Ya me cuentas, ya me cuentas, dice Matilde al aire, caminando
con energía por la calle, sin ver ya la cara del destinatario de sus palabras.
Encuentra a Eliseo de frente, apretando una carpeta contra el pecho. Hola
vecino, te acompaño. Eliseo se deja llevar hasta el portal por Matilde. Es
valiente esta Matilde, con el marido hecho cisco, se dice un Eliseo un tanto
perturbado por la familiaridad con la que la mujer le trata. La verdad es que no suelen
hablar mucho, pero sabe por Tere que Remigio no puede con su alma desde hace
más de seis meses, en los que anda por los espacios siderales, en
palabras de su mujer, que es una santa en opinión de Tere, que tiene opinión
para todo y sobre todas las cosas.
Eliseo, hombre de Dios, si ese quinqui que te sigue te
molesta, tienes que hablar con la policía. No puedes dejar que te acose, que
esta gente no entiende más que dándoles leña. Lo siento, Remi tenía más temple.
Él aburría a los fantasmas, los dejaba cociéndose en lo suyo. Yo en cambio
estoy que muerdo, supongo que por esta
puta vida que me queda. Me hago vieja con Remi y cualquier día no puedo con él.
Tengo que reformar el baño y me cuesta un riñón. Me acabo de dar cuenta de que
las puertas de mi casa son demasiado estrechas, que esas cosas nunca las piensa una hasta que las piensa. Eso sí, me voy a resistir todo
lo que pueda a una cama de hospital, que aunque él no me reconozca me acuesto
a su lado y duermo con ese calor que desprende, que desde que estamos juntos no he
vuelto a pasar frío. Gracias a las pastillas. Luego dicen que los españoles tomamos
muchas, pero a ver cómo se concilia el sueño con esta mierda de pensión que nos
ha quedado. Jubilarnos antes de tiempo nos ha hecho polvo, pero ¿qué iba a
hacer? Te estoy mareando… Eliseo le coge
las bolsas y le sonríe. ¿Me escuchas? Que no te dejes pisar ni esto. Matilde
junta índice y pulgar un instante, describiendo un círculo y Eliseo sigue el
dibujo de sus dedos en el aire. ¿Tú te crees que este tío tiene agallas? Lo que
tiene es una castaña del diez, que le falta la de esta semana entrante, la está
pidiendo por favor, que sólo sirve para calentar la sangre ajena. Te digo
Eliseo que este tío está muy mal, a punto
mismo del naufragio, y no dudará en molestarte, si ve que te saca astilla, que
puede que lo suyo no sea ni maldad, que sólo sea puta ignorancia, pero alguien así con la
lástima te devora. Las maneras castizas de Matilde intimidan al pasante, que aclara
con timidez que es cosa del jefe el asunto, a lo que Matilde replica con energía. Le dices a tu jefe lo que hay y tu jefe hará.
Que no lo hace, que este tipo sigue rondándote, tú vienes y me lo dices. Me
pitas. Matilde, vamos al cuartelillo. Y yo me voy contigo y le piso el cuello
en diferido, que es de esa gente que me pone de mala sombra, de los que
escupen, de los que mean donde les pilla, de los que gritan en el bar, que para
un triste café que me tomo, me pasaba a cuchillo al que se pone a berrear. Este
es de los que van a toda pastilla en el coche y atropellan ciclistas, que te
digo yo que es el anticristo, la negación cultural, eso que quisiera una que no
le tocase nunca cerca. Ya sé que me estoy pasando, que él no tiene culpa de lo de lo que vale el plato de ducha, pero o vomito las bilis o
voy al psiquiatra, y no me da, Eliseo, no me da…Eliseo esboza un gesto de comprensión
sin atreverse a contrariar ni una pizca a una mujer que parece resulta a todo.
Una mujer buena, agraviada permanentemente, herida, cansada. La mujer de la bolsa de basura es amiga mía,
¿no te lo había dicho? Me hizo un par de vestidos cuando Remi y yo nos acabábamos
de mudar. Parece que hace mil años. Lo que pasa es que no quiero meterme. Pero
me he dicho: Matilde, total ¿qué te puede pasar? ¿Que te dé un tiento? Una vez
un alumno mío hizo amago de pegarme. Me tienes que matar, le dije con los ojos redondos, y se fue a su casa con cara de espanto. Imagina el
padre luego. Que el niño era un líder del mañana, que es la edad, señora mía,
que si yo estudié en los curas y eso sí era abanicar. Como si el canalla
tuviera derecho a ir a tocarme las narices. Que viene la de latín, tío, esa que
lleva las faldas largas, jajá, tío, verás cuando le haga como que le voy a dar,
verás cómo flipa, tío. Y yo estaba detrás de la puerta escuchando, diciéndome: eres un mierda, y vas a ser un mierda toda tu vida. Qué mal momento eligió el muchacho, que estaba yo en el baño serenándome porque esa mañana Remi se había
despistado en la calle y a mí me dio mala espina. Estaba aterrado en mitad de
un paso de cebra, se quedó clavado al asfalto y cuando se tranquilizó me convenció para que le dejase en la cafetería del instituto porque tenía
hora libre. Me pasé toda mi hora de clase
diciéndome si estaría bien y al salir de allí, a mediodía, ya no era él. A
veces la vida se te cae en un rato, y después no hay quien la recoja. Por eso
te digo, Eliseo: tonterías las justas. Este ser que te atormenta necesita un
correctivo. Y yo, con tu ayuda, lo rasco, porque se está quedando pegado a mi
vida, que la otra noche, Eliseo, cuando iba a quedarme durmiendo, vino el
cabrón a pitarte. Si lo cojo, Elliseo, me lo cargo. Remi abrió los ojos dormido,
porque le había dado las gotas, le dio un ataque de pánico y no pudo dormir esa
noche, llamándome a gritos. Si pillo al padre de Yoni, si lo pillo…
Eliseo sólo asiente. Habla mucho esta Matilde, hay que
ver lo que lo necesita. Que me quedo aquí, que muchas gracias. Muchas de nadas,
responde ella. Si esta noche te sale, ven a verme, sin problemas.
