, esos años eran voraces. Me devoraron por dentro, me secaron el corazón. Me llevaron a unos y me alejaron de otros. Pendularmente. Violentamente. Todas las ideas absolutas, todas las alegrías infinitas se multiplicaron en hijos, en árboles, en gatos que me acariciaban con la cola mientras mis piernas temblaban porque estaba nerviosa. 
Venías. Ibas. Llegabas. Esperaba. Olvidaba.
Ahora han llegado unos años en los que el tiempo se ha vuelto elástico. Hay horas vertiginosas en las que llego a sentirme joven. Hay horas en las que no avanzo, congelada en un instante en el que noto cómo crujen mis caderas, cómo se me rompe el alma otra vez. Otra vez. Pero también viajo por el aire ¿no es extraño? Vuelo, floto y fluyo, camino sobre las nubes, me deslizo como una rapaz en una capa de aire cálido que acaricia la piel que se marchita.
Sólo el tiempo vuelve al reloj cuando como ahora camino por la arena y el agua acompasa mi corazón cansado. Las olas van y vienen, la arena se mete entre mis dedos. Puedo ver cómo los cangrejos se esconden, cómo las tellinas se clavan poco a poco en el suelo. 
Un sabueso viene y pega su nariz a mi pierna. Dejadle que me huela. Dejad que recuerde mi olor para que forme parte de otra memoria. Dejad que me de amor sin saber que fui, que estuve, que no me atreví, que no llamé. Llevadme en volandas -¡peso tan poco!- hasta aquella silla despiadada que quiere que tenga recta esta espalda torcida. Dejad al perrillo conmigo. Él dilata el tiempo y lo vuelve otra vez espeso, me lleva a la confusión de hace mucho con lo que sé ahora. Miradle, levantando la nariz húmeda, buscando unas notas que se esfuman. Me voy yo con esas notas, eso es cierto, y el tiempo se va volviendo de pronto, más mecánico, más exacto. Implacable.

miércoles, 27 de julio de 2016

Suceso


Pacorro, de natural Francisco López, es un quinqui sin suerte. Lo dice su cara chupada y verdosa, sus andares de gato arisco, su manera de cruzar la calle dando pequeños saltos huyendo del caldero que siempre le acecha. Pacorro anda hoy rígido hasta el calambre con una mochila que le ha dado un pijo de los que frecuentan el club de golf. Le ha dicho que está caliente, que él es sólo un mandado. No sabe lo que lleva, ni falta que le hace. Le han dado trescientos euros en billetes de cincuenta por llevar el bulto hasta la otra punta del polígono, donde empieza la zona de los rubios. Se quedará una calle antes, porque allí no pondrá los pies como no sea muerto; le han dicho que entre uno de aquellos armarios hay uno que disfruta haciendo llorar a desgraciados como él, y él, es sólo un desgraciado, que para qué va a andar jugando en esa liga, si tiene trescientos euros en el bolsillo.
Pacorro lleva caminada media ciudad y unos policías le dicen que pare un momento con un gesto. La verdad es que la mochila es mejor que todo lo que lleva puesto.
-Eh, ¿dónde vas tan rápido?
-Me ha mandado tu primo, me ha dicho que no me entretengas.
-Va, tira, tira...
Pacorro sabe que un primo de uno de ellos es alguien gordo, pero no se acuerda de quién es. Posiblemente un día de esos que se han quedado emborronados le conoció haciendo un encargo de esos que no se pueden dejar pasar, algo de costo o de mujeres, y de eso le suena. Nunca lo podrá comprobar, su memoria no es organizada desde hace muchos años y la gente o le suena o no le suena. El munipa tiene un primo, él lo sabe. El primo es un pájaro, eso lo tiene claro.
Pacorro ha llegado a la calle donde le han citado, le espera un sujeto vestido de basurero, pero que no es basurero. "Lleva hecha la manicura, el muy cabrón", piensa Pacorro, que tiene las orejillas tiesas porque no le cuadra el asunto. Le entrega la mochila, el hombre la abre.
-¿Nada más?
-No.
-Ahora te vas y le metes fuego en esa papelera.
Pacorro prende la mochila que arde sin problemas. Mientras lo hace ve cómo el fuego devora un portátil. Le han pagado a un caco, a un pijo, a un primo, a dos munipas y a él, sin contar con el de la basura, todo  para que lo que sea no sobreviva. Sin saberlo ha dado el golpe de su vida, no sabe hasta qué punto. Camina con las manos en los bolsillos apretando los puños cerrados, lleva el dinero bien a salvo, con esto ya tiene para unos días.

