Mauro no comparte las euforias. Su piso
es interior y pequeño. Lo bastante interior para que no entre el sol. Lo
bastante pequeño para no tener una habitación libre. En el piso de Mauro suena
la radio noche y día. Las noticias son inquietantes y profusas: los que hablan
no se hacen entender, será que el mensaje es complicado. La suspicacia no le
ayuda a ser optimista, pero intenta dejarse llevar. Le gusta que le digan que
todo va a salir bien, pero la verdad es que lo acepta con poca fe, como cuando
su padre le cogía de la mano y le decía que siempre estaría con él. Mauro supo
muy pronto que nos mienten para no hacernos sufrir. Su padre se fue hace mucho.
Fue padre demasiado mayor, simplemente.
El padre de Mauro hablaba poco y él
prefería no preguntarle. Mauro rascaba la pana de sus coderas haciendo dibujos.
La chaqueta de su padre es un lugar feliz. Olía a tabaco y pesaba mucho. Su
padre se la echaba sobre los hombros cuando hacía frío. Su padre decía que no
tenía frío pero no era verdad. Las mentiras piadosas se sucedieron durante un
invierno largo y lejano que se parece a esta primavera lluviosa. Ahora tiene todo
lo que precisa. A su padre le hubiera parecido abundancia. La señora Puri le
lleva de todo de la iglesia. Es buena mujer y le compadece. Él no se cree digno
de compasión, pero la señora Puri es tendente a la lástima y le encomienda en
sus oraciones. Se lo dice y a él no le molesta, aunque duda de la eficacia de
esas palabras repetidas mil veces. Mauro sabe que tuvo mala suerte la señora
Puri, que su fe arrecia porque su marido no la mira con cariño y sus hijas se
fueron a trabajar lejos. Si él hubiera querido a una mujer hubiera sido como
ella, una mujer temblona y con la piel blanca, llena de secretos y vergüenzas.
Una mujer que le dijera: Mauro, menos mal que estás en todo, que si no fuera
por ti…
A Mauro le gusta pensar en que pudo ser importante para alguien.
En la radio la gente habla de lo que ha
perdido. La vida es un perder y descontar, y desear mucho y ver cómo todo se
escapa. Él apenas tiene, y por eso no pierde. Puri lo ha perdido todo poco a
poco: la ilusión, las hijas, la confianza. Usted, señor Mauro, podía hacerse
voluntario, que hay mucha soledad. Ahora cuando esto pase, puede usted venir a
la iglesia y yo le presento a gente que está necesitada de hablar, como usted.
Mauro no cree que necesite hablar; Puri en cambio está sedienta de su labor,
como si al realizarla reescribiera su historia. Mauro cree que eso es casi
enfermizo, que la vida se asume y se perdona. Su padre está presente en sus horas,
imagina lo que le diría de estas cosas complejas de la ciencia, sin apenas entender
nada. Tiene una certeza sobre él, y es que en su visión sencilla de las cosas,
sabría que hay mucho dolor y haría por aliviarlo. Que ellos, él y el niño Mauro, tenían suerte en el fondo, y que a pesar de las horas azarosas no tenían nada de
qué avergonzarse, porque su miseria era como un apellido compuesto de abogado
de capital, algo que se hereda y te define, una brújula que resiste todas las tempestades.
La miseria había hecho que los
hombres como ellos estuvieran pendientes de volver a las calles, donde
siempre se araña algo. El asfalto, por primera vez en su vida, no era un lugar
seguro, y con mucho esfuerzo se había propuesto aprender de las arrugas del papel
pintado del pasillo o las manchas del terrazo del suelo, que siempre cuentan algo, jeroglíficas
y cambiantes. El tercero era un buen sitio para ver cómo la ciudad ya no
despierta, ni pasan las oleadas de obreros, ni suenan las persianas de los
comercios, ni las motos de los chicos que vienen a impresionar. El tercero de
Mauro pudo ser un apartamento cuqui, pero él ya no sabe vivir en ninguna otra parte.
Le toca un rayo de sol a partir de mayo, todo suyo, directo del cielo, y a eso
no se puede renunciar. Es extraordinario, como un gorrión que se baña en una charca, ajeno a los males del mundo, sin pertenecer a nadie. Libre como él. Como su padre.
La importancia de sentirse querido por alguien...
ResponderEliminarEl sentido de la vida... <8>
EliminarPara comprobar si hago algo mal. Que seguro que sí.
ResponderEliminarVaya, no sé si me alegro más de ver mi bello y expresivo nombre o de poder seguir sus historias, perdónme la inmodestia!
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