Los padres de Brenda Damaris González Solís esperan encontrar respuesta a la pregunta de quién está enterrada ahí donde le dijeron que estaba su hija, que desapareció de forma misteriosa y cuyo coche apareció con impactos de bala. Brenda Damaris era mexicana. En México hay muchos desaparecidos, también en Perú. Los están sacando poco a poco, y a veces, como hace una semana, en Lima, se hizo una exposición de ropas de cadáveres sacados de un enterramiento ilegal ¿les suena?
¿Y si en vez de llamarse Damaris fuera Juana, o Amparo? En las carreteras españolas aún hay gente enterrada ¿les parece normal? La ONU ha dado instrucciones a nuestro país para que se haga justicia por fin a las víctimas de la dictadura. La lista de agravios es tan extensa como la de víctimas que siguen ahí, bajo la tierra que pisan los excursionistas veraniegos, los turistas curiosos, los políticos de mirada trascendente.
La madre de Brenda Damaris quiere encontrarla y llevársela con ella, enterrarla, llorarla y si puede, averiguar toda la verdad. Aquí en España los familiares de los muertos que sólo ellos buscan, les han llorado, muchos conocen hasta las circunstancias que rodearon su muerte, pero no pueden sacarles como en una novela de Poe, con sus propias manos. Hace falta que haya una implicación material de las autoridades, medios técnicos, verdaderas ganas de afrontar este capítulo. Las exhumaciones requieren el compromiso de las autoridades. De Greiff, el hombre que pone voz a la ONU en este asunto, habla de 45.000 personas enterradas ilegalmente tras haber sido asesinadas, más de 2.300 fosas sin abrir, más de 30.000 niños robados.
Aplaudo el trabajo de los científicos que arañan la tierra cada día buscando la verdad y sigo sin comprender cómo elegimos como gestores a personas que intentan que no veamos la montaña de cadáveres repartida por toda la geografía. Se intenta de vez en cuando decir que eran bastantes menos; parece que minimizando la cifra será menos horrible. Nos proponen que hablemos de otra cosa, que hagamos como que no fueron importantes estas personas, porque como decía hace unas semanas un antropólogo especializado en desapariciones forzosas el criterio es decir que o algo habrán hecho, o que era un precio que había que pagar por la paz actual. Se recuerda en ese mismo informe de la ONU a España que no sirve la excusa de que el proceso necesario de sacar a los muertos en las cunetas abrirá heridas. Las heridas siguen abiertas, porque no hay paz para el que sabe que uno de los suyos aún está donde le tiraron unos pistoleros borrachos de poder...
Decían hoy en una tele que Ana Patricia Botín "rompió el luto" con un pañuelo rojo. Creía que lo de observar la indumentaria de las mujeres en los funerales era más propio de otros entornos. A poco que nos pongamos, sobre las palabras "rojo" y "luto" nos salen otros episodios nacionales; muertos insignes y recientes merecen en los medios una atención que no han pedido, pero como somos piadosos y agradecidos... Otros ni siquiera existen... Y aún saldrá algún protopolítico diciendo que somos un país moderno, avanzado, democrático.
Sólo a ratos, si me permiten.