Mientras digiero el último
rechazo editorial me recomiendan la última obra de una mujer que no conocía
hasta la fecha, un libro de cubiertas carnosas y portada exuberante. Parece que
desde mi escritorio huele a fruta madura viendo esa foto de páginas ligeramente
tostadas. He decidido que ese libro huele a vainilla y sabe mango. Otro correo
que me llega me recomienda un clásico reeditado. La traducción es magnífica, me
cuentan. Lo creo y lo apunto. Mi lista
de deseos crece. La lista sabe a ceniza y a tierra, y está doblada en cuatro
partes, para tapar los títulos que desfilan militarmente hacia el final del
folio.
No compraré ninguno de
ellos.
(Tengo compañeros de
lecturas. Me regalan, me prestan, me enlazan. Son generosos. Cuando lo hacen me dan el beso
de la vida, esa bocanada de aire que abre las vías del que se asfixia. Ellos lo
saben y yo también. Les miraría con ojos de Bambi si les tuviera delante, y lo hago ante sus avatares. Gracias por las
lecturas, les digo, como en una oración. Gracias por alimentarme.)
Los libros son la llave de todos
los grilletes. No son caros, pero yo soy pobre. Lo pongo por escrito para que
conste. Ahora que he asumido esta contrariedad puedo descargar mi ira contra
alguien. Puedo elegir gremio: Médico de terminales. Estibador. Maestro de
primaria. Etólogo. Profesor de filosofía, de acústica, de estética, de física
cuántica. Dibujante de comics, cantante
lírico … ¡Actor de teatro! Cualquiera de ellos vive #comodios y me invitan desde
los púlpitos del opinar a que me ofenda su prosperidad adquirida en bregas en
las que no estuve presente ni en cuerpo ni en espíritu. Pero a diario son
señalados, como si hubieran entrado de noche y me hubieran robado la solvencia
que nunca tuve. Quien los señala sabe por qué lo hace, ensemillando de sospecha
el ecosistema de los iguales. Otra cosa es saberse el igual de otro, sentirse igual,
querer ser igual a otro. Complicados los procesos en los que entra en juego la
fe, sobre todo si es en algo tan terreno como la naturaleza humana. Aún así, creo firmemente en ella, en parte de
ella, al menos, y le debo a los hijos propios y a los ajenos la resiliencia –que
no resignación- suficiente para limpiar
bien mis gafas de leer y ver con nitidez que la bandera del enemigo la enarbola
el que quiere que las grandes bibliotecas sean lugares secretos, que las luces
que nos alumbraron a los hijos de los obreros (uy, qué carca es esta mujer, por
Dior, obrero, por Dior, me desorino) se extingan a favor de lugares diseñados
para que sólo accedan a ellos unos pocos cogollitos que ahora mismo están
repitiendo que la estiba, que los puertos, que el progreso, que la riqueza. La
comedia de esta economía feroz nos aplasta empezando por la cabeza,
diciéndonos que ella no ha sido, que ha sido tu compañero, ese que parece
boyante y que sólo es normal en un charco de pobres. El sistema apela a
eso tan español como la envidia para desviar tu mirilla mientras el verdadero
objetivo escapa con agilidad gimnástica adquirida en décadas de entrenamiento
en los mejores colegios. Y tú, naturalmente, sigues siendo pobre. Lo que se dice una jugada redonda.
Ay que eres mu torpe...por Dior
ResponderEliminarYa tú sabes, mi amol <8>
Eliminar