Nadie sabía su segundo apellido cuando hubo que hacer el papeleo para levantar su cuerpo.
-¿Has visto algo?
Las mujeres de la zona de los rubios no han visto lo que ha pasado, solamente que el día antes huía de su buena suerte, porque no podía ser tan buena. Juran que eso les dijo apretando los dientes, y declaran que iba mirándose las espaldas escuálidas mientras salía de las calles del polígono, encorvado, fumándose un cigarrito, camino a casa.

viernes, 15 de julio de 2016

A kiss for all the world

Soñaba con ir a Niza un día de estos. Ya saben, Francia rica, Francia hastiada de niña bien, Seberg luciendo un pixie maravilloso.
Niza ya no lo es, es el lugar de horror. Otro más como tantos. El horror tiene itinerarios públicos y privados, a los que se llega muchas veces de forma involuntaria. A veces se sale del horror empujado por una fuerza que es invisible como una onda expansiva, se llega a un lugar extraño, se sigue viviendo.
Hoy es día de grandes discursos. De grandes frases. De sentencias. Tenemos hasta titulares para elegir. Seremos duros, seremos fríos, seremos implacables.
Hoy es el día en el que en uno de esos campos de refugiados que hay en Alemania, en Hamburgo, un cuarteto de cantantes (Ainhoa Arteta, María José Montiel, Albert Monserrat y Aris Argiris) bajo la dirección de Íñigo Pirfano con la Sinfónica de Hamburgo interpretarán la 9ª sinfonía de Beethoven. Mientras les escribo escucho Maskerade, un vals maravilloso de Aram Khachaturian, armenio de Tiflis, con todo lo que eso supone,  que vivió el principio de un siglo XX que aún nos causa pavor. Lo ilustran unas imágenes de Guerra y Paz. En ellas, las mujeres van vestidas con lo que se llamó talle Josefina (Bonaparte). 
Y entonces emergen las guerras napoleónicas, que tan bien conoció Beethoven, que marcaron su forma de ver esa Europa que le reivindica con su música. Ojalá seamos algún día merecedores de ella y de los versos de Schiller, que romperán el inciso de la orquesta en la voz de Argiris en palabras del propio Beethoven: O Freunde, nicht diese Töne!
Les dejo una grabación histórica, la de esta misma sinfonía dirigida por Leonard Bernstein, para conmemorar la Europa soñada tras la caída del muro de Berlín.
Sucumban a la poesía y a esos grandes valores enciclopedistas que ayer reivindicábamos antes del atentado. Intenten recordar a Fouché y a Robespierre, pero no como nos habían contado.





jueves, 7 de julio de 2016

Espionaje

Mariquita limpia los cristales del tercero con gracia acrobática. Ha puesto una escalera en el balcón, se ha armado de cubo y trapos y mientras le da al bolero a media voz, frota dibujando anillos de Saturno y echa el vaho con la boca redonda sobre unas sombras que no se ven más que por el otro lado y por eso sube y baja constantemente, para ver la hoja de la ventana por los dos lados y dejarla absolutamente perfecta. Paco lo sabe y por eso, con los prismáticos fucsia y lila de Dora la Exploradora que se ha dejado Belén en el sofá le hace un homenaje a sus ojos y sus sentidos viendo las pantorrillas de la mujer, que escala y desciende en permanente tensión y en aras de la limpieza total que anunciaba ese mejunje con pistola que le da una tos tremenda cada vez que ataca a las manchas desde la distancia corta.

Paco está apoyado con los codos en la mesa camilla de su comedor, apostado como un soldado de la guerra de Corea en la playa donde reconoce el territorio con miedo a que el enemigo, que ha salido por unas bolsas,  por gazpacho y una lechuga, le pille in fraganti con cara de lelo mientras ella -esa diosa- abrillanta y rasca con la uñita lo que se resiste en el cristal del edificio de enfrente. Mariquita se huele algo, porque de vez en cuando un destello la ciega y viene de los pisos de los toldos verdes, del rellano de los realquilados. Se siente observada y mira a lo lejos topándose Paco con sus ojazos marrones, cayéndose el juguete, sonrojándose el ujier, cerrándose la bata de motivos escoceses hasta el cuello para que nadie pudiera ver que cada una de sus células andaba bailando el limbo, descocadas ante la maravilla del trapo que no cesa de frotar y frotar y frotar y frotar...


Paco está en la acera  con un collar cervical, le acaban de bajar del toldo del vecino. El enemigo desembarcó con sigilo y conociendo tras años de estudio las técnicas de vigilancia siempre negadas por las autoridades, llegó por la retaguardia emitiendo un chillido tan penetrante, tan agudo, tan hiriente que Paco, aferrado a unos prismáticos de juguete y sin acertar a poner los pies en el suelo se precipitó de la banqueta que había puesto para elevarse, al perder momentáneamente la visión de su objetivo. 
Desde la azotea de otro edificio una mujer mira a la calle con un catalejo pirata de pvc. Ha subido a volver la ropa y de paso a controlar la colmena que se extiende por el lado derecho del pasaje. La gente se agolpa en la acera. Hay un hombre en calzoncillos y bata de estar por casa, parece que se ha caído por el balcón. A saber lo que estaba mirando.

Buenas vacaciones