lunes, 9 de marzo de 2015

Luisa

Luisa ve con estupor un programa sobre maltrato. Ella no se siente maltratada. Ninguneada a ratos, aburrida mucho tiempo. Sola por las tardes. Por las mañanas. Por las noches. Las noches de Luisa son largas, muy largas, y quisiera agarrarse a algo con todas sus fuerzas. Navegar por los sueños es como perderse en un océano, y a veces no se ve la costa. Quizá se compre un cojín con forma de brazo que ha visto en internet, para poder trincar algo en los momentos de máxima angustia, quizá le de a las pastillas, tentada está, que el médico se las da y las toma todo el mundo. La angustia de Luisa parte de la soledad. La soledad es tan grande, tan inabarcable, que no hay donde refugiarse de ella. Probó a leer, pero no. Probó a salir de compras, pero era muy caro. Probó incluso a quedarse en la terraza del bar haciendo como que leía, escuchando conversaciones ajenas... Luisa sabe que si tarda mucho en llegar a casa no le dará tiempo a nada. Y va a todas partes andando deprisa para no llegar tarde a la cocina donde le espera la tarea.

-¿Y cuántos son en su casa?
-Ocho.

Luisa ve la cara de estupefacción del médico, que le receta las pastillas y la despide con un aire de compasión. Ocho y sola, piensa el médico. Ocho y sola, piensa Luisa.

Luisa ha recogido la mesa, fregado los platos. Se ha duchado después de planchar. Se ha acostado en la cama y ha notado la falta de un almohadón donde asirse ahora que va a caer al vacío. Son estas malditas pastillas, se dice, mintiéndose a media voz...

-¿Decías?
-Nada, sigue durmiendo...
-Tú estás rara...

Luisa no está rara, ni siquiera está triste. Está sola mientras esquiva a la gente que se quedó con el aire que le falta a bocanadas, con los colores que quitaron de su ropa. Vive en el silencio que se ha impuesto, porque mientras habla con ella misma tiene siempre razón y no la interrumpe nadie, y la almohada cervical le devuelve la caricia en el cuello que necesita descansar sobre alguien palpitante y vivo. Luisa sabe que estuvo viva, lo recuerda vagamente. Esboza una sonrisa al ver las caras de sus familiares que la observan con extrañeza y especulan sobre por qué se tomó la justicia narcótica por su mano, dejándolos a todos quietos, en un estado en el que por fin no iban a necesitarla más. El médico está desolado porque tuvo que haber advertido que estaba furiosa y la misma Luisa le consuela diciéndole que no se preocupe, que estaba a costumbrada a que a nadie le interesara lo que estaba pensando...

1 comentario:

  1. La peor soledad de todas, la "soledad de la papelera": Nadie repara en ella salvo cuando tienen que esquivarla o echarle basura...

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