viernes, 28 de julio de 2017

Flotando

Les cuento. La gente camina, los novios se besan. Las novias también. Me encanta esta playa. El agua parece del trópico y hay peces en la orilla que te sortean los pies. Son rápidos y translúcidos, y surfean la poca espuma que forma la ola,  para volver hacia adentro, una y otra vez.
Allá, un velero, aquí un muchacho fibroso que va de pie sobre una tabla remando, que pasa y sonríe sin perder el equilibrio, mientras yo floto y floto y floto, que floto de lujo, y dejo que el agua me entre en las orejas, y escucho el fondo del mar glugluglú y sigo flotando, mientras el señor de la tabla vuelve, hecho un pincel y con la espalda rectísima, navegando sin prisa, corrigiendo los vaivenes.
Veo pasar un vendedor, no tendrá más de veinte años. Subsahariano.
Una pila de sombreros, unos pañuelos enormes, una mochila a la espalda. Corre muy deprisa, mucho, y se pierde entre las dunas. Tras él dos policías en bici, uno de ellos la deja caer y sale corriendo tras él, para salir, mucho tiempo después, con las manos vacías.
Y es que el vendedor seguramente lleva corriendo desde que salió de su casa. Y tal vez haya venido en un barco de esos en los que muere gente, o haya sido torturado, o se haya herido al pasar una alambrada,  o se haya arruinado pagando un pasaje a las mafias, o todas las anteriores y muchas más que no sé, porque sólo sé flotar y mirar, y escribir esto.

Espero que escapara, me dice uno de mis hijos. Seguro, le contesto. Y después de ese instante, en el que tomas tierra sin querer, el mar no es tan sosegado, y unas algas se mecen a la deriva en el azul, mientras otras están amontonadas en la arena, esperando que se las lleven.  Y el mar se vuelve una criatura hostil, implacable, como los hombres que lo han dividido con líneas imaginarias para que otros no puedan traspasarlas más que muertos.

2 comentarios:

  1. Y siempre habrá gente que se siente desgraciada por no tener el último chisme electrónico.
    En la llaga, como siempre Angélica.

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