viernes, 1 de julio de 2022

Jaulas

 

Mi gato ha vuelto de hacer sus kilómetros nocturnos, lleno el pelaje de restos de parietaria, de olor a casa ajena. Ha caminado describiendo círculos alrededor de su casa que es la mía, buscando nada, pasando el tiempo.

Hace unos días vi a un muchacho en un parque. Tenía unos pómulos bellísimos. Pensé en dibujarle, si supiera, en fotografiar su rostro, si no fuera un pecado mortal andar curioseando las caras de los desconocidos. Pensé en el gato al verle allí, fumaba sin prisa un pitillo. Una mochila en el parterre, unas botas de montaña. Era una ocasión feliz. Contrastaba nuestra indumentaria con la suya, nuestra alegría con su indiferencia. Al volver estaba en el mismo sitio. Es posible que también esta noche. O tal vez estuviera de paso. A estas horas calienta el sol en esa plaza, y no hay donde resguardarse. Acaso si hubiera césped y árboles podría ser como la raíz de un ficus, y unirse al tronco y a la tierra, o ser una orquídea que sestea bajo un helecho. Mi gato huye del asfalto, salta de madera en madera, de toldo en toldo. Mi gato es doméstico y salvaje, vuelve a casa a comer y ronda nidos y jardines cuando se escapa porque no hay forma humana de retenerle que no pase por una jaula. ¿Meterán al chico de cabello rubio a una jaula también? ¿Le pondrán una multa dirigida al banco del parque? ¿Le reclamarán sus escasas monedas en un ejercicio de autoridad?

Mi gato moriría en una jaula, y hay quien tiene alma de gato, de gorrión, de nube. Hay quien necesita una fuente de agua limpia y tener dónde resguardarse de lo recio del sol y del frío, de lo hiriente de la realidad, de las cámaras indiscretas. Si yo fuera gato o tuviera mi vida entre los setos no sé qué necesitaría. Sé que una jaula no, una jaula nunca. Mejor unas botas curtidas, para ir y venir, intentando, aunque no lo parezca, el camino a casa.

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