El timbre, incansable,
hace que Matilde acelere el paso hasta el interfono. Tanto estrépito para nada.
No era más que un repartidor buscando alguien que le abriese el portal. La
gente compra y compra, Eliseo. Yo he sido de tirar de tarjeta y sacarme las
espinas fundiendo, pero hace tiempo que no, y después de lo de Remi, nada. Las
cosas se amontonan y se amontonan. Y se olvidan. Si perdiera todo lo que
acumulé no pasaría nada. Hay trastos que hace diez años que no veo. Hay cosas
que no sirven para nada y ahí están; creemos que con las cosas retenemos el
tiempo, pero el tiempo se va zumbando. Tengo un trastero en el centro. Si me
armo de valor y digo de vaciarlo necesitaré voluntarios… Eliseo cabecea
afirmativamente. Como no se venga alguien conmigo no voy a poder deshacerme de
todo, porque me está sobrando el alquiler y total, ¿para qué todas esas cosas?
Tengo hasta bolsos buenos. Imagina, Remi, que tenía muy buen gusto, me compró
un Chanel hace siglos. Me niego a llevarlo. Conocí a una señora cuando era
estudiante, viuda de un funcionario, que llevaba pieles de verdad, joyas
buenas, y tenía unos bolsos de infarto. Comía sopa de cascarones algunos días,
y otros ni eso. Me parecía tristísimo verla comprar envuelta en aquellos restos
del esplendor. Cuando pienso en el Chanel y en otras chucherías que guardo como
un tesoro pienso que no debería ponérmelas por nada del mundo. Es como si me
acercasen a la muerte, no sé, es una sensación extraña… Eliseo sonríe con
dulzura:
-¿Has pensado en regalar a Pili y a Susana lo que no quieras? El resto
lo vendes.
Matilde se queda pensando
en un inventario que la devuelve a otros días. Y los cuadros, Eliseo, a quién
se los doy, si no quiero venderlos… además no me van a dar nada. Tengo un
mueble bar bueno, pero es muy voluminoso, decía el que nos lo vendió que lleva
limoncillo, y eso lo mismo vale dinero. Tuvimos una época de hacer fiestas y
también teníamos vajilla, esa te la quedas tú, si la quieres. Rehúsa Eliseo. La
vajilla aún te puede hacer falta, y si es buena, como las joyas, a una mala, la
haces dinero. Eso es lo último. Iremos el fin de semana, si te parece. Me
parece. Dame un abrazo, que me salvas la vida. Y tú a mi, Matilde. Cena algo,
anda, no tomes más café, dice el amigo a la amiga, antes de asomarse con mucho
tiento para no despertar a Remi que está con los ojos cerrados sobre un lado de
la cama.
-Que no venda las joyas,
que se las regalé yo, Alfredo, ¿me oyes?
-No las venderá, no te
preocupes.
-¿Iremos a pescar mañana?
-Iremos, descansa que
mañana vamos a madrugar.
Remi se queda quieto, como
un niño obediente, convencido por un instante de los planes de mañana. Eliseo
baja el rellano despacio, pensando en cómo ha de ser ese ir a la deriva. Cierra
su puerta, piensa en los trastos de Matilde. Cualquiera tiene un mundo de cachivaches.
Susana está en el balcón, le saluda desde lejos. Él agita la mano. Hoy parecía
estar mejor, eso dice Matilde. Debe ser una carga pesada tener la tristeza
esperando, acechándote por cualquier cosa. Paco es un tío entero, eso también
lo dice Matilde, y lo lleva todo con cabeza, porque otro hubiera claudicado. A
Eliseo le rondan unas frases que Matilde repite y se repite a la más mínima
ocasión. Hay que querer mucho, dice Matilde en un susurro, a veces mientras
toma un sorbo de la taza que la acompaña a todas partes, a veces mientras ve
dormirse a Remi. Hay que querer con locura: es como tener una hucha de la que
uno saca en la escasez. Hay quien piensa que nunca llega, pero llega la
carestía, y sacas de la hucha un día y otro. Matilde proclamaba que había que
querer mucho al otro, quererle con todo el respeto, quererle por lo que ha
sido, por lo que queda escondido en el cuerpo, debajo de todo lo que la vida ha
traído. Matilde es sabia, se dice un Eliseo callado, observándose en el espejo.
No conoce a nadie que sea como ella, ni nadie que quiera así.
Susana observa a Matilde.
Tras despedir a Eliseo ha salido a la ventana a mirar cómo anda el mundo. Agita
la mano y saluda. El saludo es devuelto al instante. No quiere hablar con ella
ahora. Y sabe que está sola y que sería bien recibida, pero a poco que comenzasen
a hablar le preguntaría por lo suyo. Que si está mejor, que si Paco es bueno,
que si debemos hacernos fuertes, que si la vida es una estafa, que si yo
creyera en Dios, pero ni eso. No, Susana no se siente capaz de soportar al torrente Matilde, que derrocha cariño y
palabras para Paco y su paciencia, para Paco y su buen pulso, para Paco, ese
tío tan cabal, que tú no te has dado cuenta, que a ratos vives en otra galaxia,
que es de oro de ley. Susana se siente incómoda cuando la conversación toma este
rumbo. No cree que haya de defenderse de sus bajones y sus tristezas, pero sin
saber cómo termina intentando justificar
esos sentimientos que la asaltaban de vez en cuando sin causa aparente.
