Que
España huele a incienso que empalaga no se puede discutir en estos días.
Entramos en el tiempo litúrgico de los futuros imperfectos: hijos no
concebidos, hijos abortados, hijos sin desayunar, hijos sin expectativas, hijos
que no se van porque no pueden, y como no pueden, no pueden tener hijos. No sé
si me siguen.
Egea
invocando el Viernes de Dolores. El alcalde de Lorca y sus festejos. Me falta
una opinión autorizada y para ello hablaría ahora, si ella estuviera aquí, con
la hermana Elena (llamémosla así), la hermana de una vecina mía que anda de
misionera por el Caribe, el Caribe de los piratas, las chabolas y los huracanes.
La última vez que hablamos estaba destinada en un hospital de gente con VIH,
que allí debe ser mucho peor de lo que llegamos a percibir aquí, a pesar de
todas nuestras conexiones y desinformaciones. Ella tiene una mirada directa, de
esas que te desarman. Vino a ver a la familia -viene cada cinco años- y estaba con pena
pensando en la falta que estaría haciendo entre sus enfermos, en la que ya era
su tierra. Decía que teníamos mucho aquí. Alababa la sanidad pública, la
educación. Renegaba del consumismo, no entendía la necesidad de tantas cosas. Sospecho
qué pensaría de instagram, de las polémicas de escritorio, de esas “cámaras de
eco” que mueven tantas pasiones. Si hoy
pudiera mirar a la hermana Elena a los ojos, le preguntaría sobre esta Semana
Santa que hoy se ilustra en la tele con imágenes dignas de un péplum, y yo sé lo que me diría.
Que se volvía con los suyos. Nadie como estas personas para explicar qué
diferencia un país que vive de un país que malvive sin esperanza, vapuleado por
vaivenes políticos, mangoneado por las potencias occidentales, expoliado, sin
esperanza.
En
estas fechas que se avecinan es casi de mal gusto hablar de una Semana
Santa que es escaparate y turismo. Andan desahuciando aún, siguen llegando
menas, las clases se multiplican hacia abajo y abajo del todo hay una sociedad
que como el topo cava y cava más hondo. No encuentro palabras adecuadas para
expresar mi desagrado, pues parece que hay una España de liturgia y corbata que
aún pasea como antiguamente, por un lado exclusivo de la plaza, pensando que lo
suyo es todo y que además, todo es suyo. Llámenme exagerada, que lo seré, pero
esto no tiene un pase. Es mediocre. Es estéril. Y aún no han disuelto las cámaras. No estamos aún ni en
la primera estación de penitencia.
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