martes, 21 de enero de 2020

Dice Rosa

Dice Rosa que dice Isabel que Carmen le ha contado, porque sabe que ella a nadie se lo dirá, que Fernanda ya sale a la calle aunque con poco empuje, eso sí, tampoco hay que faltar a la verdad. Sale ya a la calle como si nada. Un mes desde lo de su marido y va sin una triste chaqueta negra. Dice Isabel que ya se ríe, y que se arregla el pelo -sin mechas, con lo que ella ha sido- desprendiendo ciertas ganas de vivir. Fernanda ha sido interrogada sin pudor, bien lo sabe Carmen de primera mano, y ha respondido que vivir es cosa del cuerpo y que como no se murió en ese primer momento, en contra de todo pronóstico, vivirá para sus hijos y sus nietos, que al fin y al cabo no tienen culpa de nada. Fernanda tiene dos hijos buenos y ordenados que la rescatan para la realidad y el mundo consciente de manera que ha conseguido tener momentos en los que se olvida que Benito ya no está con ella, y que la cama es más grande y que la cocina no tiene nada fuera de su sitio, ni hay nada que fregar porque ya nadie come a deshoras.
Benito se fue una tarde de San Lorenzo y al irse hizo la casa más grande. Opina Rosa, de acuerdo con Isabel y Carmen, que la casa es demasiada casa para ella y que debería tener Fernanda una chica que la acompañase a la iglesia o al bingo, y al mismo tiempo espantara a Roque, el de Remedios, que siempre estuvo por ella y que lo mismo ahora ve la ocasión de conquistar su corazón maltrecho. Rosa tiene un pensamiento anhelante y fatigoso, y de su soltería extrae lecciones de soledad que no desea a nadie, ni siquiera a Fernanda, aunque se sentiría más tranquila si llevase luto al menos un mes. No nos queda ya nada, todo se pierde, dice Rosa lacónica al aire suave de la mañana, que trae olor a cocina y a fruta. Rosa tiene la cara torcida  desde el día cuatro del mes pasado en el que tuvo un mal aire, así llama ella a una parálisis facial de toda la vida que la aleja más de Roque y de la vida que se agolpa en las mejillas de Fernanda cuando sale de mañana a caminar y a recibir la compasión de sus vecinas. Tan bien que se llevaban. Tan buen hombre y fíjate la vida lo que es, una mentira solamente, sentencian otras señoras a coro, señoras que miran de arriba a abajo a la viuda de Benito, viuda alegre a su juicio, viuda suicida por las noches, viuda secretamente suicida y armada de ira contra Roque. 
-No habrá nadie más, Roque. Nunca más me hables de eso.
-Será lo que tú quieras...
Dice Rosa que Carmen le dijo que Isabel estaba caminando por la calle, y que vio a Roque decirle algo a Fernanda en plan confidencial y que ella parecía azorada o disgustada, que no sabría decirlo porque no llevaba las gafas. Pobre Benito, dicen a coro y hacia adentro, mientras Fernanda se acerca. Qué bien disimula esta mujer. Hola Fernanda. Qué tarde más buena se ha quedado, qué día más bueno para secar las sábanas, he puesto yo dos lavadoras... Fernanda lava menos desde que está sola, pero eso ellas ya lo saben. Fernanda se siente desgraciada por haber hablado con Roque, y la corroe un pesar doloroso y sórdido, como si Benito aún la estuviera esperando en casa. En realidad aún la espera. Ella va a buscarle a la cama desierta, a la mesa inmensa, al armario, saturado de sus camisas, al retrato donde está mirándola y que ha fijado su edad para siempre en la memoria de la mujer que sabe que ha de mirarlo muchas veces porque no quiere que se pierda nada, ni un detalle, porque entonces la vida será otra y no quiere, no quiere, no quiere...

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