En la
mente del político el votante es alguien con quien camuflarse. De ese contagio
sale la gorra de Trump, la pana gorda y las indumentarias laborales, que,
vestidas fuera de onda, suenan a chirigota gaditana y a descuidero en hora
punta. Se descuidó y mucho en el asunto de las mascarillas. Ábalos ha quemado
sus escasos cartuchos con ojos de animal herido buscando con su discurso de la
soledad una épica que ya no sé si es posible. No puedo aportar más sobre él de
lo que ya se ha dicho, ni sobre la procedencia laboral de su fantasma de las
navidades pasadas, ni sobre todos los funambulistas, hombres y mujeres de
partido, que están demostrando la ley de la oligarquía de Michels, inocentes
como salidos del limbo, o como diría el poeta, eternamente en fuga, como una
ola. Todos los que apelan a nuestra candidez nos han visto cara de primos, empeñados
en una poda estética, que tiene más de melodrama que de depuración de
responsabilidades. El tono de estos días me recuerda al malabarismo que sucedió
a la operación rescate de la alcaldía de Ponferrada. Muchas mujeres socialistas
levantaron la voz contra el despropósito pero el protagonista, en palabras de
Cervantes, fuese y no hubo nada.
Parece
que a Ábalos no le va a acompañar la suerte de Óscar López, (secretario de
organización, presidente de Paradores, jefe de gabinete del Presidente). No es
lo mismo. Lo de López fue por una buena causa y lo de Koldo, por la de siempre.
La codicia, desde Altamira, se ha cobrado piezas de gran envergadura que se
están oreando para ser exhibidas en próximos asaltos parlamentarios. Nos
esperan sinvergüenzas cum laude, cifras mareantes y mucha tristeza al pensar en
lo fácil que es expoliar las arcas. Acuérdense de todos los implicados cuando
no tengan especialista o maestro de refuerzo. Acuérdense cuando las ciudades se
degraden, cuando les digan que no hay dinero para pensiones. No sé si
aprenderemos algo, si este espanto será tapado por otro mayor. Qué lejos queda
Pujol, o Juan Guerra, que resultó ser un simple aficionado. Cuántos han sido.
Cuánto nos han enseñado sobre la miseria humana.
Aún así, y como los libros nos salvan siempre,
me atrevo a evocar ese cuento magnífico, “Cuánta tierra necesita un hombre”, de
Tolstoi. Se le da a un hombre la oportunidad de amasar cuanta tierra pueda
recorrer en una jornada. Pues bien, un hombre necesita exactamente tres
arshines. Es lo que ocupa un cadáver.
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