Abre la puerta Eliseo. Al fin en casa, se dice. Matilde
sube un piso más, menos mal que hay ascensor, porque se pega al riñón la
escalera. Matilde debe tener setenta, o alguno más, casi de la edad de Tere, pero
la lleva mejor. Tere es de esas personas
que parecen indestructibles, pero le falta calor en el corazón. Matilde es
frágil y valiente, por eso sufre tanto y necesita llorar más según Pili, que
conoce a Matilde casi toda la vida y vigila la profundidad de sus ojeras cada
mañana. Pili a veces se olvida que Eliseo está haciendo la cola y habla con
libertad con la mujer del barista, que también tiene la mirada cargada de
palabras silenciadas. Ambas le ignoran
en un ejercicio de confianza que no es desprecio. Eliseo siempre ha sido invisible,
y por eso no le extraña que se desarrollen conversaciones personales en su
presencia. Apenas son unas palabras, retazos de frases, pero no hay cambios en la entonación, como si ambas mujeres se sintieran cómodas con el
hombre. Lejos de sentirse ofendido, Eliseo se relaja. Allí no es mal recibido,
al contrario. Entre ellas era uno más.
Cae la tarde y desde la ventana Eliseo ve a la mujer del
telescopio discutir con un adolescente que bracea frente a la ventana del
salón. Un adolescente debe ser un reto, se dice para sus adentros. Hace tiempo
que no trata con ninguno, y la verdad, tampoco tiene curiosidad. Le proporciona
cierta tranquilidad tratar sólo con adultos. Si él tuviera un adolescente en
casa tendría que preocuparse de su educación afectiva, si acaso el conocimiento
más difícil de transmitir, puesto que uno siempre se percibe como único en
estos asuntos y construye las teorías sobre dolores pasados y angustias
futuras. Si hoy alguien le hubiera esperado en casa, si alguien le hubiese
interrogado al llegar, no podría más que contarle su encuentro con el
desconocido en la oscuridad, o mentir y hablar de cualquier otra cosa. Debe ser
difícil convivir con alguien, comunicarle tranquilidad, protección, ser imagen
de rectitud. Matilde y Remi no tuvieron hijos, se lo dijo Tere. Ellos sí
hubieran sido buenos padres, y ella ahora tendría con quién compartir el dolor.
Un hijo que crece con una madre así debe sentirse feliz, porque Matilde debió
ser indestructible unos años atrás. Fantasea Eliseo con una infancia sin
miedos, sin inseguridades. Una infancia rodeada de cosas hermosas. No ha ido a
casa de Matilde, pero imagina que tiene un Modigliani en el salón. Un
Modigliani o un Pisarro. Matilde debe estar rodeada de cosas hermosas, cosas
que le produzcan felicidad cuando Remi no sea él y el mundo se le caiga encima.
Eliseo da vueltas a estas cosas con la ventana abierta y ve salir a un muchacho
de la portería del bloque de enfrente. Los que se van y los que se quedan
pueblan las aceras de la ciudad que deja ir ríos de personas a ciertas horas
del día y de la noche. Ahora mismo era una hora de salida. Iban a coger el
transporte los que harían el turno de tarde. Dentro de dos horas llegaría otra
riada de caras cansadas, ausentes en sus pantallas, con gesto relajado, con
caminar disciplinado, rumbo a los edificios que formaban aquella masa de
hormigón salpicada de árboles viejos. A Eliseo le gustaría saber qué pasa por
sus mentes, qué les inquieta, qué desean, si son dichosos. Le gustaría poder
hurgar en sus agendas y ver las citas pendientes. Él no tenía ninguna, solía
ser así. Por eso el encuentro con Matilde le había parecido tan extraordinario.
Matilde necesitaba desahogarse y él agradecía la conversación trivial. De
momento sabía de la tristeza de ella, de su rebelión permanente, de su afán
protector. En verdad tenía suerte de haberla encontrado. Era una coincidencia
feliz, un verdadero acontecimiento.
Algo que nunca podría contar a Tere.
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