martes, 8 de marzo de 2016

Los cobardes

Quién no ha sido niño y se ha hecho una cabaña con una caja de cartón, quién no ha tenido un escondite mágico donde inventar una realidad, una vida.
En la ciudad, los restos del consumo en forma de cajas de cartón hacen de parapeto para los pobres que pernoctan en la calle. En ellas se resguardan del frío y de nuestra mirada, de la indiferencia, de la aversión que nos produce esa miseria indisimulable, ese estar al margen de todo que parece contagioso. Nos aterra ese estar fuera del mundo. Y apretamos el paso, no por ellos, sino por nosotros.
La caja de cartón que en Finlandia dan a los recién nacidos contiene un pequeño ajuar que les hace estar dentro de una red social y sanitaria, les hace iguales a los otros, pues todas las cajas son iguales, y denota la importancia que los niños tienen para esta sociedad. Una caja de cartón que trae la alegría, la seguridad para tu pequeño, no se le puede dar mejor uso.
La foto de @Fotomovimiento -que seguramente ya han visto- en la que un niño está en Idomeni, sentado dentro de una caja de cartón, en mitad de la nada, nos recuerda qué continente hemos construído, cuántas mentiras nos han contado sobre la igualdad de los pueblos, la justicia y los tribunales internacionales y cómo nos hemos degradado al punto de rechazar a los que vinieron huyendo de los estragos que produjeron las armas que esta Europa culta y decadente  -y otros países donde la democracia nunca palidece- les ha vendido a unos y otros.
No nos caben los refugiados, aún cuando por nuestras calles transitan más turistas en chanclas de los que podemos contar. Admitimos a nuestros turistas, a los que llamamos sin rubor guiris. Forman parte de nuestro paisaje, con sus sandalias con calcetines, bebiendo cerveza caliente. Que beban cuanto quieran, que se tuesten al sol, hasta que les salte la piel, qué más da. Consumen mucho, o quizá no tanto, pero son... de los nuestros.
España cañí se hace la muerta, por medio del gobierno letárgico y en funciones y deja pasar los días mientras los chiquillos tosen en mitad de un barrizal. Yo me hubiera muerto, también los míos, después de pasar una semana al raso. Cada día una nueva realidad que espanta, una foto que nos arranca el alma, que nos recuerda otras masacres, otras huídas. Otras cobardías.
Ahora han decidido que cambiarán unos por otros, que les sancionarán por intentar vivir. Se tasará el desastre. Lo harán sin ruborizarse. Unos pedirán, otros regatearán: harán alta política que en este caso consiste en cómo lo hacemos para que no se note, pero se nota, y da la medida de lo que somos y lo que es peor, lo que seremos si lo consentimos. 
Hoy es un buen día para ver "América, América" (Elia Kazan, 1963). Verán que casi todo está escrito o rodado. Algún día, los que sobrevivan, nos sonrojarán al contar su epopeya señalando a los cobardes.

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