La
noche empezó mal. Marta quería que me quedase a cenar. Hace tiempo que la
evito. Evito su manera de fregar el
suelo, de dar vueltas poniendo y quitando los mismos trastos en la cocina. Cuando
los platos chocan los tímpanos me zumban y se me queda un pitido penetrante que
me hace apretar los dientes. Cuando aprieto los dientes el pitido no disminuye,
pero puedo pensar mejor. Controlo mi cuerpo, ejerzo una fuerza descomunal, mi mandíbula
muta en mandíbula de perro. Me imagino mordiendo a Marta en el brazo cuando lo
pasa por delante de mi, para poner o quitar algo. Hace unos días casi le
muerdo. Pasó una barra de pan por encima de un vaso de agua. Vi cómo se llenaba
de migas que se hinchaban poco a poco, flotando. A ella le hizo mucha gracia
mientras yo me moría de asco. Tenía arcadas y ella seguía riendo. Marta se ríe
de una manera irritante, pone cara de conejo y saca los dientecillos. De novios
me gustaba su risa y su boca, sus labios. Estaba enfermo con ella. Era ella y
nada más a todas horas. No tuve otro objetivo que casarme con ella desde el
primer día que pasamos la tarde juntos. No soportaba la distancia. Nos casamos.
Fuimos felices.
Los
primeros años todo era sorprendente y su familia vivía muy lejos. A ella no le
apetecía tampoco más acercamiento, de tal modo que en un año sólo nos vimos una
vez, brevemente, fríamente. Éramos ella y yo. No tuvimos hijos.
Marta
era bonita y graciosa. Su cuerpo fue derrumbándose. Digamos que perdimos el
interés en ser aquellos eternamente. Yo tampoco estoy joven, también la edad me
ha aplastado. Un día, pasados los cincuenta, empezó a irritarme su voz, su risa.
Todo lo que decía me parecía estúpido. Se lo dije.
-Sólo
dices tonterías.
-Vaya
con el premio Nobel.
Risa
de conejo.
Marta
tiene internet y amigos que no conozco. Supongo que me he hecho famoso entre
sus amistades virtuales. Tiene varios amigos con los que habla mucho. Ella es
ocurrente. Mira el móvil y se ríe. Más risa de conejo. Mira y ríe y pasa el
dedo por la pantalla. Más risa sacando dientes. Desde el bar puedo escuchar
cómo se ríe. Estoy con Esteban, al que el mundo escupió hace años. Todos
tenemos una casa donde volver, pero esperaremos a que sea tarde y todo haya
decaído. Cuando ya no quede nada de qué hablar.
Marta
está dormida. La escucho resoplar desde la puerta. He dejado caer las llaves
con efecto, a ver si el ruido la despierta. Le cuelga la cabeza hacia un lado.
Milagro, está despierta. Sonríe con el pelo abierto como una flor, con una raíz
blanca y una cabeza más blanca aún. La piel de su cabeza me recuerda la de una
gallina escaldada, casi puedo oler ese vapor de agua hirviendo, olor a
gallinero de domingo. Antes hundía los dedos en su pelo y le cogía la cabeza
para besarla. No siento ya la necesidad de su cuerpo, de ningún cuerpo.
El
suyo calienta las sábanas en las que me abraza sin tregua. Es excesiva, desde
siempre. Le digo impertinencias y ella lo acepta todo, lo sabe todo y lo
transforma todo. Ella me imagina y me interpreta. Me construye sobre ideas ya
caducas.
-Ven,
ven.
Ojos
de conejo, dientes de conejo.
Porqué este relato? De donde ha salido? Real? Conocido? El vecino del quinto, tal vez?
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