Urueña, Valladolid. Foto de Nicolás Pérez (Wikipedia) |
Hay
ventanas flanqueadas por piedras que fueron lecho de un río, piedras que llevan
sobre ellas la memoria del cristal. Las piedras están donde los ojos no
alcanzan, mucho más allá de la llanura, que no es cualquier llanura, que es la
llanura como unidad, como valor, como esencia. En esta tierra hay una concatenación
de llanuras que forman una sola, como esa sucesión de planos misteriosos que
aturden la mirada de los niños que sestean sobre el pupitre, llenos esos planos de puntos invisibles que saturan sus ojos enormes, delimitados por letras griegas que les dan
entidad y les singularizan, cortados por líneas con más puntos que viajan veloces hasta
el infinito. Mis planos verdes se suceden sólo hasta el horizonte, dando
sentido a los sentimientos que despiertan, como las pequeñas felicidades que dan como resultado una
sonrisa.
(Debo
aclarar que aquí el verde no es verde, es mil tonos de verde, y la piedra es
gris como el cielo del invierno, cuya única misión es acentuar el verde, ese
verde, aquél verde.)
Desde
esta ventana hay un universo de planos peinados por el aire que llega desde las
montañas que no logramos ver, porque están demasiado lejos, o del cielo mismo, desabrido
y perpendicular como los rayos que mueren en el suelo, inyectando la energía
del cielo en la tierra, formando un todo
completo. Este mar verde preñado de rayos está cruzado por varias líneas inusualmente rectas,
que no han sido trazadas por el devenir de los pasos, por la tranquilidad de los
tiros de bestias que hilvanan sus almas con la cuadra que les da calor y les
cobija, una y otra vez, ida y vuelta, sin prisa. Son extrañamente rectas estas marcas que hieren el verde, pero si algo tiene la tierra es que es paciente y
acabará con ellas sepultándolas con hojas, llenándolas de sedimentos que las harán
fértiles, cuando las heridas se pueblen de forraje, ayudadas por la dejadez de los hombres. Entonces, desde esta ventana sólo serán esas marcas como las venas abultadas de las manos de aquel hombre que trabaja cada
día porque si no trabaja morirá de tristeza y de aburrimiento, como el escolar
que no entiende la geometría, porque no puede pensar más que en llegarse
hasta el regato que no se ve desde la ventana a dejar discurrir pequeños juncos sobre la corriente invisible que se intuye tras aquel
límite, un poco más allá. El hombre laborioso apenas se mueve, apenas un insecto en el
horizonte mágico y humilde que se ve desde esta ventana donde reina con un
bullir imperceptible el verde que se exhibe en una gama que nace y muere en el
sol y el agua, amarillo y azul primarios, mezclados con destreza, embriagando la vista, dando matiz a los ojos del
que mira, zambullidos en el repertorio de esta foto atemporal que me regala
Pilar. Gracias, querida.
Las fotos deberían estar prohibidas porque secuestran el tiempo, lo paralizan y, una vez congelado, hacen de él lo que quieren sin respetar que el tiempo es ese patrimonio menguante que se nos escapa por entre los dedos con dolor silencioso.
ResponderEliminar¿Cuánta melancolía cabe en una foto, Fermín?
EliminarSin embargo en tus fotos siempre hay alegría.
No cambies. Abrazos ;-)
Muy bello!
ResponderEliminarMe alegro de que te guste. Un saludo ;-)
EliminarMuy hermoso
ResponderEliminarConmovedor
Gracias ;-)
EliminarEs tan tierno que cuanto más lo leo más me llega la belleza.
ResponderEliminarTu Castilla, Javier <8>
EliminarCada vez escribes mejor. Animo
ResponderEliminarMuchas gracias, Cecilio. Seguiremos ;-)
EliminarUna descripción bellísima.
ResponderEliminarPor cierto, Urueña es la Villa del Libro y en una de sus librerías (Primera Página) se vende tu 'Disecciones' :)))
Un besazo
Pues no he ido y mira que me han contado maravillas... Tenemos que ir, ¿te apuntas, Laura? Un beso ;-)
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