martes, 3 de febrero de 2015

Gorriones

Bracea de forma imperceptible, es casi una mancha a los lejos, pero distingo cómo agita las manos hacia el cielo. Mientras lo hace, miles de gorriones han formado una manta sobre su trigo recién sembrado ¿Han visto alguna vez una nube de gorriones? Evolucionan tan rápido y con tal destreza que parecen en verdad uno de esos bancos de peces oceánicos, plateados, idénticos, esos que nos ponen en los documentales de sobremesa. Bracea el hombre porque sabe que la glotonería del gorrión es legendaria, y no dejará ni un brote verde, ni una semilla, y beberá agua de cualquier charco, a sus pies, si hace falta, mojándose y sacudiendo las plumas, haciendo un quiebro acrobático a la altura de sus cejas, prominentes de pura ira. Gesticula contrariado, pone unas cintas que vuelan desde lo alto de las cañas como las mangas de viento de una pista de aterrizaje. Nada. Vuelven a llegar desde lejos. Antes eran como una saeta, pero al caer al suelo son un círculo ¿Habrá miles, mamá? Pues no sé, hijo. Muchos... Muchísimos, diría yo. Negrea el suelo y el hombre, sin ganas de luchar, se sienta en una piedra a contemplarlos. Emprenden varias veces el vuelo, pasan rasantes, caracolean, se expanden a la tierra del vecino, colonizan un pino, bajan, suben...
Dicen que hay frío polar pero los gorriones han encontrado un rayo de sol sobre el que jugar, y como quizá sea el último del día están apurándolo ante el gesto ya resignado del hombre, que sabe que están, como niños pequeños, jugando solamente. Contará después que no pone un cañón porque le da pena, porque a un amigo suyo le malogró una mano, porque no cree que se acaben los pájaros así. No se atreve a decir que qué sería del campo sin pájaros, sin esas nubes que revolotean los sembrados, sin esas garzas que andan detrás de los surcos abiertos, comiendo de las entrañas la vida que queda al descubierto... Pasa un vecino y da al claxon varias veces para que salgan otra vez hacia el cielo. Hace frío, sí. Llevamos casi una hora mirándolos cómo se contonean sin hacer nada para evitarlo. No ha nacido un hombre capaz de amaestrar un gorrión. Se vuelven locos, nos decían, no los metáis en jaulas. Es mejor verlos saltar en la ventana, seguros tras el cristal, riéndose de nuestra cara de asombro cuando levantamos los ojos y están ahí mismo, tan cerca que pudieran picarnos la comida del plato, si no tuviésemos algo por medio...

4 comentarios:

  1. Como siempre genial, Angélica.

    El braceo me hizo recordar: «Así es la cosa... Entre dos aleteos sin más explicación, transcurre el viaje.» http://youtu.be/h5BnwPPs2pM

    Un braceo!

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    1. Qué bello, siempre me conmueve escucharlo... Gracias, un abrazo. Salud!

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  2. Hermoso pequeño relato... y sí, me acuerdo cuando de crío intente "enjaular" algunos de estos pequeños pajarillos, pequeños gorriones. Siempre morían en unas horas... Será lo que tu dices, que se vuelven locos, que estiman en demasía su libertad.

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    1. Gracias, compañero... No sé lo que es, Pepe, pero no pueden estar encerrados. Deberíamos ser como ellos y no renunciar... Un saludo ;-)

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