No será para tanto, dijo una
madre al auditorio tras una llamada de atención desesperada de una profesora a
los padres. Lo dijo con autoridad. Qué poco aguante tiene la gente, remató la
madre de una de las joyas. Hagan la prueba, introduzcan la palabra aguante en
una conversación trivial y verán cómo alguien lo relaciona con la subida en el
número de divorcios y rupturas: la gente ya no aguanta nada.
Hay que aguantar al niño,
adolescente, marido, compañero de trabajo, jefe. Hay que aguantar. La paciencia
como panacea, como virtud femenina. “Obedece y con tu ejemplo enseña a obedecer”,
decían las fuerzas vivas. No obedecer era convertirse en una mujer a la que
correspondía la reprobación y el castigo, bien directo de los tutores,
familiares y demás allegados, bien de la masa social que no se pone de acuerdo
en nada más rápido que en un chisme o un linchamiento.
Nadie puede sugerir a estas
alturas que las campeonas de la selección femenina de fútbol pecaran de
indisciplina. Es imposible llegar a su nivel con falta de compromiso. Lo que
queda tras eso es lo de siempre. La tutela ejercida sobre ellas, entre
psicópata y ridícula, no es más que “como toda la vida”, como dice Manu
Sánchez en un derroche de ingenio que ha hecho que le brote un NO-DO entre las
cejas. Lo de toda la vida es una mandíbula que muerde fuerte, porque a quién no
le gusta un privilegio, a quién. Recuerdo una frase de uno de los documentales
de Mabel Lozano sobre la prostitución: “la profesión más antigua del mundo es
mirar hacia otro lado”. Somos muy de mirar hacia otro lado, eso se llama
discreción, que también era un atributo muy valioso en aquellos papeles de
color rosa de la Falange: “No busques destacar tu personalidad. Ayuda
a que sea otro el que sobresalga”.
Se lo han aplicado a Jenni Hermoso
al pie de la letra. Porque en según qué mentes despejadas, lo de toda la vida
sigue estando vigente por el artículo 33. Qué disgusto cuando descubran que
está derogado no el fuero, sino ese mundo rancio. Y que hay leyes de igualdad.
Y ministras. Preparen las sales. Avalancha de señores desmayados.