-Pasa que a veces
da lo mismo, divaga Félix, ese electricista pincho que come espinacas
crudas. A veces, añade, da lo mismo vivir juntos que no, salvo que uno esté
loco por el otro, y ese otro tenga tu corazón como la rosa, esa que se
deshojaba y seguía hermosa y fragante.
Félix es medio
poeta y expone su teoría a Sagrario, una vendedora de verduras –que no
verdulera- del mercado central. Félix la requiebra con indirectas difusas
que Sagrario no capta. Ella le comenta a las
amigas que al puesto le viene un señor agradable y adicto a las
espinacas, que debe ser filósofo por lo menos, porque habla raro y gasta muchas
palabras para decir poca cosa. Para la vendedora de la parada 15, el
electricista intenta ser educado pero está aburrido, debe ser eso lo que le
impulsa a comprar cada día y no una par de veces a la semana, como todo el
mundo. Sagrario está convencida de que está solo en la vida y se calla cuando
el hombre habla y habla en términos que le suenan a chino mandarín sobre el
prodigio de las espinacas y su gama de verdes. Félix debe ser buena gente,
le dice a la vendedora una amiga despistadísima que no ha visto al hombre en la
vida y que cree que debe ser amor lo que le impulsa a ir cada día a buscar esos
manojos de espinacas, ricas en luteína.
-Será turbación lo
que ella siente, se dice el chispas entre sonrisas que se regala generosamente
mientras se afeita... será decoro y recato y vergüenza ¿será que se ha dado
cuenta que muero por ella?
Félix no se
moría, ni mucho menos, pero así, medio desnudo en su baño de porcelana
refulgente se vino arriba y creyó lo que su otro yo le decía mientras limpiaba
la navaja:
-Hoy triunfas,
muchacho.
Sagrario cree que
ese hombre quiere algo con ella. Bueno, ella no lo cree, pero Rosina, sí y ella
se equivoca mucho, pero es buena gente.
-Ese hombre está
por ti
-Ya, pero a mí...
-Anda, dale una
oportunidad...
Sagrario y Félix salen a tomar un café el viernes después de comer y se aburren terriblemente, y piensan con
repelús en la probabilidad de volver a quedar. Horroroso, ni de broma. Hay que
seguir y aprender, piensan al unísono.
-¿Qué tal lo
pasaste?
Félix no ha
dicho ni buenos días.
-Cuando quieras,
repetimos, dice Sagrario.
Y repitieron y se
aburrieron, pero mira, algo hay que hacer y mientras tanto se casaron y
tuvieron tres hijos.
-Maldito
aburrimiento, piensa Félix.
-Tenía que haberte
dicho que no el primer día..., piensa Sagrario.
-¿Qué piensas,
amor?
-Que tenemos mucha
suerte.
Félix se sienta
en la barra del bar Calle Mayor, donde Carmen le pone un café aguadillo e
inofensivo.
-Como te decía,
Carmen, a veces da lo mismo vivir juntos
que no...
Carmen piensa que
tiene la misma vida que una almeja. Pobre hombre, que poca salsa tiene.
-Menos mal que has
venido, Félix, estaba esto muy triste sin ti.
Y Félix reconoce
en Carmen esa mirada que tuvo Sagrario aquel primer día en el que salieron a
tomar café y su otro yo, el que va en camiseta imperio con una toalla al hombro
le susurra:
-Hoy triunfas,
fijo.