La playa es hermosa en verano, aún más cuando
está amaneciendo. La playa es majestuosa, como un animal salvaje, y se muestra
espléndida cada día. Matilde aspira con
fuerza el aire con olor a sal. La orilla está sembrada de algas y peces
muertos; pareciera que se hubiera librado una batalla cruenta que ha acabado en
un equilibrio casi artístico entre lo hermoso y lo feo. Hasta ese mújol de
barriga hinchada, fétido y verdoso conserva cierta belleza. Se siente capaz de
ver cada día el mar, de estar ligada a aquel cielo, de esperar el temporal y la
resaca, como un ciclo natural, de esperar que las olas traigan objetos imposibles, de buscar entre las
conchas las más hermosas para hacer con ellas un colgante que tintinee en el
balcón cuando haya levante. Matilde lleva ya una semana en la playa y planea
establecerse allí de manera permanente. Eliseo le comenta que en invierno es
triste el mar y los pueblos que lo bordean se llenan de bruma y se quedan medio
desiertos cuando los veraneantes se llevan los niños y las pelotas, las
verbenas y los fuegos artificiales; que
hay mucha gente que viene huyendo de la quema a urbanizaciones como la suya. Personas
con un pasado inconfesable, personas sin raíces ni familia, o lo que es lo
mismo, personas que no tienen nada que perder. A Matilde le parecen argumentos débiles para retenerla en aquel
piso que odia con toda su alma. Odio ese piso, Eliseo. Por mi lo quemaba entero.
No hay nada allí que me retenga. Susana y Paco tienen al chico, ese chico al
que no ven y que dicen que está llamado a ser el asombro del mundo. Tú tienes
tu trabajo. Pilar lo mismo. Es más, tiene a Lola. Lola no lo sabe, pero está a
punto de hacerse vieja, y en la próxima crisis sólo cabrán dos posibilidades: o
se va Pilar o las dos se quedan solas. Ojalá acierten con su decisión. Hay que
quemar las naves cada día, cada día. El piso es mi nave y yo necesito no poner
más los pies en el portal.
El mar es magnífico, qué duda cabe. Parece
que hay borreguitos, dice con un candor de muchacho un Eliseo muy triste, que
busca dónde aparcar. Matilde sale del coche apenas frena, casi en marcha. Aquí
no seré feliz, pero no me perseguirán sus cosas. Las he metido en cajas, las he
mandado al almacén. Al final no vendimos nada… Hay proyectos que nacen muertos.
Yo intentaba liberarme, pero no era ese el momento. Sé que pensáis que estoy
medio loca, intentando una aventura a estas alturas.
-Me vas a perdonar, me voy. Hasta pronto,
Matilde.
Paco espera impaciente a que salga Eliseo
del coche. Hace gestos desde lejos. Interroga con tesón, pero no hay nada que
contar. Se ha ido, quiere hacerse un exorcismo. Le recordamos muchas cosas, dice
Paco en un suspiro. Remi está en todas partes y no podrá escapar, pero mira,
cuando me llame iré a por ella, no puedo decir otra cosa. El padre de Yoni
saluda. El señor Remi era buen hombre.
Sentí lo que le pasó. Dígaselo a la señora Matilde. El padre de Yoni ha vuelto esta semana por el
bufete, tiene un asunto pendiente. Se ven más de lo que él querría, y de este
contacto ha nacido una familiaridad que no le agrada. Eliseo asiente con la
cabeza mientras sube, escapando de la calle, hablando para sus adentros. Qué
asco le dabas a Matilde.
Peláez trae grandes noticias. García se ha
ido de la firma y queda una vacante. Han pensado en ti, Eliseo, para que trates
con los particulares. Total, llevas en esto mil años y la gente te busca porque
se te da bien. Tengo que saber las condiciones. Adelante, Eliseo, se dice
pensando en Matilde. Adelante. Acepta. Será más sueldo, menos horas. Tendría que
hablar con ella y contarle las novedades, pero no le hace falta. Hay un momento
en el que sabemos lo que nos dirán los que nos quieren. Parece que la está
oyendo. Pues claro que aceptarás. Tienes que comprarte ropa.
No sabe el hombre decir si acepta porque
quiere hacerlo, si lo hace por un instinto de subir, aunque sea un poco. Si lo
hace tendrá que viajar a menudo. No ha comprado un billete desde que… ya ni se
acuerda. Lo mismo es incapaz de llegar a su destino y se pierde. Lo mismo es un
desastre su gestión y no satisface al cliente. Mejor si renuncia enseguida,
antes de que cambie lo que sea que haya de cambiar cuando a uno le ascienden. A
Tere mejor no le pregunta, no quiere que confirme sus miedos, que le diga que
no hay un futuro distinto al de la vieja profecía: el Eliseo solterón y
decadente gana terreno cuando tiene delante un reto, que es ahora mismo decidir
algo que sólo a él mismo le atañe, algo de lo que nadie está enterado.
Renunciar es aceptar su falta de valor. Aceptar es un desafío que le supera. Si
no aceptara, nadie se lo podría reprochar, salvo él mismo, y habría de inventar
una excusa coherente para poderla utilizar llegado el caso. Ojalá no sintiera
esta sensación de incomodidad. Desde que ha llegado a casa no puede
desprenderse de algo muy desagradable parecido a la decepción.
