viernes, 17 de abril de 2020

Panes y peces


Imaginen ser una de esas personas que no tiene don de gentes, que tienen algo que las hace diferentes, puede ser una pincelada, o simplemente algo que no las deja encajar con los demás. Imaginen ser pobres, o ser mayores, o las dos cosas. Imaginen ser enfermos crónicos a cualquier edad. Imaginen que el rechazo es la constante en sus entrevistas de trabajo por cualquier razón que en otro tiempo no lo fue (cv, edad, género, estado civil,…). Imaginen que viven en un país desindustrializado, con una administración adelgazada por los recortes, con una clase política que tal vez tiene mejores adentros que reputación, con unos referentes de éxito que no debieron serlo nunca, con una protección social manifiestamente mejorable.

Imaginen vivir en un barrio malo. Pero no malo porque no haya bares. Malo de chungo, malo de no salir por la noche ni a tirar la basura. Imaginen que su economía y la de cuantos le rodean sea la subsistencia, el arañar y el estirar los pocos cuartos que circulan. Imaginen ese estirar y ese arañar viviendo en un barrio normal. Ser impensable para los demás, ser invisible.

Ahora imaginen -si no se han hartado ya- que el país se para por lo que los antiguos llamaban “fuerza mayor”. Esta fuerza que nos atrapa no es que sea mayor, porque fuerza mayor era enterrar a un padre y ni eso han podido hacer en condiciones los que han tenido la desgracia de verse en ese trance. Esta fuerza es la biología en todo su esplendor. Y la biología tiene unas leyes que no entienden de días hábiles. Biológico es nacer y morir, y entre tanto, comer.

Comer cada día, varias veces. Imaginen no poder hacerlo. No poder dar a tus hijos lo que precisan. La única duda que tengo es cuánto puede aguantar una población asfixiada. Siempre lo digo: somos asombrosamente cívicos. Resistimos con entereza, pero vivir no es sólo resistir. Vivir no es sobrevivir, es no perder la dignidad que se nos suponía: avanzar, consolidar, tener esperanza.

No es paguita, es cohesión social. El cinismo del término califica no a los destinatarios potenciales sino a quienes sacrificarían a media humanidad en el altar del dinero. Para ellos mi desprecio. Todo.  Deberían haber entendido que muy a su pesar, nacemos libres e iguales. Perdonen, me han quedado grandes las palabras. Ojalá tras la resaca seamos más libres e iguales.

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*Mención especial para un curita obrero que me explicó hace mil años la multiplicación de los panes y los peces: el secreto es repartir. Si se reparte, hay para todos. El evangelio, señores, el evangelio. O sea, la buena noticia -espero- para los pobres.

2 comentarios:

  1. Más libres e iguales,¿Cómo se hace eso?
    Desde mi más tierna infancia me susurraron machaconamente que repartiera lo que tenía y por ese motivo, no puedo entender al que más tiene, ¿Cómo lo obtuvo?
    No entiendo nada y ya tengo 78 años.

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