Toca hablar de la
luna, que corroe los sentidos. Toca porque la luna ha invadido cuanto había de
racional en las mentes de los que como yo, ahí estaban intentando captar algo
de su influencia ¿es mágica la luna? Puede ser. Estábamos intentando averiguarlo,
y al mismo tiempo mirando a la misma luna los que tiraban fuegos artificiales. No
pueden competir con el espectáculo de disco solar reflejado en el agua, en el
brillo de los ojos de la chica que se lleva aquel chico por la cintura. La besa
una y otra vez. Está entregado y ella, con los ojos llenos de mar, le corresponde
mientras el perro que llevan, aburrido o celoso, estira de la correa para que sigan
caminando y ya dejen los amores para luego.
Corren los chiquillos
por el agua, buscan estrellas fugaces y sólo hay luna y más luna, plateando el
agua y la barriga de los peces que no pican, que saltan mientras el cebo se
contonea sin éxito. Toca hablar de la luna, de los peces esquivos, de los
amantes urgentes. Siguen corriendo los niños, sestea el perro, se acurruca la
pareja al lado de un guitarrista espontáneo que rasca con oficio inspirado por
el cielo, que parece de día, me dicen, que hoy aún está más grande que ayer y
que quién quiere una estrella fugaz si lo tengo todo...
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