miércoles, 19 de abril de 2017

Maquillaje

A veces tengo el privilegio de ver de cerca rostros de personas a las que admiro. Todas ellas tienen en común la serenidad, la mirada transparente, la belleza de la sabiduría. Contrastan con esas otras que necesitan pertrecharse tras una apariencia que evita que podamos ver lo que tienen dentro, ese algo desagradable y extraño que lucha por salir sin que se pueda evitar. Hasta ahora no hay aún un remedio para que eso que nos ennegrece el alma se pueda ocultar absolutamente, y espero que siga siendo así.
Cuanto nos apega a este mundo cruel de consumo y apariencia tiene un precio razonable. Por un precio razonable se puede comprar un niño en Grecia, una mujer en la calle, un esclavo en un país caluroso y colorista. Los que nos cuentan estas historias feas siempre llegan a nosotros posando su mirada en la nuestra sin más aspiración que ser escuchados. Van y vienen a esos lugares horrendos, que a veces no están tan lejos. Van y vuelven para contarnos lo que está ahí mismo, eso que hemos asumido como necesario para poder tener nuestros pequeños lujos de pobretón capitalista. Como puedo lo pago. Lo pago y ahí acaba mi relación con el objeto que es producto de muchas pequeñas catástrofes ecológicas, humanas, éticas. Salvo que alguien se esfuerce en contarlo, no existe nada que me lleve más allá del horizonte de mi tarjeta. 
A veces, como hoy, me encuentro, tras muchos años, con una persona que se ha transformado en su contacto con el dolor de otro. Es una transformación profunda que hace de su mirada un espejo donde te ves tal cual eres. Y ves lo que te importa. Y él ve lo que te importa a ti. Es el tipo de gente que se maravilla al ver cómo brota el agua de un grifo recordando en cuántos lugares no es posible, cómo convive la abundancia con la miseria, cómo el mundo es un espacio hostil para algunos seres con los que se han alineado para siempre.
A veces tengo el privilegio de ver a un niño que ha crecido bien y se ha hecho un hombre consciente. Si le veo no le estorbo con mis cosas, pero intento seguir sus pasos ligeros por un mundo que necesita sus crónicas en las que los últimos son los primeros y los primeros, los últimos, tal como me repetían en el pueblo las mujeres que citaban el evangelio de memoria en aquellas tardes calurosas donde no existía ni Grecia ni Rumanía, y el putero era cualquiera y el pervertido un tabú anclado al suelo como el cacique que ya entonces intentaba traficar con unas almas que le saludaban con un profundo espíritu de clase. A veces unas letras llegan y te estremecen, porque destilan la verdad que duerme como la conciencia comatosa de esos pobretones que no se atreven a mirar a la cara al muchacho. Les trae verdades que sonrojan y cuestionan la paz de nuestras vidas y nuestras almas, acomodadas a una vida maquillada con el esmero de un actor, que luce un maquillaje pensado para ser visto desde lejos, para hacer un personaje perfecto que recitará su texto sin dejarse una coma. Porque una mentira repetida mil veces se aferra a las meninges y a las tripas, y hace que no nos de el más mínimo pudor repetirla en nuestro pequeño mundo aislado y seguro en el que no pasan esas cosas terribles que cuenta el reportero.

2 comentarios:

  1. Vuelvo a pasar por tu blog, y esta vez nos has puesto un enorme espejo donde deberíamos pulirnos un poco más. Gracias!

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  2. Tú tienes la mirada limpia... Un abrazo

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