Mientras
escribo están en Madrid manifestándose por mi. También por usted. A las seis de
la tarde salía una manifestación por el derecho a la vivienda digna. Por no
dormir al raso. Manda huevos. Uno de los tuits de los compañeros que andan por allá
buscando dignidad en mi nombre y en el de tantos dice: “medidas sociales, no
policiales”. Desde hace demasiado tiempo, cualquier problema social se
convierte en problema de orden público. La ley mordaza es lo que tiene. Los
fondos buitres es lo que tienen. La crisis feroz y el desempleo es lo que
tienen.
“Fondo
buitre el que no bote”, dicen, con esa retranca del que está de vuelta del cabreo.
Somos flojos de memoria. No recordamos a los vendimiadores que dormían en
jergones en Francia, a los que se acostaban entre las bestias en la siega.
Parece que todos nacimos en el esplendor, parece que todo el mundo puede
acceder al bienestar, pero te das cuenta que no cuando vas a los cajeros por la
noche. En los cajeros duermen personas que fueron como nosotros. Este tren en
marcha del capitalismo corre rápido y si no puedes subirte en marcha, estás
perdido, porque no espera a nadie, y porque no faltará un neocon que deslice la
idea de que eres flojo, carente de toda iniciativa, que has nacido con el
fatalismo pegado a la piel y que no deberías rebelarte contra tu condición de
pobre.
Estos
días se ha hablado de la Vega Baja y de lo que el agua se llevó. Hablar de este
lugar es hablar de la destrucción del paisaje, de las estructuras abandonadas,
de las infraviviendas que habitan los inmigrantes que trabajan esa huerta que se ha perdido. De la voracidad de la
construcción, de cómo, ebrios de una quimera, todos pudimos ser constructores y
de cómo contribuimos a la especulación, en una sucesión sin fin de subidas y
bajadas que sólo enriquecieron a unos cuantos, descuidando la vivienda pública,
dejando sin alternativas a los más humildes, en la mejor tradición de una clase
empresarial que en algún momento sustituyó la iniciativa que debiera haber sido
de la administración.
Si me
leen, supongo que lo hacen desde su casa. Piensen que no la tienen. Ni esa ni
otra. Pues ocurre que a la gente la desahucian, aunque ya no hablemos de ello. Al lado mismo de lo suyo, al lado de su pequeño confort, de
su mundo sin sobresaltos.
No me
digan que no es para manifestarse.
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