Si no contratásemos con Gas Natural, si no comprásemos moda
low cost, si no comprásemos teléfonos que contuviesen coltán…
Si no fuésemos tan negativos, o tan pasivos, o tan
beligerantes…
Si nos pusiésemos con un fusil en la frontera, o diésemos
una peseta cada español, o nos dejásemos de tonterías con el tema de la
educación. Si los maestros volvieran a
tener regla para dar en la punta de los dedos y se diera la enciclopedia
Álvarez y no se perdieran las buenas costumbres.
Si la urbanidad, la tradición y eso que creemos cultura nos
rigiese los hemisferios cerebrales, si la caridad fuese la única alternativa a
la desigualdad.
Si la desigualdad fuera un fenómeno espontáneo, y todos
pudiéramos ser héroes de nuestra historia, aunque acabamos siendo nuestros
verdugos (¡qué bien arraiga la culpa!)
Entonces…
Cada pobre sería responsable de su carestía. Y podríamos
dormir tan ricamente. Pero esto es como las tripas de una centralita de teléfono,
donde se cruzan conversaciones anónimas y los cables de colores se
mezclan como en la melena de la Medusa. La pobreza propia y ajena, la desgracia
complicada, espesa, descarnada, no suele responder a una sola causa. No depende
de cómo enfoquemos nuestro estado de ánimo. No somos causa sino consecuencia.
Nosotros, pobres con internet, podemos extraernos de la montaña rusa de la
miseria en un ejercicio de abstracción, hasta que las (propias) habas contadas nos
aplasten, y si uno fracasa
con lo suyo, por ser el único responsable de ello, apenas producirá un leve temblor en el que está, sin embargo, tan
cerca.
Al final elegimos la colectividad como paternalismo o la colectividad como
fuerza. Elegimos el individualismo como herramienta personalísima de superación o como herramienta de
desconexión social.
Somos todos o somos invisibles. Como la mujer de la vela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario