Susana la del telescopio, qué manera de autodefinirse. No
sabía muy bien Eliseo cómo había de definirse él mismo, si por su situación
laboral, si por sus aficiones, si por algo que resaltara especialmente en él,
como la cobardía. Eliseo se veía a sí mismo como un cobarde, y así había pasado
la vida, evitando los conflictos más pequeños en tal de no tener que
enfrentarse lo más mínimo a nadie. El asunto del lanzador de bolsas de basura,
por tanto, le había cogido por sorpresa, al no haberse enfrentado nunca a nada
que fuera ni remotamente parecido. Eliseo reconstruye mentalmente la historia de
su encuentro en la calle:
-Soy Susana, la del telescopio.
-Eliseo, cobarde.
En realidad no fue así; sólo pudo sonreír a Susana cuando
descubrió con alivio que era ella la que le puso la mano en el hombro por la
calle y no el macarra tatuado del barrio. Ella dijo que iba al bar, y él le
deseó buen día. Podía haber ido con ella y haberse tomado un café, pero para
eso hay que pensar rápido, y él aún estaba bajo la influencia de la impresión
que le produjo sentirse atrapado un instante bajo las garras de Yoni padre. En
realidad fue algo así:
-Soy Susana, la del telescopio.
-Hola…
-Soy insomne, Eliseo. No quiero que piense que he perdido
la razón. Paco se lo puede asegurar.
Susana caminaba sin dejar de hablar, y se detuvo en la
puerta del bar esperando que Eliseo la acompañase; en su lugar el hombre se
rascó, cabeceó y sudó un poquito por la frente. Se excusó y Susana volvió al
trabajo. Eliseo se quedo unos instantes reteniendo el rostro de Susana en la
mente. Poco faltó para que chocara con un semáforo, pero pudo rectificar a
tiempo. Así que esta mujer era la del telescopio. Mujer de Paco. Amiga de
Matilde. Amiga de Pili.
Pili le tenía intrigado; en ella había algo diferente. Tenía
un secreto. Un secreto de verdad, no una de esas chorradas que nos hacen enrojecer
cuando las recordamos. Un secreto verdadero, ese tipo de secreto que hace que
cambie la visión que los demás tienen de nosotros. Algo grave, tenebroso, algo
que la atormentaba, pero ¿qué podía ser? Matilde se lo diría antes o después en
uno de sus ataques de sinceridad. O Tere. Prefería que fuese Matilde. Su manera de exponer la
realidad le resultaba más cercana, más honesta. Tere tenía una visión matizada
por millones de prejuicios. Este mes estaba tardando en venir, y eso ya no le
estaba gustando. Casi le hacía falta pelearse un poco con ella, sentía algo
parecido a echarla de menos, una sensación nueva que no sabía muy bien cómo gestionar.
Tras el teléfono Tere suena lejana. Eliseo pregunta y aunque no la ve, sabe que
Tere tiene cara de asombro. Era la primera vez que Eliseo la llamaba porque sí.
La primera en toda la vida. Tere emite un sonido extraño, entre el ahogo y el
sollozo. Nunca había escuchado Eliseo llorar a Tere desde que eran chicos. Le faltaba
la respiración, intentaba una palabra, volvía a caer en una especie de gemido
largo que acaba con una palabra cortante: voy. Tras colgar, Eliseo abre la
ventana a tope, saca la cabeza mirando hacia arriba, buscando a Matilde. El
ruido de la persiana hace que la mujer aparezca. Un gesto le invita a subir y
Eliseo acepta. Matilde le espera en la puerta y se encoge de hombros al verle
llegar. Él sólo dice que viene Tere y ella que no se deje pisar. Cinco palabras
para definir amistad:
-Luego vuelves y me cuentas.
Tere se queda tras la puerta, tomando aire para llamar.
Al final Eliseo abre, harto de esperar. Tere se le cuelga del cuello y vuelve a
caer en un llanto violento que la asfixia. Eliseo espera que se serene y va a
hacer nada a la cocina, cuando una retahíla de volumen ascendente le ataca por
la espalda.
-Hay otra, otra… Otra… ¡Otra!
Y otra vez más lágrimas, más pañuelos de papel, más
lamentos. Se veía venir, le diría si pudiera: era un chulángano desde siempre.
Eliseo se autocensura con sentido del
deber. No siente pena por Tere, no cree que esto que le ocurre sea malo para
ella. Tere dice el nombre de ella: Susi. ¿La prima? La prima. Eliseo quisiera
poder poner cara de sorpresa, pero José Antonio siempre había tenido cierta
debilidad por Susi, incluso tenían cierto parecido físico. En realidad parecían
hermanos, tan alegres, tan decididos, siempre inclinados a la risa y la
alegría. Se buscaban en las reuniones familiares, bailaban, bebían y parece ser
que coincidían en más cosas. Arrecia la tormenta mental en una Tere desarbolada
y furiosa que no puede dejar de narrar sus pequeñas miserias. Que si están
juntos Eliseo, y yo con la cama fría, Eliseo, que yo necesito cuidar de
alguien, Eliseo, que si tú me dejas, Eliseo, yo te lavo y te plancho, Eliseo, que
vas hecho un Jesucristo, y llegas al trabajo a tu hora, que seguro que llegas
tarde, como si lo viera, que yo te guiso Eliseo… Y yo te como, replica un
Eliseo divertido ante los intentos melodramáticos de una Tere cada vez más
agresiva. Ella le mira con reprobación. Le hubiera abofeteado. Le hubiera
abofeteado muy fuerte como representación de todos los hombres. De todos los
hombres adúlteros y rijosos, de todos los que prescinden de ella y viven vidas
ridículas.
-Me he quedado sola y he pensado venirme contigo.
-No puedes, Tere, tengo novia.
Tere calla y mira a su hermano como miran los gatos antes de
cazar un grillo. Ojos fijos, espalda tensa. Piensa rápidamente una maldad que
proyecta en ese interior cenagoso que pugna por salir a flote. A saber quién es
la novia, se dice ebria de su veneno. Lo mismo es novio, porque en fin, ya
tiene una edad este inútil que algo debe pasarle cuando no se ha comido un
colín. Tere pasa de la pena al desprecio en una mirada concentrada en Eliseo, que se revuelve en el sillón
esperando una bomba que le haga trizas. Tere nunca falla. Tere tuerce el gesto,
altiva. Se levanta como un resorte. Ha dejado de llorar hace veinte palabras. Gira
sobre los pies y se va sin decir nada. Eliseo tampoco dice nada esperando un
portazo que no llega. La futura ex mujer de José Antonio se ha ido escaleras
abajo maldiciendo interiormente al flojo de su hermano.
-¿Para qué le dices que tienes novia?
Matilde mordisquea una galleta con absoluto deleite
mientras Eliseo le cuenta que le ha invadido el pánico al pensar en Tere vagando
por allí. Imaginando un día cualquiera desgrana mandamientos y manías,
ejemplifica las servidumbres, las rectificaciones constantes, las labores
inexcusables. Matilde elogia la rapidez mental de Eliseo, que ha dejado muy
claro que no sale ahora con nadie.
Eliseo bebe un trago de café. Yo no
puedo vivir con Tere, es imposible, se dice para lavar una sensación de culpa
muy molesta. Yo no la aguanto con sus cosas. ¿Es lo mejor para ella estar
conmigo? Lo dudo mucho. Creo que debe hacerse fuerte en ese casoplón que tiene,
quedarse con la mitad de todo, llevar al infiel al notario y partir por la
mitad hasta los tenedores. En eso, lo que quiera, pero decirme que tengo viejos
los calzoncillos, que cambie el cepillo de dientes… No y no, se dice Eliseo, y
cabecea mientras bebe, divirtiendo a una Matilde que le observa con ternura.
-¿Quién va ganando en tu cabeza?
-Creo que yo, de momento.
Matilde le habla de la culpa en voz
baja. Mira chaval, la cosa es muy simple: la culpa, si la dejas, te come. Yo
tengo que salir a la calle. Dejo a Remi en la cama. Está sedado, no se levanta.
Todo apagado, cerrado y seguro. Los primeros días fueron un infierno, relata una
Matilde con la mandíbula muy tensa. Me escaldaba con el café, no me daba tiempo
a tomarlo. El pan, a la carrera. Sólo una salida a la semana, cuando venía su
hermana los sábados, para que yo pudiera ir a hacer la compra. Ahora está
malita, la pobre, y me traen la compra a casa, y tampoco salgo a eso. Eliseo
intenta interrumpir a Matilde y ella pone su mano sobre la suya, imponiendo un
silencio que la deje decir por fin eso que la está quemando. Deja que acabe,
deja. Deja que te diga una cosa. En ocasiones hemos de vivir para los otros.
Para eso hay que cerrar la puerta a veces, dejar que la vecina diga que eres
una hiena, y hasta desearle buenos días. No es mala gente, es ignorante y
piensa que ella es mejor que yo. Tere piensa que es mejor que tú, no sabemos
por qué razón lleva una vida diciéndose que es así, y tú, amigo mío, la has
dejado. No pierdas este terreno conquistado. Estoy orgullosa de ti.
Suena el timbre, desabrido, y Matilde se
levanta con extrañeza. Eliseo piensa en su hermana, en que tal vez sea ella, en
que ha vuelto porque se ha quedado con ganas de sacarle los ojos.
Estoy pensando que lo que has publicado últimamente da para escribir un guión de película
ResponderEliminarBesos
A ver si te lee el comentario un millonetis o un editor, ja ja... Gracias, Javier. Eres un sol <8>
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