"La Hacienda estaba presidida por dos árboles que se
plantaron en el tiempo de las abejas. Lo llamaron así porque no hubo una flor
sobre la que no se posara una de ellas de día y de noche, llenando el aire de
su zumbido, que no cesó durante veinte años, los mismos que tardaron dos crías
de guacamayos jacintos en cambiar el plumaje
y emprender el vuelo como adultos. Durante los veinte años en que las
abejas mantuvieron la primavera en la Hacienda, no hubo lluvia ni viento, tan
sólo una brisa acariciante por la tarde y un sol nítido que no causaba sed ni a
las plantas ni a los animales. Los pétalos de las flores se llenaban de gotas
de rocío por la mañana y bebían las criaturas lo que les ofrecía la Santa
Horcate, que era como la niña de los pájaros azules llamaba a la santa que
vigilaba que no cesara el verde en la tierra y el azul en el cielo, y que salía
al amanecer vestida de hojas de palma, contoneándose ante las fieras, segura de
que no la atacarían jamás.
La Santa
Horcate dispuso que en estos veinte años no hubiera hombre sin amor, pájaro sin
bicho, tumba desocupada. La Santa Horcate se ocupa de que la tierra sea fecunda
y esté infestada de lombrices resbaladizas y sensuales, que se retuercen en el
extremo del hilo que la niña que llegó en el tiempo de las abejas pone en el
agua para que el pez koi se levante del fondo del estanque y salga a visitarla.
La niña Mariana tiene un sedal en el que ata una lombriz sin llegarla a
estrangular, incordiándola sólo un poco, dejándola moverse, creándole la
ilusión de la libertad, que es como mejor se mueven los hombres y como mejor
cantan corales al patrón, al rey, al verdugo. La niña Mariana lleva una argolla
en un tobillo que le pone su madre cuando se va, camino del otro extremo de la
Hacienda, una argolla verdosa y musical que la hace sentirse lombriz cuando se
le aparece la Santa Horcate y ella se mueve con su pelo negro sobre los ojos,
sin atreverse a mirarla, una danza de reverencia y de liturgia, de miedo y de
posesión, que acaba pasados unos minutos tras los que sus ojos perciben
estrellitas y destellos, como luciérnagas, que le dicen que llevará el pelo
lleno de hojas cuando se levante del suelo, en el que ha estado rodando sin
saber que dormía, apenas hace un instante. La carpa sagrada, con sus bigotes de
animal serio, la llama desde el estanque para que se vaya levantando del trance
y quite con cuidado la tierra que le mancha los piececillos pequeños, las piernecillas de alambre. La carpa es la
buena suerte, eso dicen todos, y por eso ella no duda en seguir sus
indicaciones y evoluciones, imitando sus círculos, que se entrelazan con los
que dejan los mosquitos que acuden a beber y a poner millones de huevos para
que eclosionen a un tiempo y el abuelo Matías pueda espantarlos mientras se
mece sin prisa, mirando a la niña Mariana, pensando si será bueno que la tengan
atada de un tobillo cuando llegue un puma hambriento, un chacal o un hombre.(...)"
Este es el comienzo de una narración que busca editor para relación estable. Si es de su gusto y lo comparten, agradecida.