La
promesa del azul en las alturas, encabalgando brisas volanteras, llegó esta
mañana sin aviso.
El
tiempo se ha quedado congelado. Qué cosa más extraña es querer tener una vida
diferente, y qué perversión hay en el bucle que empuja hacia el embudo donde
espera la hormiga león, batiendo sus mandíbulas perfectas.
Soy
una presa que se debate en las arenas sueltas del tiempo, agotando el aliento
que se escapa como un gemido pequeño: aún soy joven, aún me pertenece la vida,
aún no he sido expulsado de la felicidad y la alegría.
He
revisado mis arrugas, he sido consciente de la derrota de las horas en el
cuerpo, he vuelto a tener mirada de científico sobre las marcas que me van
añadiendo valor, como capas de arenisca de colores, aluviones de momentos y
alegrías, sedimentos de pena, bancos inertes de piedrecillas que debilitan el
caminar y lo hacen triste, como esos dolores que terminan por formar parte del
cuerpo. Como los vicios que desgastan los zapatos y los vuelven inservibles
para otro.
Sigo
viva. Esa es la enseñanza. La única y capital enseñanza.
Y como
desperté y respiro todavía, no me queda otra que amar esta existencia que se
acaba y empieza constantemente.
Qué
haces, me pregunta un amigo.
Vivo.
Amago
con una tristeza que no llega, porque hay una obscenidad en el derroche de las
horas regaladas. Me asalta la conciencia: no es esto lo que hablamos cuando vimos
que es posible morir y dejar un rastro de orfandad en los que te amaron. La pena
es una impostura para sentirse mejor, para creerse capaz de sobrevolar la
tierra que se volatiliza sobre las cosas cuando no se mueven. La pena es inevitable,
oceánica, salvaje. La pena consume y ciega. La pena es un trago amargo que no
se acaba nunca, que domina los sentidos y los embota, que engancha como una
droga y da sentido. La pena nos define y nos impone rutinas mendicantes, nos
lleva al desierto y nos abandona. Engorda nuestra vanidad y nos destruye. Nos
convierte en vigías de la felicidad ajena, en verdugos de la luz, en enemigos
del alma, si existiera.
Créanme
si les digo que hoy el azul es más azul y el sol más cálido y vibrante. Créanme:
estoy viva aún y lo celebro como sé celebrar, con una reserva puritana. Pero no
puedo resistir comentarles que hay milagros todos los días.
Ane
tendrá un hermano en primavera.