-Peláez…
-Hola, Serrano.
-Que acepto.
-Lo harás bien. Hasta mañana.
No sabría decir Susana qué está haciendo
Eliseo. Mira que la óptica es buena, pero no entiende para qué tanta vuelta,
tanto ir y venir, tanto encender y apagar las luces. A estas horas lo suyo es
insomnio, no cabe duda. Y nadie sabe en realidad por qué se espanta el sueño y
por qué vuelve. Ella no puede conciliarlo ante el día de mañana, en el que
–Paco aún no lo sabe- va a proponerle algo que habrá de aceptar por bien de los
dos. Le mira mientras da vueltas, inmerso en un sueño dulce que domina su
cuerpo, relajado, indiferente, ajeno a cualquier tensión. Paco duerme y nada
ocurre fuera de su piel húmeda y tersa, casi perfecta. Susana siempre ha
envidiado su tacto. Hay algo magnético en él que invita a acariciarle, pero
sabe que si lo hace le despertará, así que le observa clandestinamente, durante
horas en las que no ocurre nada, salvo Serrano entregado a una actividad
frenética que contrasta con la quietud de la ventana de Matilde, ahora cerrada.
Susana no puede mirar hacia allá. Aunque le
intriga qué ocupa la noche del pasante, no puede fijar los ojos allí sin pensar en su amiga,
ahora lejos, mirando al techo. Ella sabe que Matilde es también insomne. Lo era
antes de lo de Remi, y duda que haya mejorado nada las últimas dos semanas.
Tiene razón Susana. En su nuevo refugio, mira al techo Matilde, perdida en un
silencio que hiere. Aunque una esté sola siempre hay alguien alrededor cuando
vives rodeado de gente. Allí era diferente. Fue buscando un retiro y encontró
el silencio. El mar apenas se mueve esta noche y la calma se ha apoderado de
todo. No es la ciudad en la que pasa el camión de la basura, en la que los
horarios de los demás imponen ritmos a la noche. Allí todo decaía con el último
rayo de sol. Se veía Matilde como un animal de granja, fijos los ojos en el
destello de la luz que venía de la calle. Le gustaba la idea de sabotearla, y
que todo se convirtiera en una boca de lobo. Fantasea sobre la posibilidad de
una población enfurecida, una masa que saquea comercios y quema contenedores de
basura, enloquecida por la temperatura que hace imposible el descanso. Matilde
cree que lo que ella necesita es mezclarse en un grupo salvaje y destructivo,
ser parte de un conjunto de seres alienados entre los que pueda camuflarse para
dar rienda suelta a su ira. Cuando estos pensamientos le asaltaban, Remi le
hablaba bajito, le ponía una música suave y se la comía a besos. Remi tomaba su
cabeza con las manos introduciendo los dedos en el pelo, y nada ya era tan
grave. Y toda aquella cólera se disipaba lentamente hasta diluirse y
desaparecer.
Con la certeza de esa solución imposible,
Matilde echa mano del mueble bar del piso, perfectamente surtido tras cientos
de visitantes ocasionales. Hay un licor de manzana que no tiene mal aspecto. Se
sirve un chorro generoso en un vaso largo con dos cubitos de hielo. Enciende la
televisión. Están poniendo un culebrón de los ochenta. La protagonista es una
modelo cuya vida es un asco. Ella también llevó un bañador como ese, de un
color flúor insultante, y no le sentaba mal. Beber sola es tristísimo, se dice Matilde,
y tras un par de tragos pequeños, tira el líquido por el desagüe de la pileta. La
modelo posa encima de un edredón de raso, casi tiene ganas de llorar al verla
tan hermosa y tan desvalida. Por primera vez desde que no está Remi ha sentido
algo distinto a la ira. Ha sentido miedo a naufragar entre las excusas, a
hundirse entre copas y estupideces, a echarse un novio hortera que la desplume,
a perder las pocas raíces que tiene. Matilde se ha sentido vulnerable y medita
sentada en el borde de la bañera si tiene madera de suicida, si será difícil
cortarse las venas. Si no lo hace ya terminará en una secta, así se lo cuenta
muy seria, porque ahora mismo es un animalillo asustado que sólo quiere cariño,
como todos los que acabaron tocando la pandereta o esperando una nave nodriza
que les llevara al juicio final.
Eliseo pasa por el bar a final de la
mañana. Ha quedado con Susana y Paco, dicen que quieren cerrar después de los
cafés, que lo harán un mes de prueba; Susana se lo ha propuesto con muy buenos
argumentos. Han hecho cuentas y es viable. Eliseo diría que ha ocurrido algo
que se le escapa. Hay una paz diferente entre Paco y Susana.
-Matilde ha vuelto.
Pilar anuncia eufórica lo que todos ven. Entra
Matilde con unas maletas, aún no ha pasado por su casa. Paco va directo a la cocina mientras
pregunta:
-¿Comes?
-Como.
-¿Vienes para quedarte?
-La playa es un aburrimiento. A punto
estuve de jugar al póker por internet.
-¿Me esperas y te subo los bultos?
Eliseo toma lo que queda de su café de un trago mientras Matilde coge de las manos a Pilar.
-Lo que te he dicho, Pilarcita. Que la vida es muy corta.