Ella y sus melancolías, sus insomnios, su relación con la comida, que ya no era
placer, sólo trabajo, y que la tenía aturdida al tener cada día el mismo
dilema. Si ya no quiero hacer esto, ¿por qué lo hago? ¿He de estar atrapada lo
que me queda de vida? Paco la ve hacerse estas preguntas mientras imagina su
figura bajo el camisón. Siempre ha sido guapa Susana; con los años ha ido
adquiriendo un aire lánguido que a él le parece que le aporta una belleza
decadente y dulce. Cuando se lo comenta a Matilde ella le dice que eso
solamente es tristeza y que ha de ayudarla a salir de esa espiral. Pili opina
lo mismo: no ve nada hermoso en las ojeras y los suspiros que Susana va dejando
caer al aire. Pili entiende de ojeras y de suspiros, de infelicidades y de pensamientos
suicidas. Pili tuvo un marido y ya no. Es la versión reducida de su tragedia,
que no sé si es tragedia en lo estricto, puntualiza una siempre jocosa Matilde
a la que Pili se lo consiente todo. La versión extendida se llama Lola. Lola es
cooperante en un lugar del mundo donde ser mujer no vale nada. Pili espera que
vuelva Lola dentro de dos meses; entonces negociarán si se va o se queda. Cree
Pili (y Susana, y Matilde) que este mundo del barrio se le quedará corto a Lola
y que tarde o temprano querrá marcharse. Y que Pili no la acompañará. Paco sabe
algo pero no sabe si quiere conocer el detalle de la historia. Sólo ha visto
una vez a Lola. Le pareció descolocada en el taburete de la barra, con su pelo
entrecano, suelto sobre los hombros, alborotado, libre. Llevaba una blusa
blanca sin planchar, un collar de semillas. Lola no pertenecía a aquel lugar,
estaba claro. Es cuanto puede decir Paco de Lola y de su futuro con Pili. A
veces Susana le dice que también es mala suerte querer a alguien que anda tan
lejos y Paco calla, porque en ocasiones les separa una distancia imposible de
precisar. Son esos momentos en los que no ha pasado nada y que hacen que el
corazón se encoja ante un silencio que empieza quedo y se va solidificando
hasta parecer indestructible. En esas ocasiones Paco quisiera poder invocar una
palabra que la hiciera reaccionar, pero el silencio se hace fuerte y sólo cesa
cuando uno de los dos duerme. Si es Susana, normalmente en el sillón del
balcón, ocurre un prodigio, y es que con esa respiración tranquila de ella,
fuera ya de este mundo consciente que la asfixia y la entristece, parece que
caen todas las barreras y Paco se siente con derecho a acercarse a ella y
observarla de cerca, hermosa, tranquila, en paz. Piensa Paco que tal vez sus
sueños la transporten a ese lugar feliz donde no ha ocurrido su vida, donde se
teje esa existencia inventada que tanto la satisface, donde no sabe si está él,
o el hijo que aprende a volar sin que puedan remediarlo. El hijo está donde
debe estar, a menudo se lo dice antes de hundirse porque echa de menos al niño
de ojos enormes. Paco reza poco, pero reza con fervor porque las altas
capacidades del hijo abarquen también la capacidad de comprender a Susana, la
capacidad de empatizar con el mundo, ese mundo que el hijo ha sufrido como
sucio, hostil, absurdo. Sólo en esas ocasiones Paco ha tenido verdaderas
intenciones homicidas. Se da miedo cuando ve a su cachorro en peligro, con el
corazón desbocado, reprimiendo la cercanía física con un cualquiera que ha
decidido divertirse un rato a costa suya. Fue Matilde la que les aconsejó el
colegio y Susana le guarda por eso una cierta reserva, aunque sabe que era lo
mejor para los tres. Paco se rasca la cabeza mientras Susana duerme, y sin
pensarlo dos veces, baja a la calle a caminar un rato. Por la acera de enfrente
un hombre camina como él, prácticamente en pijama, sin ninguna intención
atlética. Al cruzarse, ambos levantan la vista. Eliseo se sorprende al ver a
Paco a esas horas por la calle.
-Hola, ¿todo bien?
-Bien, no podía dormir.
Mañana viene mi hijo.
-No sabía que tenías un
hijo.
Paco echa mano al teléfono
y hurga en los archivos hasta encontrar una foto actualizada de su hijo.
-Se te parece a ti.
-Ya quisiera yo… ¿Habrá
algún bar abierto a estas horas?