lunes, 1 de marzo de 2021

Lunes

 Federo ha vuelto. No se habla de otra cosa en el pueblo. Lo particular del caso es que nadie ha sabido nada de él en veinte años, aunque Paqui sospecha que Javier, su amigo del alma, tiene los datos que a ella le faltan. En veinte años se caen muchas hojas de los árboles y esa masa forestal amarillenta y caduca da aire al afán justiciero de la mujer, pegada a la ausencia del hombre con maneras de perro de presa, sin ninguna intención de perdonar lo que hubiera de ser perdonado, si es que eso fuera así y ella estuviera llamada a otorgar ese perdón. Paqui se ha erigido en portavoz de la cólera y anda diciendo aquí y allá que no tiene entrañas alguien que se va y vuelve tan tarde, que para todo hay un tiempo y que él se ha pasado. 

-Se ha pasado este hombre, dice, mascullando mientras le ponen un kilo de retales para hacer callos. 

-Están bien blancos, dice alguien  para desengrasar el momento. 

-Los mondongos ya casi no hay que limpiarlos, dice otra buena mujer, antes venga limón y sal y más sal y limón en plena siesta. 

-¿Te acuerdas cuando tu madre limpiaba las tripas de las gallinas? Cuánto que lavó y remendó, con lo bien que se crió, pero fue casarse...

Paqui sabe dar puñaladas con las dos manos si se tercia y nadie le va a quitar el clímax dramático si lo busca. 

-Federo es un tirao, eso no se hace, dice con un brillo feroz en los ojos al ver llegar a Marita, prima del protagonista. ¿Has visto ya al figura? 

Marita se repite entre dientes que el demonio no descansa, y da media vuelta con la excusa de haber olvidado las llaves.

Paqui hurga de modo preciso en el dolor. Es proverbial su buen humor, su manera de contar cualquier cosa. Hace de cada situación un vodevil, no descansa hasta arrancar la carcajada. Es un pequeño circo ambulante y Federo era un material de primera. Paga con prisa recién horneada, Marita, según sus cálculos, debe estar sola en su casa.

-Yo sé que estás  dentro, pero tienes que salir, mujer, que yo sé que este ahora aparece y te destroza la vida, ahora que la tía Pura está viviendo con días de otro y él ha venido a lo que ha venido, mujer, que hay confianza y a mi  puedes hablarme... 

-Marita no está, dice con sorna Rosarín, deja ya de hablarle a las persianas, que van a pensar que se te fue la cabeza del todo. 

Como Rosarín anda deprisa, los insultos de Paqui no la alcanzan. 

-Yo estoy loca, pero tú no sabes quién es tu padre. 

Y como no se puede luchar contra una piernas bien entrenadas, Rosarín cogió en una revuelta a Marita y se la llevó a su casa. 

-Vamos por esta calle, que esa vieja caldosa está hablándole a  las ventanas. Está escarbando a ver si se entera de algo, la mala bestia. Es mala como ella sola, que en el funeral de mi madre estaba muerta de risa contando un asunto de cuernos y ya sabes el resto.

-La cogiste de los pelos.

-Y le estiré con todas mis ganas. Saca lo peor de mí esa mujer. Cuídate de ella. Hay gente que te encuentra lo miserable que llevas dentro y lo multiplica por veinte.

Marita sabe que Federo tropezará con ella y que sentirá muchas cosas juntas. Espera que Paqui no esté cerca porque a veces un gusano tiene la vista muy aguda y sabe ver la decepción y la alegría, el anhelo y la tristeza. A veces no somos importantes para los demás y Federo la ha olvidado, debe ser eso. Casi lo tiene asumido, pero no quiere que nadie lo sepa. La esperanza de haber sido algo para alguien  nunca se supera del todo. Es una clase de obsesión cocinada a baja temperatura, un repertorio de ideas tristes, un aire molesto que provoca lágrimas estériles, de esas que ni conmueven ni consuelan. Federo evita a Marita desde que llegó. Es otro para siempre. Si llevan veinte años sin verse, por algo será.

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