jueves, 28 de marzo de 2024

Vinagre

 

Tengo un recuerdo falso dentro de Los Juncos Salvajes. Es una tarde de merienda con el mar brillante, volviendo a casa en autobús. De los adolescentes que fuimos apenas queda un esbozo. En aquella época la vida nos dio unos cuantos golpes secos, de los que te expulsan de la infancia para siempre. En todos aquellos eventos hubo alguien que dijo que era capaz de controlar.

No había veladas sin alcohol. Cerveza, ponche o vodka con diferentes refrescos y zumos. Permutaciones con y sin reemplazo. Infinitas posibilidades de desconectar. Yo bebía más bien poco, pero estaba por allí. Recuerdo el olor a colonia de granel de los cubatas (una variación del Raf, en realidad), la sensación de ruina y el desfase. Los relatos del día después, más o menos novelados. La sed, la soledad y la realidad, implacable.

Cómo odié aquellos domingos que se levantaron con una noticia terrible. Los domingos sabíamos lo que sábado por la noche había ocurrido. Creamos una nueva categoría estadística que consistía en ser afectado por un accidente de tráfico. Todas las familias estaban dentro.

Jorge Matías escribe Vinagre desde la verdad y el sosiego. Pellizca y molesta. Molesta mucho, porque te reconoces en esos garitos, en esos amigos, en esas fiestas sin fin donde hacer todas las estupideces posibles. Leerle ha sido volver a todos aquellos bares donde la frustración se diluía en vaso largo, para volver con más fuerza al día siguiente. Dibuja con precisión el consumo de alcohol como ritual social, que encadena y destruye, del que se sale -si no hay recursos adecuados- con grandes dosis de voluntad. Este viaje iniciático hacia la abstinencia no se puede entender sin conciencia de clase, sin un elogio emocionante de la amistad, sin una mente clara para resistir, que es casi siempre vencer. 

No es necesario decir que está escrito con oficio; los que seguimos a Jorge Matías le reconocemos en estas páginas que deben haber sido muy difíciles de escribir. Elogio el valor del autor y del editor, Oihan Iturbide, que a través del sello Yonki Books divulga sobre adicciones desde la realidad de personas que nos fuerzan a mirarnos en el espejo de nuestros miedos.

Felicidades. Queremos más.

lunes, 4 de marzo de 2024

Traigan a sus muertos

 

En la mente del político el votante es alguien con quien camuflarse. De ese contagio sale la gorra de Trump, la pana gorda y las indumentarias laborales, que, vestidas fuera de onda, suenan a chirigota gaditana y a descuidero en hora punta. Se descuidó y mucho en el asunto de las mascarillas. Ábalos ha quemado sus escasos cartuchos con ojos de animal herido buscando con su discurso de la soledad una épica que ya no sé si es posible. No puedo aportar más sobre él de lo que ya se ha dicho, ni sobre la procedencia laboral de su fantasma de las navidades pasadas, ni sobre todos los funambulistas, hombres y mujeres de partido, que están demostrando la ley de la oligarquía de Michels, inocentes como salidos del limbo, o como diría el poeta, eternamente en fuga, como una ola. Todos los que apelan a nuestra candidez nos han visto cara de primos, empeñados en una poda estética, que tiene más de melodrama que de depuración de responsabilidades. El tono de estos días me recuerda al malabarismo que sucedió a la operación rescate de la alcaldía de Ponferrada. Muchas mujeres socialistas levantaron la voz contra el despropósito pero el protagonista, en palabras de Cervantes, fuese y no hubo nada.

Parece que a Ábalos no le va a acompañar la suerte de Óscar López, (secretario de organización, presidente de Paradores, jefe de gabinete del Presidente). No es lo mismo. Lo de López fue por una buena causa y lo de Koldo, por la de siempre. La codicia, desde Altamira, se ha cobrado piezas de gran envergadura que se están oreando para ser exhibidas en próximos asaltos parlamentarios. Nos esperan sinvergüenzas cum laude, cifras mareantes y mucha tristeza al pensar en lo fácil que es expoliar las arcas. Acuérdense de todos los implicados cuando no tengan especialista o maestro de refuerzo. Acuérdense cuando las ciudades se degraden, cuando les digan que no hay dinero para pensiones. No sé si aprenderemos algo, si este espanto será tapado por otro mayor. Qué lejos queda Pujol, o Juan Guerra, que resultó ser un simple aficionado. Cuántos han sido. Cuánto nos han enseñado sobre la miseria humana.

 

 Aún así, y como los libros nos salvan siempre, me atrevo a evocar ese cuento magnífico, “Cuánta tierra necesita un hombre”, de Tolstoi. Se le da a un hombre la oportunidad de amasar cuanta tierra pueda recorrer en una jornada. Pues bien, un hombre necesita exactamente tres arshines. Es lo que ocupa un cadáver.